Recuerdo cuando un chico, vecino nuestro, te trajo a casa. Dijo que te habían puesto dentro de su mochila sin haberse dado cuenta mientras viajaba en camión. ¡Vaya historia! Ese es, según la versión oficial, tu origen hasta donde sé y la forma en que llegaste a nosotros. No recuerdo el día, pero fue en Mayo de 1997, porque ese mes se estrenó Dragon Ball Z y mi conciencia andaba absorta en eso. Mi madre se encariñó contigo de inmediato; eras realmente adorable. No me creerás esto, pero yo no te quería porque ya teníamos a Thomas II y no tenía disposición para cuidar otro gatito más. Además estaba temeroso de que él te atacara pero te aceptó sin ningún problema. Ahí estabas tú, hecha bolita siendo inspeccionada y finalmente aprobada por él.
Cuando te trajeron con nosotros estabas bien chiquita y te calculamos apenas un mes de vida. Aún no podías comer sólidos y te alimentábamos con biberón. Devorabas la leche. Tu pancita abultada y rosada parecía no tener fondo; siempre estabas hambrienta. Sufriste mucho con las pulgas que te pasaban por la cara, pero bastaron 2 o 3 baños para erradicarlas. Eras tan pequeña que mi madre te bañaba en el lavabo.
La primera vez que te servimos leche en un platito te abalanzaste hacia él y casi bebes tu leche hasta por la nariz. Hiciste "bucitos". También fue todo un evento la primera vez que "hiciste" en tu diminuta caja de arena. Maullabas porque era una experiencia nueva para tí; no sabías qué estaba pasando. Perdón, pero es que me causó gracia ese momento y me sigue pareciendo chusco cuando lo recuerdo.
Te convertiste en la hermanita menor de Thomas II, lo seguías a todas partes y eras su compañerita fiel. Desde el principio demostraste ser una ternura; eras bien empalagosa con él, quien parecía sentirse atosigado. Era bien chistoso verlo, tan grande, huyendo de tí y tú, tan pequeña, corriendo atrás de él persiguiéndolo.
Thomas era mi compañero, pero su espíritu aventurero lo hacía ausentarse por días y una vez ya no regresó. No sé qué haya sido de él. Así pasa con los gatos aventureros, que un día ya no regresan. Yo te culpaba en parte porque no lo dejabas en paz y me soportaba en eso para evitar sentir cariño por tí. Pero mi lucha interna para no encariñarme contigo fue inútil; pronto te adueñaste de mi corazón.
El resto es historia. Jugaba contigo arrojándote una bolita de papel que tú cazabas y me devolvías para que volviera a lanzarla. Luego me escondía de tí y tú me buscabas. Te desesperabas al no encontrarme y comenzabas a maullar. Entonces yo hacía algún ruido para que notaras mi presencia y entonces corrías hacia donde yo estaba.
Por las mañanas te gustaba tomar el Sol en la ventana de la sala. Luego pasabas a tomarlo en la ventana de mi cuarto, cuando ya se había movido. Tengo fotos de eso. La esquina de mi cama que da a la ventana era tu lugar. Después, abatida por el Sol, te tendías en el suelo fresco.
Te atemorizaban los truenos. Cada vez que el cielo retumbaba te ocultabas en algún rincón, casi siempre en el tambo del closet que también convertiste en tu lugar.
Poco a poco te convertías en mi verdadera y única amiga. Muchos ignoran que un animal brinda una amistad más noble que la amistad condicional, prejuiciosa y endeble que ofrece un ser humano.
Todos los días me despertabas, levantando las cobijas con tu garrita, destapándome para que te diera de comer.
Extraño que me sigas al entrar a la cocina. Incluso te me adelantabas y entrabas antes que yo. Parecías tener hambre todo el tiempo. Muchas veces te pisé porque te parabas atrás de mí. ¡Pero no entendías! Aunque tu principal alimento era tu comida para gato, te encantaba la avena. Te fascinaba el pollo rostizado. Cada vez que abría una lata de atún corrías a la cocina. La carne de res te enloquecía. Sé que no debía darte ese tipo de alimento pero, ¡qué rayos! Sólo se vive una vez.
Todas estas cosas tan sencillas eran reflejo de tu esencia. Eras la única luz de esta casa.
No estuviste exenta de adversidades, a tu nivel. Como cuando me fui de casa y no te ví por 6 meses. Cuando regresé no me reconociste, me inspeccionabas sigilosa, como tratando de recordar. Sé que quienes te "cuidaron" en esos días no te trataron muy bien. Y a mi regreso se seguían desquitando cobardemente contigo porque no podían tocarme directamente a mí; tal era su impotencia. Pero sobreviviste. Además la vida ya hizo justicia: su propio nivel de ser los ha castigado.
El 16 de Mayo del 2010 te encontré enferma. Cuando desperté estabas recostada conmigo y te veías lastimada. Como en otras ocasiones habías enfermado y te habías recuperado, confiaba en que esta vez sería igual; pero cada día empeorabas hasta que te costaba trabajo levantarte o caminar. Pasabas casi todo el día en el tambo de la ropa. Ahí te llevaba comida, que apenas probabas, y agua. Creo que fue el Miércoles 19 cuando me incliné a tu lado y lloré como niño. Cada vez que abro el closet, te recuerdo ahí y se me rompe el corazón. Me reprocho no haber hecho lo suficiente por tí. Dijo el veterinario que enfermaste de Leucemia pero yo sigo teniendo mis dudas. Mantengo la sospecha de que algo te pasó ese 16 de Mayo porque no es posible que te hayas puesto mal en cuestión de horas. Me siento mal por no haber estado al tanto de tí en ese lapso de tiempo. Pero creo que es inútil torturarse con este tipo de incertidumbres.
El 7 de Junio del 2010 ya estabas muy deteriorada y no era justo que sufrieras de ese modo. Te dediqué unas palabras a viva voz ahí, sentado contigo en el suelo de la cocina. Fui por aquella maleta roja, la acondicioné por dentro para que fueras cómoda y después de una hora de mimarte a manera de despedida, te metí en ella y te llevé al veterinario para que le diera fin a tu sufrimiento. Esa caminata de 20 minutos al veterinario ha sido la más tortuosa de mi vida. Ahí íbamos tú y yo, eran nuestros últimos momentos juntos, y tú debiste pasarlos dentro de una estúpida maleta roja. Cuando el veterinario nos recibió y te saqué de la maleta ya no pude contenerme. Otra vez lloré. Siento haberme comportado así de nuevo, y lo siento también por el veterinario que presenció aquél drama, pero no pude evitarlo.
La última vez que te ví estabas dentro de una bolsa negra de la cual se asomaba tu cabecita inerte. Cerré la puerta del consultorio y te dejé ahí. Regresé a casa con la maleta vacía y el alma partida en dos. Desde entonces ya no soy el mismo, algo dentro de mí se rompió.
A veces me pregunto si fuiste feliz aquí. Yo quiero pensar que sí, así me lo indicaba tu alegría. Este sombrío lugar no impidió que brillaras. Todavía antes de enfermarte y aún a tus 13 años corrías, brincabas, trepabas y jugabas. En el brazo del sillón y las patas del mueble de madera queda constancia de tus afiladas y poderosas uñas. En los demás muebles y mi ropa aún hay mucho pelito tuyo.
Me parece triste que la vida de un ser tan especial como tú pueda ser olvidada, como si nunca hubiese sido. A nadie le importa la vida de un "simple gato". Pero en este medio y en mi corazón sigues viva. Afortunadamente tengo miles de fotos y hasta un par de videos para recordarte. En ellos queda inmortalizada tu alegría.
No quiero que el recuerdo de lo que fueron tus últimos días opaque lo que fue tu vida. Eras inquietud pura, como una niña alegre y juguetona. Dicen que los ojos son el reflejo del alma; pues tus ojos eran pura chispa.
Dios te bendiga.
jueves, 8 de julio de 2010
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