El estrés de las audiencias me ofuscó y cuando estas terminaron, entré en un estado de «sedación» emocional. No sentía nada. Quería alimentar sentimientos de victoria por haber sentado a esos idiotas frente a un juez, pero la realidad es que no se hizo justicia. Y aunque ya lo había previsto no quedé del todo satisfecho.
Cuando volví a mis estados emocionales habituales fue que esas ideas de venganza emergieron. Supongo que es normal experimentar eso por un tiempo, pero tales pensamientos no me parecen sanos. De hecho son bastante atroces y sería de mal gusto detallarlos. Baste especular de qué sería uno capaz si le fuera posible aplicar justicia propia contra un delincuente.
Jamás llevaré a cabo nada de lo que imagino, y no lo haría aunque tenga la posibilidad. Si bien esa gente y sus actos merecen castigo, no seré yo quien lo imparta y tampoco las leyes, que a diario muestran su ineficacia. De hecho lo más común en el sistema de ¿justicia? penal actual es condonar los delitos y liberar a los infractores. Cada vez que veo las noticias me es más evidente que toda esta supuesta justicia que según procura el sistema penal en mi país es sólo teórica, inaplicable al mundo real.
De ahí que el ciudadano común, en su desesperación, en su anhelo de equilibrar la balanza a su favor, sueñe con, o de hecho busque «alternativas». No es difícil en México contratar matones o sicarios que le den caza a las lacras que nos perjudicaron, en reemplazo de una justicia inexistente. Infortunadamente no tengo el estómago para hacer eso, pero si llegara a tenerlo, de qué serviría. No recuperaría lo perdido.
Aunque el mundo sería mejor sin esa gente.
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