martes, 23 de marzo de 2010

Secundaria.

"Piensa por ti mismo; cuestiona la autoridad".
Timothy Leary.

En uno de esos días libres que dedico a divagar, mi mente me arrojó recuerdos de mi infancia y pre-adolescencia. Sentí una necesidad de recapitular brevemente mis días de secundaria. Así que hablaré de esos tres miserables años en general y desde los cuales ya se entreve mi falta de sincronía con la vida.

Entré a la secundaria en 1991 a los 12 años. La desgracia inició presto, pues la secundaria quedaba en la siguiente cuadra, a 5 minutos de mi casa, así que nunca podría faltar, ni llegar tarde, mucho menos irme de pinta. Ver la escuela desde mi casa y viceversa me producía una extraña desazón. Así, mi vida personal y escolar quedaban horriblemente entremezcladas, sin ninguna barrera que las separase.

Recuerdo que la clase que más odié fue Taller de Carpintería. Tres horas cada Martes y Jueves. Por falta de material uno se quedaba rezagado, sin realizar este u otro mueble simplón, con las consecuentes bajas calificaciones. Uno se quedaba ahí, a la deriva, tachado de holgazán por los aplicados e indiferente a los maestros que se concentraban en dichos alumnos productivos. Otros compañeros desafortunados trataban de sacarle partido a la situación jugando o platicando, pero yo permanecía sentado, sintiéndome inútil. Así se creaba un ambiente tenso y de división. Estos simples móviles generaban en mí una enorme presión. Aún puedo concentrarme y traerla al presente, y me atrevo a decir que no he sentido esa espantosa presión ni siquiera en los momentos más agudos de mi vida adulta.

Por fin me hice del material para producir aquél mueble, pero esto me enfrentaba a otra dificultad. "Al que madruga Dios lo ayuda", dice el refrán. Pero no hay refrán que diga que los rezagados son despreciados y no reciben ayuda. Así me encontraba nuevamente aislado. La desesperación de mis padres y el desentenderse de mis maestros (que no eran maestros sino carpinteros) llegaron a un acuerdo: clases vespertinas para emparejarme. Lo mismo. Llegaba y me quedaba ahí, esta vez de pie, esperando a que el maestro me diera instrucciones. "Ya debes de saber", me decía. Finalmente armé ese maldito restirador por un chico altísimo y malencarado que me ayudó de buena fé. Recibí ayuda de quien menos esperaba.

La clase de Educación Física también me dió muchos momentos de angustia. Siempre fui malísimo para los deportes y mis errores no pasaban desapercibidos. Cohibido por naturaleza, y objeto de burlas, esa horas en el patio me parecían tortura eterna. Creo que he sido el único alumno que ha reprobado Educación Física. El ser negativamente excepcional me hacía sentir excluido.

Los maestros que tuve estaban lejos de ser unas eminencias y la educación que recibí fue pésima.

Por ejemplo, en 1er año no pude conseguir cierto libro de Matemáticas en el cual se apoyaba la maestra para realizar ejercicios en clase y de tarea. Todos los días me exigía aquél libro, ya por entonces difícil de conseguir. Mi madre y yo fuimos a conseguir uno similar, y yo lo llevé a regañadientes porque no era el que pedía la maestra. Cuando se lo mostré me dijo "¡Este no es!" Su solución, sacarme del salón como castigo por llevar el libro equivocado.

Recuerdo la tensión que me provocaban estos eventos, además de la sensación de como si algo estuviera mal en mí.

Incidente similar me ocurrió en 3er año en clase de Ciencias Sociales, pero este maestro no hacía nada en absoluto. No desperdiciaba su energía en exigirnos lo que no teníamos y tampoco perdía su tiempo en regaños. Se limitaba a reprobarnos. Alumno sin libro, alumno sin educación. Tal era la línea educativa de mis maestros. Ellos simplemente se apegaban al programa que se les daba e impartían una educación mecánica en base a eso. Recuerdo al maestro de Ciencias Sociales de 2do grado. El clásico (disculpen la expresión peyorativa) indio recién bajado del cerro que no tenía idea ni de dónde estaba ni cómo se llamaba. El tipo apenas podía pronunciar y articular dos palabras en castellano. Era obvio que nunca había pisado un aula, ni sabía qué eran las Ciencias Sociales. Cómo llegó a ser maestro es algo que hasta la fecha no entiendo. Pero eso demostraba que cualquiera podía hacer de maestro si seguía el programa que se le daba. Y así lo hizo. Ese maestro improvisado se quedó de planta varios años.

Cuando un alumno se tornaba incorregible, los maestros en su apatía se limitaban a hacerle un "reporte", que era una especie de amonestación. Una vez recibí en un día, 3 reportes por tres maestros distintos (¿Ley de Murphy?). Tres veces tuve que ir a las Oficinas de Trabajo Social y la trabajadora social, lejos de cuestionarse este bluff o intentar ayudarme, me dijo en tono de fastidio, "Bueno... y tú, ¿qué pretendes?"

Esa incomprensión de su parte fue el colmo, por el disgusto que en general ya venía arrastrando. Realmente sentí que quien estaba mal era yo. Tres reportes al hilo eran un fuerte golpe para mi mente infantil y esa burócrata, fiel al sistema, atribuyó esos reportes a una rebelión de mi parte sin ver el trasfondo, lo que en verdad ocurría.

Incidentes como este reforzaban la sensación de estar aislado. Prácticamente lo estaba. Enfrentaba solo y en silencio mi espiral descendente. Mis días en la secundaria me dejaron dentro ese estigma psicológico que es "soy un mediocre", el cual aún no he podido desterrar del todo.

Hice buenos amigos el 1er año. Pero el 2do fue mi maldición, al ser conformado en su mayoría por los bullies de varios grupos que me hicieron el 1er año difícil. Son tantos los incidentes que no terminaría de contarlos ni merece la pena. Eran niños torpes que no podían calcular las consecuencias de sus actos. Por entonces ya estaba interesado en cuestiones sicológicas (cosas de la mente, decía yo) y empleaba cierto método de objetividad para protegerme. En las horas libres (cuando no iba algún maestro) me refugiaba en el dibujo y esto comenzó a darme cierto status y por ende, respeto. Algo que caracterizó a los maestros y alumnos de mi generación fue su incapacidad de empatizar.

¿En qué consistió mi "educación"? En anotar los dictados de los maestros, en copiar lo que escribían en el pizarrón, en pasar textos del libro al cuaderno y aprenderlos; en memorizar información sin comprenderla. Desde la secundaria los maestros no representan para mí ninguna autoridad y tampoco me inspiran respeto. Poseer cierto conocimiento no hace al maestro, sino saber impartirlo y empatizar con sus alumnos, creo yo. No es que quiera justificar, a través de estas malas experiencias, mi bajo rendimiento. Sólo era cuestión de apegarse al sistema y cumplir con las tareas que le pedían a uno, como un robot. Pero yo nunca me ajusté al sistema por más que lo intenté.

Cada vez que recuerdo esa etapa (y todos los sutiles elementos que la conformaron) la aborrezco aún más. Pero a su vez me afecta menos con cada análisis y bajo un nuevo entendimiento. Podrán ser incidentes irrisorios, pero en su momento fueron tremendos, cargados de tensión.

A los de mi generación les digo: desechen esa educación y no permitan que, si fue similar a la mía, les defina. Somos más de lo que nos hicieron creer que éramos.

A todos mis maestros: gracias por nada, váyanse al diablo. Los mediocres eran ustedes, no yo.

Y agradezcan que no mencione sus nombres.
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En esta entrada, mi ex-novia comentó:


Silvia dijo...

La adolescencia es siempre una etapa difícil, dentro de lo difícil y misteriosa que puede resultar ya de por sí esta Vida.

Recuerdo una frase que nos dijo un maestro de la secundaria donde definió la adolescencia como "tierra de nadie", y creo que es la definición más acertada, porque en la adolescencia no eres un niño pero tampoco un adulto. Es una etapa caótica y de mucha confusión, donde uno es especialmente vulnerable a su entorno.

Aparte de todo esto, que ya hace la adolescencia difícil de por sí, está el Camino que cada persona ha escogido, es decir, si vemos la Vida como una Escuela, el Camino serían las asignaturas que uno ha escogido trabajar en esta Vida. Tus asignaturas empezaron pronto, y fueron lecciones duras, sobretodo para la edad en que te tocó vivirlas. No obstante, superastes todas asignaturas en la Escuela de la Vida, cosa que te convirtió en una persona fuerte y con criterio propio.

Para mí la adolescencia también fue la etapa más difícil de mi vida, pero sin embargo, aquí estamos los dos, habiendo superado esas lecciones que nos aportaron una valiosa sabiduría y que nos incitaron a la Búsqueda Interna. Quizás nos pusimos esas dificultades precísamente para eso.

Finalmente, podemos decir con alegría a estas alturas: Prueba Superada!!!!

marzo 23, 2010

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