5 de Marzo.
Me levanté temprano y me despedí de «S» prometiéndole regresar ese mismo día. Estaba muy nervioso, no sabía qué hallaría en casa. ¿Me encontraré a los parientes de mi padre ahí? ¿en qué condiciones estará el departamento? ¿mi gatita, qué ha sido de ella?
Al llegar entré como siempre. No había nadie. Me recibió mi gatita y vi que tenía alimento y agua de sobra. También había bolsas con ropa de la familia del viejo. Evidentemente habían estado ahí por días. Entré a mi cuarto y muchas de mis cosas habían sido movidas, los cajones esculcados y según la disposición de mi escaso mobiliario deduje que se instalaron ahí para dormir.
Tuve que concluir que fueron a visitar a mi padre, que quizá se hallaba en mal estado y estuvieron con él hasta su muerte. Si fueron a visitarlo casualmente o si les llamó es algo que nunca sabré. Ni me interesa.
Arreglé un poco la casa, luego me senté en el sillón de mi cuarto, con mi gatita como compañía. Me extrañaba y yo a ella. Así estuvimos una hora, yo sintiéndome extraño, un intruso en mi propia casa. Pensaba en la sentencia de la anciana: «Esa... ¡no es tu casa!». Y se me ocurrió revisar nuevamente mi cajón en busca de las escrituras del departamento, que afortunadamente aún estaban ahí. Mi capacidad para prever escenarios nefastos usualmente es aplacada por la apatía del «no pasa nada» pero esta vez tuve el acierto de guardar las escrituras en la mochila para llevarlas conmigo.
Algo dentro de mí me decía que debía extraer más cosas pero esta vez la desidia imperó. Así que sólo tomé un libro, «El mundo de ayer» de Stefan Zweig. Es casi profético que haya elegido ese libro de mi amada librería.
Me despedí de mi gatita prometiéndole volver.
No he vuelto a verla desde entonces.
Mi gatita, mi bebé.
Me levanté temprano y me despedí de «S» prometiéndole regresar ese mismo día. Estaba muy nervioso, no sabía qué hallaría en casa. ¿Me encontraré a los parientes de mi padre ahí? ¿en qué condiciones estará el departamento? ¿mi gatita, qué ha sido de ella?
Al llegar entré como siempre. No había nadie. Me recibió mi gatita y vi que tenía alimento y agua de sobra. También había bolsas con ropa de la familia del viejo. Evidentemente habían estado ahí por días. Entré a mi cuarto y muchas de mis cosas habían sido movidas, los cajones esculcados y según la disposición de mi escaso mobiliario deduje que se instalaron ahí para dormir.
Tuve que concluir que fueron a visitar a mi padre, que quizá se hallaba en mal estado y estuvieron con él hasta su muerte. Si fueron a visitarlo casualmente o si les llamó es algo que nunca sabré. Ni me interesa.
Arreglé un poco la casa, luego me senté en el sillón de mi cuarto, con mi gatita como compañía. Me extrañaba y yo a ella. Así estuvimos una hora, yo sintiéndome extraño, un intruso en mi propia casa. Pensaba en la sentencia de la anciana: «Esa... ¡no es tu casa!». Y se me ocurrió revisar nuevamente mi cajón en busca de las escrituras del departamento, que afortunadamente aún estaban ahí. Mi capacidad para prever escenarios nefastos usualmente es aplacada por la apatía del «no pasa nada» pero esta vez tuve el acierto de guardar las escrituras en la mochila para llevarlas conmigo.
Algo dentro de mí me decía que debía extraer más cosas pero esta vez la desidia imperó. Así que sólo tomé un libro, «El mundo de ayer» de Stefan Zweig. Es casi profético que haya elegido ese libro de mi amada librería.
Me despedí de mi gatita prometiéndole volver.
No he vuelto a verla desde entonces.
Mi gatita, mi bebé.