I.
Estoy en mi cuarto, escribiendo naderías en un viejo cuaderno en espera de que la batería del celular se haya recargado al 100%. Es un problema porque tanto el cargador como el mismo teléfono son más que obsoletos y alguno de ellos presenta un falso que interrumpe la recarga. Mi centro de entretenimiento se reduce a una pantalla de 5x4 cms. Lamentable.
Me he acostumbrado a la pobreza, a la ausencia de recursos. Creo que he sobrellevado eso relativamente bien, sobre todo por no pertenecer a ningún círculo social. La pobreza pesa más dentro de un grupo que en solitario. La soledad no juzga; la sociedad condena. Afortunado soy, provisto de un carácter antisocial, de otro modo sería tortuoso y frustrante desear integrarme a un grupo y no poder hacerlo. Aún si tuviera un alcance monetario decente o no vergonzoso, tendería a preservar o incluso reforzar mi precioso aislamiento.
Por ahora me conforta no dar cuenta a nadie de mi cortina rota, mi habitación sin muebles o mi austero apartamento. Mi principal fuente de stress es mi novia, que ya entreve mi pobreza, aunque no en toda su escabrosa magnitud. Ocasionalmente señala el aspecto gastado de mis tenis, más seguido apunta a mis ojeras.
Me dan ganas de darle la espalda y volver a casa.
II.
A veces he pensado en dejarme morir de hambre, pero el proceso es lento y tortuoso, además de humillante. ¿Qué tal si por x razón debo salir del apartamento en avanzado estado de inanición? Qué pena dejarme ver así por vecinos y demás gente. Sentiría la necesidad de justificarme y peor aún, fingir buen semblante, decir que todo va bien... ¿que he perdido peso? ¿en verdad? Bueno, me siento excelente, me alimento bien, no sé de que hablan, je je je. Si yo siempre he sido delgado.
III.
Conseguir empleo formal, difícil en este país, a mi edad, con tan pocos recursos para alimento y transporte mientras busco vacantes, me contratan y me pagan. Casi imposible con mi suma torpeza, poca adaptación y habilidades. La entrevista de trabajo, un reto con pocas posibilidades de superar si se padece socio-fobia.
Muy seguido pienso que de torcerle la mano a la situación (obteniendo empleo y perdurando lo más posible) me enfocaría en ahorrar lo suficiente para adquirir un arma. La que sea, pero que funcione: un pase de salida. Fantaseo que un día las circunstancias me favorecerán colocándome en un accidente mortal, ahorrándome el mancharme las manos con mi propia sangre. Así quedaría oculto mi desgano de vivir y en vez de sufrir el obligado estigma de suicida, tan solo se diría "lo atropellaron", "lo asesinaron en un asalto" y al día siguiente se olvidaría el asunto.
Pero he esperado y eso no ocurre.
IV.
Aún Tengo prejuicios relacionados a terminar con la propia vida. El primero: es un acto liberador, sí, pero también un tanto indigno. Implica insuficiencia y derrota.
Otro prejuicio, el "qué dirán". De lo más absurdo, pues quien lo ejecuta ya no tiene conciencia ni presencia, es libre en la nada. El vituperio no le alcanzará donde sea que se encuentre. Y si la conciencia la crea el cerebro, muere con él.
Un tercer prejuicio corresponde al método en sí. Opto por el tiro en la cabeza por ser práctico e inmediato, además de ser el menos doloroso y dramático. Esos que se arrojan desde un puente o lo más alto de un edificio aún buscan atención. Yo prefiero la soledad y confidencialidad de mi recámara, donde podría dedicar mis últimos pensamientos a lo que me plazca, sin importunar ni ser importunado, antes de abandonar este mundo con relativa discreción. Lo que tiene de grotesco el tiro en la cabeza es el desparramiento de sesos. Es de mal gusto mencionarlo pero hay que ser realistas y encararlo: si bien no resulta tan aparatoso como el cuerpo destrozado en el asfalto o en las vías del metro, reconozcamos que tiene su dosis de "gore", por decirlo así.
Aunque también depende del calibre del arma, la trayectoria de la bala, etc. No es lo mismo el acosador de Björk que Kurt Cobain.
V.
En contraste con aquel par de personajes antes mencionado, el suicidio algunas veces alcanza lo sublime o por lo menos indulta a su ejecutor por entendible. Sócrates bebió sereno la cicuta, consolidando así su filosofía. Stefan Zweig, el escritor austríaco, eligió la muerte a vivir en un mundo que sería, creía él, gobernado por el nazismo. ¿Se les recuerda como enfermos suicidas? No, se les admira por ilustres. Perspectiva lejos de aplicarse a cualquiera de nosotros, porque el paradigma del suicidio ha cambiado (era un acto de dignidad y reafirmación) y porque ningún motivo loable antecede al suicidio actual. Subyace, más bien, un poderoso componente emocional: depresión, ruptura amorosa, desesperación. El ciudadano de a pie que se auto-extermina pasa a ser mera estadística, la tragedia del momento, local o mediática, siempre efímera.
El suicidio promedio jamás tendrá nada de ejemplar o heroico.
VI.
Yo simplemente estoy cansado. La vida no me parece triste, pero sí monótona y en mis condiciones, innecesaria. Vivir con hambre, pendiente de la opinión ajena, en la mediocridad y la pobreza es estéril. Ya sé qué esperar de la gente, el mundo lo tengo más o menos visto (o leído). Tengo noción de lo mejor y lo peor de mi tiempo. Así que el móvil de mi exterminio es simple hartazgo.
Quien lea esto deducirá falta de sentido en mi vida. Ya enumeré y validé mis cualidades, ya evalué mis opciones. Engañoso paliativo, mero lavado de cerebro que impide explorar la médula de la propia inclinación al Hades o al olvido. La "búsqueda de sentido" tan popularizada por Viktor Frankl, se reduce a darle prioridad a algo. Yo solo he podido priorizar la supervivencia más básica, y eso no tiene sentido alguno.
VII.
El lector casual pensará "este escrito es su forma de pedir ayuda". ¿Ayuda? No necesito ser "salvado". ¿De qué, de la muerte? No busco palabras de aliento, ni ser persuadido.
Escribo porque es un tema tabú. El solo término ensombrece el ánimo, interrumpe el aliento. Si un suicida aborda el tema, el resto calla o censura. Otra razón por la que escribo es que el discurso del suicida común es visceral, mal estructurado, vacío y hasta aburrido. Un cliché que se limita al "ya no quiero vivir", "nadie me quiere", "mi pareja me abandonó"; tonterías infantiles que ni conmueven, ni inspiran ayuda, ni suscitan reflexión, nada aportan. Solo quise esbozar un testimonio más o menos racional de una mente que ha asumido la muerte como escape. Una mente que ya dejó atrás el chantaje, el deseo de atención, el orgullo alimentado por el falso valor que implica pegarse un tiro en la sien, y a la que quizá le tome años consumar su proyecto de muerte (se puede vivir toda una vida sin esperanza). Para que algún terapeuta o curioso del tema tenga una pieza honesta y directa, sin apología ni lamentación.
Estoy en mi cuarto, escribiendo naderías en un viejo cuaderno en espera de que la batería del celular se haya recargado al 100%. Es un problema porque tanto el cargador como el mismo teléfono son más que obsoletos y alguno de ellos presenta un falso que interrumpe la recarga. Mi centro de entretenimiento se reduce a una pantalla de 5x4 cms. Lamentable.
Me he acostumbrado a la pobreza, a la ausencia de recursos. Creo que he sobrellevado eso relativamente bien, sobre todo por no pertenecer a ningún círculo social. La pobreza pesa más dentro de un grupo que en solitario. La soledad no juzga; la sociedad condena. Afortunado soy, provisto de un carácter antisocial, de otro modo sería tortuoso y frustrante desear integrarme a un grupo y no poder hacerlo. Aún si tuviera un alcance monetario decente o no vergonzoso, tendería a preservar o incluso reforzar mi precioso aislamiento.
Por ahora me conforta no dar cuenta a nadie de mi cortina rota, mi habitación sin muebles o mi austero apartamento. Mi principal fuente de stress es mi novia, que ya entreve mi pobreza, aunque no en toda su escabrosa magnitud. Ocasionalmente señala el aspecto gastado de mis tenis, más seguido apunta a mis ojeras.
Me dan ganas de darle la espalda y volver a casa.
II.
A veces he pensado en dejarme morir de hambre, pero el proceso es lento y tortuoso, además de humillante. ¿Qué tal si por x razón debo salir del apartamento en avanzado estado de inanición? Qué pena dejarme ver así por vecinos y demás gente. Sentiría la necesidad de justificarme y peor aún, fingir buen semblante, decir que todo va bien... ¿que he perdido peso? ¿en verdad? Bueno, me siento excelente, me alimento bien, no sé de que hablan, je je je. Si yo siempre he sido delgado.
III.
Conseguir empleo formal, difícil en este país, a mi edad, con tan pocos recursos para alimento y transporte mientras busco vacantes, me contratan y me pagan. Casi imposible con mi suma torpeza, poca adaptación y habilidades. La entrevista de trabajo, un reto con pocas posibilidades de superar si se padece socio-fobia.
Muy seguido pienso que de torcerle la mano a la situación (obteniendo empleo y perdurando lo más posible) me enfocaría en ahorrar lo suficiente para adquirir un arma. La que sea, pero que funcione: un pase de salida. Fantaseo que un día las circunstancias me favorecerán colocándome en un accidente mortal, ahorrándome el mancharme las manos con mi propia sangre. Así quedaría oculto mi desgano de vivir y en vez de sufrir el obligado estigma de suicida, tan solo se diría "lo atropellaron", "lo asesinaron en un asalto" y al día siguiente se olvidaría el asunto.
Pero he esperado y eso no ocurre.
IV.
Aún Tengo prejuicios relacionados a terminar con la propia vida. El primero: es un acto liberador, sí, pero también un tanto indigno. Implica insuficiencia y derrota.
Otro prejuicio, el "qué dirán". De lo más absurdo, pues quien lo ejecuta ya no tiene conciencia ni presencia, es libre en la nada. El vituperio no le alcanzará donde sea que se encuentre. Y si la conciencia la crea el cerebro, muere con él.
Un tercer prejuicio corresponde al método en sí. Opto por el tiro en la cabeza por ser práctico e inmediato, además de ser el menos doloroso y dramático. Esos que se arrojan desde un puente o lo más alto de un edificio aún buscan atención. Yo prefiero la soledad y confidencialidad de mi recámara, donde podría dedicar mis últimos pensamientos a lo que me plazca, sin importunar ni ser importunado, antes de abandonar este mundo con relativa discreción. Lo que tiene de grotesco el tiro en la cabeza es el desparramiento de sesos. Es de mal gusto mencionarlo pero hay que ser realistas y encararlo: si bien no resulta tan aparatoso como el cuerpo destrozado en el asfalto o en las vías del metro, reconozcamos que tiene su dosis de "gore", por decirlo así.
Aunque también depende del calibre del arma, la trayectoria de la bala, etc. No es lo mismo el acosador de Björk que Kurt Cobain.
V.
En contraste con aquel par de personajes antes mencionado, el suicidio algunas veces alcanza lo sublime o por lo menos indulta a su ejecutor por entendible. Sócrates bebió sereno la cicuta, consolidando así su filosofía. Stefan Zweig, el escritor austríaco, eligió la muerte a vivir en un mundo que sería, creía él, gobernado por el nazismo. ¿Se les recuerda como enfermos suicidas? No, se les admira por ilustres. Perspectiva lejos de aplicarse a cualquiera de nosotros, porque el paradigma del suicidio ha cambiado (era un acto de dignidad y reafirmación) y porque ningún motivo loable antecede al suicidio actual. Subyace, más bien, un poderoso componente emocional: depresión, ruptura amorosa, desesperación. El ciudadano de a pie que se auto-extermina pasa a ser mera estadística, la tragedia del momento, local o mediática, siempre efímera.
El suicidio promedio jamás tendrá nada de ejemplar o heroico.
VI.
Yo simplemente estoy cansado. La vida no me parece triste, pero sí monótona y en mis condiciones, innecesaria. Vivir con hambre, pendiente de la opinión ajena, en la mediocridad y la pobreza es estéril. Ya sé qué esperar de la gente, el mundo lo tengo más o menos visto (o leído). Tengo noción de lo mejor y lo peor de mi tiempo. Así que el móvil de mi exterminio es simple hartazgo.
Quien lea esto deducirá falta de sentido en mi vida. Ya enumeré y validé mis cualidades, ya evalué mis opciones. Engañoso paliativo, mero lavado de cerebro que impide explorar la médula de la propia inclinación al Hades o al olvido. La "búsqueda de sentido" tan popularizada por Viktor Frankl, se reduce a darle prioridad a algo. Yo solo he podido priorizar la supervivencia más básica, y eso no tiene sentido alguno.
VII.
El lector casual pensará "este escrito es su forma de pedir ayuda". ¿Ayuda? No necesito ser "salvado". ¿De qué, de la muerte? No busco palabras de aliento, ni ser persuadido.
Escribo porque es un tema tabú. El solo término ensombrece el ánimo, interrumpe el aliento. Si un suicida aborda el tema, el resto calla o censura. Otra razón por la que escribo es que el discurso del suicida común es visceral, mal estructurado, vacío y hasta aburrido. Un cliché que se limita al "ya no quiero vivir", "nadie me quiere", "mi pareja me abandonó"; tonterías infantiles que ni conmueven, ni inspiran ayuda, ni suscitan reflexión, nada aportan. Solo quise esbozar un testimonio más o menos racional de una mente que ha asumido la muerte como escape. Una mente que ya dejó atrás el chantaje, el deseo de atención, el orgullo alimentado por el falso valor que implica pegarse un tiro en la sien, y a la que quizá le tome años consumar su proyecto de muerte (se puede vivir toda una vida sin esperanza). Para que algún terapeuta o curioso del tema tenga una pieza honesta y directa, sin apología ni lamentación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario