sábado, 23 de mayo de 2009

Conmoción pasajera.

Ayer tembló nuevamente en la Ciudad de México. 5.9 grados. Estuvo un poco rudo. Nunca perdí la calma, pero debo aceptar que me asusté un poco. Al sentir el movimiento, ver la convulsión de los cables eléctricos y la agitación del entorno, me sentí amenazado, insignificante. Cuando se incrementó la intensidad, también se sacudió algo dentro de mí, y reflexioné súbitamente en el sentido de mi existencia, como si ese sismo quisiera despertarme de este letargo insensible que es mi vida rutinaria, y me instara en busca de cosas más esenciales.

Como si me exigiera aprovechar mi tiempo y retomar mis metas, mis planes, mis ideales, aferrarme a ellos y no abandonarlos jamás; a no hundirme más en la indiferencia y por el contrario, entregarme a la vida, asumiendo los riesgos y aprendiendo de ellos, y valorar cada error y cada acierto como enseñanzas, enseñanzas que nunca me darán los libros, la meditación ni la invariable rutina. Sentí un impulso de vivir intensamente que antaño no sentía, y en medio de la sacudida me sentí liberado, como si hubiera encontrado algo perdido hace tiempo: sed de vivencias, triunfos, fracasos, riesgos, aprendizaje...

entusiasmo por la vida, ganas de vivir.

Esas ganas de vivir que se han visto opacadas por falta de retos y una rutina predecible, en la que nunca pasa nada, y la elección más importante resulta ser vanal e intrascendente.

¿Por qué aferrarme a una lucha contra mis impulsos? ¿porqué sujetarme a un estricto auto-conocimiento? ¿por qué refugiarme en la seguridad de las constumbres programadas? En ese día gris me dí cuenta que negar la vida y darle la espalda es un crimen, casi pecado. Me pareció uno de los días más brillantes de mi vida.

Y experimenté las cosas habituales como si fueran nuevas, y recuperaron su brillo. Mi gato, mis vecinos, mi soledad, mi café negro de todas las noches; la oportunidad que la vida me otorga todos los días de elegir sobre cualquier aspecto; mi tiempo presente, que a cada momento me concede el privilegio de ser y hacer según mi elección y hasta donde mis ideas y circunstancias lo permitan.

Pero fue solo una impresión fugaz, y sé que dentro de poco perderé ese sentimiento. La rutina y sus insignificancias lo consumirán, volverán a atraparme y este torrente de impresiones no habrá sido mas que un lapsus producto de un evento tan mínimo como esas mismas impresiones que me provocó.

Reflexiones absurdas las mías.

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