Ayer tembló nuevamente en la Ciudad de México. 5.9 grados. Estuvo un poco rudo. Nunca perdí la calma, pero debo aceptar que me asusté un poco. Al sentir el movimiento, ver la convulsión de los cables eléctricos y la agitación del entorno, me sentí amenazado, insignificante. Cuando se incrementó la intensidad, también se sacudió algo dentro de mí, y reflexioné súbitamente en el sentido de mi existencia, como si ese sismo quisiera despertarme de este letargo insensible que es mi vida rutinaria, y me instara en busca de cosas más esenciales.
Como si me exigiera aprovechar mi tiempo y retomar mis metas, mis planes, mis ideales, aferrarme a ellos y no abandonarlos jamás; a no hundirme más en la indiferencia y por el contrario, entregarme a la vida, asumiendo los riesgos y aprendiendo de ellos, y valorar cada error y cada acierto como enseñanzas, enseñanzas que nunca me darán los libros, la meditación ni la invariable rutina. Sentí un impulso de vivir intensamente que antaño no sentía, y en medio de la sacudida me sentí liberado, como si hubiera encontrado algo perdido hace tiempo: sed de vivencias, triunfos, fracasos, riesgos, aprendizaje...
entusiasmo por la vida, ganas de vivir.
Esas ganas de vivir que se han visto opacadas por falta de retos y una rutina predecible, en la que nunca pasa nada, y la elección más importante resulta ser vanal e intrascendente.
¿Por qué aferrarme a una lucha contra mis impulsos? ¿porqué sujetarme a un estricto auto-conocimiento? ¿por qué refugiarme en la seguridad de las constumbres programadas? En ese día gris me dí cuenta que negar la vida y darle la espalda es un crimen, casi pecado. Me pareció uno de los días más brillantes de mi vida.
Y experimenté las cosas habituales como si fueran nuevas, y recuperaron su brillo. Mi gato, mis vecinos, mi soledad, mi café negro de todas las noches; la oportunidad que la vida me otorga todos los días de elegir sobre cualquier aspecto; mi tiempo presente, que a cada momento me concede el privilegio de ser y hacer según mi elección y hasta donde mis ideas y circunstancias lo permitan.
Pero fue solo una impresión fugaz, y sé que dentro de poco perderé ese sentimiento. La rutina y sus insignificancias lo consumirán, volverán a atraparme y este torrente de impresiones no habrá sido mas que un lapsus producto de un evento tan mínimo como esas mismas impresiones que me provocó.
Reflexiones absurdas las mías.
sábado, 23 de mayo de 2009
viernes, 1 de mayo de 2009
Reflexión tardía.
Cumplir un año más en este mundo y pasar de un círculo generacional a otro es parte del ciclo de vida. Me fuí a dormir como un hombre de 29 y desperté como uno de 30. Me asomé por la ventana y todo seguía exactamente igual. Nada había cambiado, excepto yo, que no pude evitar reflexionar un poco.
Me gustaría decir que me siento mejor que nunca, que es la mejor etapa de mi vida, que he logrado todo lo que me he propuesto. No es así. Me siento inconforme. Creo que la insatisfacción es el peor estado que alguien puede sentir. Es horrible. Y lo es más cuando es demasiado tarde para corregir. No es que me queje de lo que ha sido mi vida, porque nada ha obstaculizado mi desarrollo, pero me gustaría que hubiera sido un poquito diferente. Nada extraordinario, solo una vida más plena, más realizada.
Siempre he intentado expander mi visión de la vida como un todo, pero ahora no puedo evitar contemplarla sin la constricción del tiempo, y esto se está convirtiendo en la norma. Tengo miedo de que la vida me rebase... sino es que ya lo está haciendo. ¿Y si llego a la vejez arrepentido? ¿Cómo sabré que lo he hecho bien? No podré engañarme al respecto. Y entre más pasa el tiempo más dudo de mí mismo. He tratado de compensar esta inquietud haciendo cosas que no van conmigo. Intenté ganarme el aprecio de una mujer 10 años menor. ¿A quién quiero engañar? Como si eso me fuera a devolver la juventud o a restaurar el pasado. Me traicioné a mí mismo. Yo no soy así.
Cada día me vuelvo más nostálgico. Mis referentes emocionales se ubican cada vez más en el pasado y sinceramente, no contemplo un futuro favorable para mí en ningún aspecto. Pero he construido una esperanza. Una esperanza de la que no me fío mucho, pero que conservo de todos modos: me concibo en el futuro mejor que nunca, y la madurez como mi mejor etapa, fruto de una bien aprovechada juventud ensayo-error ensayo-acierto. Pero vuelvo la mirada atrás cuando esta esperanza resulta insuficiente. ¿Por qué me aferro a un pasado que no me gusta del todo? Porque las oportunidades disminuyen en la medida en que la edad aumenta, así que entre más pasa el tiempo más idealizo el pasado.
Creo que comienzo a vivir de recuerdos y a añorar cómo era y me sentía entonces. El deterioro se hace sentir, y más que nada en lo físico. Los movimientos que antes realizaba con facilidad ahora representan un esfuerzo considerable. Reconozco que parte de mi confianza reside en mis fuerzas físicas, y ahora que las veo disminuir, me siento amenazado. ¿De qué sirve una longevidad sin facultades? No tiene sentido.
No soy de los que se auto-destruyen, sino de los que se abandonan. Y eso me ha perjudicado mucho. Pero tambien ha hecho resurgir en mí ese indefinible afán de perfección, de morir y renacer constantemente. Un haz de luz que atraviesa mi corazón y me pregunta:
Esta pregunta me reorienta y devuelve el ánimo.
Así que no hay más que seguir adelante, porque es lo mejor que se puede hacer. Siempre y ante todo. La vida no está diseñada para que las cosas sucedan exactamente como uno desea, y no hay mejor oportunidad para probarse como guerrero. Ya lo dijo Jesucristo:
"Si debe haber pruebas, que vengan; porque cada victoria que se obtiene sobre el ´YO´ inferior, se traduce en mayor fortaleza".
Me gustaría decir que me siento mejor que nunca, que es la mejor etapa de mi vida, que he logrado todo lo que me he propuesto. No es así. Me siento inconforme. Creo que la insatisfacción es el peor estado que alguien puede sentir. Es horrible. Y lo es más cuando es demasiado tarde para corregir. No es que me queje de lo que ha sido mi vida, porque nada ha obstaculizado mi desarrollo, pero me gustaría que hubiera sido un poquito diferente. Nada extraordinario, solo una vida más plena, más realizada.
Siempre he intentado expander mi visión de la vida como un todo, pero ahora no puedo evitar contemplarla sin la constricción del tiempo, y esto se está convirtiendo en la norma. Tengo miedo de que la vida me rebase... sino es que ya lo está haciendo. ¿Y si llego a la vejez arrepentido? ¿Cómo sabré que lo he hecho bien? No podré engañarme al respecto. Y entre más pasa el tiempo más dudo de mí mismo. He tratado de compensar esta inquietud haciendo cosas que no van conmigo. Intenté ganarme el aprecio de una mujer 10 años menor. ¿A quién quiero engañar? Como si eso me fuera a devolver la juventud o a restaurar el pasado. Me traicioné a mí mismo. Yo no soy así.
Cada día me vuelvo más nostálgico. Mis referentes emocionales se ubican cada vez más en el pasado y sinceramente, no contemplo un futuro favorable para mí en ningún aspecto. Pero he construido una esperanza. Una esperanza de la que no me fío mucho, pero que conservo de todos modos: me concibo en el futuro mejor que nunca, y la madurez como mi mejor etapa, fruto de una bien aprovechada juventud ensayo-error ensayo-acierto. Pero vuelvo la mirada atrás cuando esta esperanza resulta insuficiente. ¿Por qué me aferro a un pasado que no me gusta del todo? Porque las oportunidades disminuyen en la medida en que la edad aumenta, así que entre más pasa el tiempo más idealizo el pasado.
Creo que comienzo a vivir de recuerdos y a añorar cómo era y me sentía entonces. El deterioro se hace sentir, y más que nada en lo físico. Los movimientos que antes realizaba con facilidad ahora representan un esfuerzo considerable. Reconozco que parte de mi confianza reside en mis fuerzas físicas, y ahora que las veo disminuir, me siento amenazado. ¿De qué sirve una longevidad sin facultades? No tiene sentido.
No soy de los que se auto-destruyen, sino de los que se abandonan. Y eso me ha perjudicado mucho. Pero tambien ha hecho resurgir en mí ese indefinible afán de perfección, de morir y renacer constantemente. Un haz de luz que atraviesa mi corazón y me pregunta:
"¿Para qué estás aquí?".
Esta pregunta me reorienta y devuelve el ánimo.
Así que no hay más que seguir adelante, porque es lo mejor que se puede hacer. Siempre y ante todo. La vida no está diseñada para que las cosas sucedan exactamente como uno desea, y no hay mejor oportunidad para probarse como guerrero. Ya lo dijo Jesucristo:
"Si debe haber pruebas, que vengan; porque cada victoria que se obtiene sobre el ´YO´ inferior, se traduce en mayor fortaleza".
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