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"L'abisso", Roberto Ferri. |
Tal vez a alguno de ustedes le ha ocurrido que conoce muy bien a alguien, o por lo menos conoce aspectos que otros no, y cuando esos otros aluden a ese alguien forma laudatoria, ustedes enumeran mentalmente los detalles escabrosos que esa gente ignora. Pues una conversación así me habría resultado harto incómoda, porque me vería obligado a mentir, respaldando opiniones en aras de la imagen que mis familiares quisieran mantener sobre mi padre. No mencionemos ya cuando la charla se hubiera dirigido a mi persona.
Hace años renuncié a la tortuosa prueba de justificarme ante otros sobre mi vida pasiva y mediocre. Prefiero evadirme, huir, esconderme. Qué podría referir que resultara valioso. La gente solo busca la confirmación de estar frente a un miembro productivo de la sociedad. Represento la antítesis del hombre creativo y con iniciativa. Etiquetarme como fracasado sería erróneo, porque para que el fracaso exista, se requiere una serie de esfuerzos sin fruto como condición previa. Así que no soy un fracaso, sino un ente petrificado en la inacción.
Retomando la hipotética conversación, la vena espiritual de mi tío habría colado el tema de la vida y la muerte. Siento que el tema se estanca si se aborda desde el sentimentalismo, pero entiendo que es probable que la cuestión nos pegue más a medida que envejecemos. Seguramente mi tío hubiera querido saber mis pensamientos en relación con las tres muertes añadidas a mi experiencia. Por el cariño que le tengo habría hecho lo posible por no decepcionarlo, acudiendo a ideas que bordean el cliché.
Pero, sinceramente, debo decir que poco he aprendido de esas pérdidas, aunque hayan significado mucho. Estoy seguro que semejantes eventos ofrecen gran enseñanza, pero no he sido lo bastante intuitivo para extraerla. Mi reacción a ellas fue la negación. Sin embargo, en el diálogo hubiera imperado la “reciente” muerte de mi padre, y me hubiera quedado mudo la mayor parte del tiempo sin contribuir mucho. Porque su muerte me sorprendió, pero no me dolió. Solo ha sido más complicada, no por si misma, sino por los eventos que desencadenó.
No reseñaré mis auténticas pérdidas en estos párrafos. Pero de algún modo, ese historial de pérdidas (incluidas mis dos gatitas) me endureció. Cuando acaeció la muerte de mi padre, ya estaba yo muy curtido como para desmoralizarme. Más bien me preocupé por las cuestiones materiales. Así que, sobre la muerte, nada puedo decir que le dé claridad o la enriquezca. La filosofía siempre ha ofrecido disertaciones pertinentes. La ciencia la explica como fenómeno físico, lo que ayuda a comprenderla. Ahí está también la tanatología.
En lo personal, la muerte no me ha hecho más sabio o maduro. Solo ha deformado mi carácter y creo que debería ofrecer disculpas por eso, porque en teoría estoy obligado a aportar algo que ayude a los demás y en cambio he rendido cuenta de mi resultante indolencia. Pero quien lea esto puede tomarlo como prevención y evitar que las tragedias personales le tornen mezquino.
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