lunes, 30 de diciembre de 2019

Apuntes retrospectivos.

La primera entrada de este año se suponía que era un epílogo informal. Perfecto cierre porque deja clara la intención de proseguir sin muchas expectativas. Pero parece que estoy atado a este blog, y la verdad no me molesta: hay pensamientos que solo tienen cabida en este sitio. He vagado diez años por la blogósfera, término anacrónico ante Facebook, Instagram, Twitter y Whatsapp. Esas alternativas nunca fueron para mi, no permiten la construcción de un sitio con identidad propia.

Estoy pensando si lo que me pasó (despojo de mi inmueble) tuvo su lado favorable. Supongamos que hubiera permanecido en casa viviendo solo (que prácticamente ya era así, al vivir con una sombra de ser humano)... ¿qué vida llevaría? La verdad no habría podido salir adelante y habría terminado viviendo en casa como indigente, incapaz de pagar las cuentas, de arreglar ese departamento, de lidiar con el administrador, etc. En cambio, se me dio asilo y ayuda en otro lugar, donde he podido más o menos despuntar. Estoy lejos de morirme de hambre: peso 85 kilos, midiendo 1 metro 70.

Así que volver ahí ofrece una perspectiva funesta porque pone en relieve toda mi incompetencia. De milagro puedo conmigo mismo, con mi manutención más básica. ¿Cómo podría hacerme cargo de una casa, aunque sea pequeña, en mi condición de hombre inútil? No tengo idea de qué hacer cuando recupere ese inmueble... ni siquiera estoy seguro de recuperarlo pronto o si lo recuperaré algún día. Estoy en completa desventaja debido a mi discapacidad, la cual aún no he podido definir. ¿Es fobia social, alguna deficiencia a nivel cerebral, falta de voluntad, indefensión aprendida profundamente arraigada? No tengo idea.

El hecho es que jamás he estado a la altura de los acontecimientos y no me siento para nada confiado.

jueves, 12 de diciembre de 2019

Animal.

Debido a un vídeo que explica los beneficios de la gratitud, de inmediato detecté que dicha cualidad no opera correctamente en mi caso. La viñeta que muestra el vídeo expone cómo al recibir un beneficio, el área del cerebro donde reside la empatía se activa en automático, intentando devolver bien por bien. Esta sensación de gratitud conduce naturalmente a la reciprocidad, pilar de cualquier estructura social.

En un cerebro óptimo, tal mecanismo funciona de forma impecable. De lo que no se habla es de cómo opera esto en una mente estropeada. Viví alrededor de diez años con hambre, en un estado de semi inanición, siendo apenas capaz de procurarme algún sustento o recibiendo limosnas para sobrevivir un día más. Tanto tiempo en ese estado debió causar un deterioro: los mecanismos de la gratitud quedaron destruidos.

Mi reacción ante un acto benévolo es como de un animal salvaje al que le arrojan carroña: la tragará y se sentirá aliviado, pero no agradecido. Para él no existe la satisfacción de su apetito, sino el haber paliado temporalmente la tortura del hambre. Ya no hay energía mental para consideraciones como dar las gracias. La estructura social del cerebro ha cedido completamente a la descarnada prioridad.

Por supuesto que si tuviera los recursos compensaría todo lo que se me ha otorgado. Soy capaz de apreciarlo y contabilizarlo, y aunque siento la urgencia de retribuirlo, no sé cómo hacerlo. Lo único que me queda sugerir es: evita someterte a severos rigores por demasiado tiempo o perderás tus estándares. Tus aspectos más civilizados se verán mermados y los agrestes se volverán dominantes.

Entradas más leídas