viernes, 16 de octubre de 2015

Crónica de un selfie amargo (2).

El asunto hubiera quedado ahí. Pero la madre de "S" debía intervenir. Actuando como es su costumbre, cada vez me es más difícil expresarme sobre esta persona en términos decentes. Y es que me sorprende, porque creí ya saber qué tan vulgar y corriente podría ser. Uno podría pensar que, dado el tipo de gente que convoca un evento de esos, su conducta fue más que acorde. Pero el grueso de los asistentes se comportó de forma civilizada a pesar del alcohol que consumían.

Al regresar "S" a su lugar, lo que esta señora hizo fue encararse con el elemento de seguridad próximo a nuestros asientos (el que varias veces le impidió a "S" acercarse al escenario), en actitud agresiva, como a punto de tirarle un golpe, lo que seguramente habría hecho de tener una fuerza y estatura mínimamente aceptables. La escena se antoja absurda si consideramos que esta señora apenas mide 1 metro 40 centímetros (un mísero tapón de acuerdo a los estándares que la ubicarían como "enana") y el tipo de seguridad, poco más de 1.70. Aquella, de complexión obesa; este, delgado atlético.

Por supuesto, el tipo casi se echó a reir y la ignoró por completo. Yo, absorto en mi asiento, jamás creí que llegaría a ver semejante escena. Si una actitud altanera es una actitud inmadura... ¿qué ha aprendido esta persona en 59 años? ¿en qué ayudó a su hija con ese berrinche? ¿está su sentido de la persuación tan torcido que creyó que así apelaría a la condescendencia del personal de seguridad?
¿es esa su idea de "solución"?

Lo peor es que la troglodita lo menciona con orgullo. Dentro de su corteza mono-neural, ella cree que se vió bien, que impresionó a los que atestiguamos su drama. Una persona mínimamente honorable se avergonzaría de sí misma; no así ella, que cree haberse dado a respetar al "dar la cara" por su hija. Todo lo contrario: semejante comportamiento es deleznable.

Regresó a su asiento, empujando con el hombro al elemento de seguridad, que estuvo ahí un rato. Luego llegaron otras personas de su equipo. Querían sacar a la enana ("¿nos acompaña a la salida, por favor?") pero se hizo la sorda. Imaginé cómo se la llevaban y la echaban cual bulto, lo cual no ocurrió. El personal desistió, pero tenía constante ojo sobre ella, que empezó a lloriquear pretendiendo victimismo por mal trato.

A este punto ya no tenía ánimo para estar ahí, así que le dije a "S" que debía ir al baño. La verdad quería estar solo. Me sentía rebasado por la insistencia de "S" con respecto al selfie y sus consecuencias y hastiado de la reprobable reacción de su madre. Encontré una silla por ahí y me senté un rato. Ese momento fue lo único que disfruté del evento. Pude rumiar algunas maldiciones a gusto: pensé que la situación ya no podría devenir peor. Me irritó cómo "S" y su madre tienden a arruinar las cosas, hacer de inocentes víctimas, culpar a otros y seguir tan contentas. Pero sobre todo lamenté mi pasividad... ¿por qué tengo que tolerarlas, por qué sigo en contacto con ellas, por qué no retomo mi vida, mi paz, mi libertad?

Al volver a mi asiento, un elemento de seguridad del artista (no del lugar) me echó luz en la cara con una pequeña lámpara. Mediante señas nos invitó a "S" y a mí a pasar al escenario. Yo negué con la cabeza a la vez que hice un ademán de "gracias" pero insistió. Finalmente "S" se acercó al escenario y obtuvo la mentada selfie con el artista, que el mismo hombre de seguridad tomó, lo cual la anula como selfie, pero fue una buena foto, cabe decir. Y sobre todo ¡qué gran tipo! Evidentemente vio todo lo que pasó y se compadeció de "S". Al volver ella a su asiento, nuevamente le agradecí. La verdad me conmovió su gesto. No tenía por qué hacerlo; consentir un capricho no era parte de su trabajo. El tipo tenía corazón.

Terminó el evento, y ya dentro del taxi la señora me preguntó qué tal lo había pasado. "¿Qué tal un auto-exámen?", pensé. Respondí que más o menos, sin referirme a su comportamiento. No iba a decirle que lo malo residió en ellas, así que divagué en boberías sobre la calidad del sonido, el desempeño del artista, etc.

No puedo cambiar lo que son, tan solo puedo observar su comportamiento, como un explorador ante una tribu salvaje... a riesgo de ser devorado.

Crónica de un selfie amargo.

No estaba seguro de escribir sobre esto. Pensaba dejarlo pasar, hacer como si no hubiera ocurrido. Llegué a pensar que tal vez exagero algo poco relevante. El idioma inglés tiene términos para esto: overreact, drama queen. Pero no hacer alguna anotación sería como consentir conductas que veo inadecuadas, no porque me considere moralmente superior sino por el simple hecho de que son perniciosas.

Me invitaron a un concierto de música para el populacho, evento más o menos masivo, pero no de mi agrado ya por el género musical, ya por la aglomeración de gente. Nuestros asientos se ubicaban a unos metros del escenario y podíamos ver al artista muy cerca sin estar en primera fila. "S" tenía intención de tomarse un "selfie" con él en cuanto hubiera oportunidad. De repente noté que "S" ya no atendía tanto a la música, como a la proximidad del cantante, sosteniendo ansiosa su iphone. Se levantaba y se sentaba, alentada por su madre que le insistía en aproximarse. Otras fans comenzaron a hacer lo mismo. Aquello se convirtió en un asedio. Mucha gente dejó de atender el espectáculo para rondar el contorno del escenario, esquivando al personal de seguridad o rogándole por un momento con el artista.

"S" lo intentó varias veces pero fue interceptada o devuelta a su asiento, otras obstaculizada por el resto de fans amotinadas. Algunas de ellas lograban colarse, recibiendo preferencia por la gente de seguridad, debido a su apariencia. El artista también las discriminaba, permitiendo "selfies" con las escotadas, las de mini-falda. Cuando por fin "S" pudo abrazarlo, este no le hizo mucho caso, y muchas más se abalanzaron. La gente de seguridad intervino regresando a la mayoría, incluyendo a "S" que no logró la anhelada foto.

Regresó llorando a su asiento. No pude mas que intentar consolarla con abrazos y estrechando su mano, pero no paraba de llorar. Pasados unos minutos se calmó un poco y me dijo que su llanto era de coraje y decepción: le enojó que tanto el equipo de seguridad como la masa fanática le hayan frustrado su intento, y le dolió sentirse despreciada por el artista, que la ignoró por otras fans.

Es preciso aclarar tres puntos para hacer entendible lo que pasó, y espero tener el tacto suficiente con el último, porque es una cuestión delicada.

En primer lugar, hemos de entender que la finalidad de un concierto es ver al artista en turno desplegar el talento que lo ha encumbrado como tal. Se presenta para cantar, como el público para escucharlo. No va a tomarse "selfies" con ellos; de ahí que se le denomine "concierto" y no "sesión fotográfica multitudinaria". El fan paga un boleto para escuchar al artista en vivo, no para que haga de adorno en su narcisista "selfie". Si bien el artista se debe al público, NO le pertenece ni es su esclavo al capricho de aquél solo porque ha pagado un boleto. Si así fuera, cada concierto sería caótico y por ende, irrealizable.

En segundo, el personal de seguridad no está ahí para delicadezas sino para aplacar conductas inapropiadas o que comprometan la integridad del artista y el público: la rudeza con que se manejan es intrínseca a su trabajo y en ese tipo de eventos populacheros es más que necesaria.

Tercero (aquí lo delicado): que una persona que admiramos nos desprecie abiertamente debido a nuestro aspecto, supone un golpe fundamental a la auto-estima. "S" se sintió desairada, e hizo que se sintiera fea. Aquél artista le hizo sentirse poco atractiva. Y ninguna mujer merece experimentar eso jamás. Pero... entendamos que el artista también es humano. "S" no es fea, tiene cierto encanto... pero en ese contexto, en ese momento, habiendo rubias, chicas escotadas o en mini-falda, era lógico que la atención del artista se volcara a ellas y no a una chica promedio, de aspecto común. Está en su derecho, no está obligado a nada. El instinto no opera en patrones justos o injustos, tan solo se entrega a la satisfacción, ciego de herir a nadie, sin considerar sentimientos. La discriminación no tiene piedad, pero es parte de la vida y hemos de coincidir con ella alguna vez.

Claro que no le dije nada de esto a "S" ni lo haré nunca. Sería una segunda crueldad contra ella. Espero que con el tiempo se dé cuenta que lo ocurrido esa noche fue un conjunto de factores y reacciones que no definen su valor como mujer y ser humano. Para ella fue una experiencia humillante que me dolió también a mí. Y se me rompe el corazón al recordarla tratando de abrirse paso entre el resto de fans y el personal de seguridad para regresar a su asiento completamente desmoralizada. Pero nunca debió intentarlo. Debió quedarse en su asiento, disfrutar el evento y no forzar una situación que solo nos causó pesar.

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