martes, 21 de septiembre de 2010

Infancia al vuelo.

Creo que más vale hacer un resumen de mi infancia, que en lo sucesivo ampliaré según mi memoria (o sea, esto es un borrador). No estoy listo para recapitular a detalle, porque aún debo ahondar en mis recuerdos.

Mi primer recuerdo de la infancia: me encuentro en casa mis abuelos, donde vivíamos, rodeado por mis tíos. Puras caras sonrientes. Me preguntaban sobre uno u otro artista de las portadas de los LPs, y celebraban cuando atinaba a los nombres con mi mala pronunciación.

A ver, ¿este quién es? – Preguntaban mis tíos.

"Lapollón", respondí, refiriéndome a Napoleón, un famoso cantante de aquellos tiempos. Ellos reían a mi alrededor. Y ese es el primer recuerdo que, aunque borroso, me viene a la memoria sobre mi estadía en este mundo. Creo que tenía 2 o 3 años de edad.

Me recuerdo sentado en el suelo, jugando con mi hermano. Tenemos bastantes juguetes frente a nosotros. Juguetes de cuerda, carritos de metal, luchadores de plástico y hasta un cubo Rubik. Entonces mi madre se despide de mí, porque se va a trabajar. La recuerdo volteando hacia mí desde el marco de la entrada. Yo lloraba y le pedía que no se fuera, pero ella me consolaba y me infundía tranquilidad. Mi abuelita, que nos cuidaba en su ausencia, me consolaba también, sentada en un sillón. Después de un rato asmilaba su partida y volvía mis juguetes. Esta escena se repitió varias veces. Es posible que esa escena se haya repetido a menudo, pero sólo recuerdo esa vez.

Mi primera travesura. En casa de mi abuela había un cuarto pequeño en el que sólo cabía una cama y unos cuantos muebles. Le decíamos "el cuartito". Un día, no sé por qué, me bajé los pantalones y oriné en el suelo sin preocupación. Momentos después aparecieron mis tíos y me preguntaron quién había sido. Yo señalé a mi hermano, que se encontraba recostado en la cama del otro cuarto. Mis tíos dejaron de prestarme atención y le dirigieron regaños a mi desconcertado hermano. Por entonces tendría yo 4 años de edad.

Mi segunda travesura. Un día mi madre nos llevó un pollito como mascota. Súbitamente se lo arrebaté, me dirigí al baño y lo arrojé a la taza, jalé la palanca y el pollito afortunadamente no se fue, pero dió muchas vueltas en el agua. Todos quedaron sorprendidos y recuerdo la mirada molesta de mi madre. Ese fue el primer acto de crueldad que cometí contra un animal y aunque me arrepiento, no recuerdo por qué lo hice.

Tengo fotos en las que aparecemos jugando con un par de perritos como mascotas, pero en verdad que no los recuerdo.

Por un tiempo mi tío Makoy se estuvo quedando en casa de mis abuelos, y tenía un gato negro llamado Numa, huraño con todos pero fiel a mi tío, y siempre dormía a sus pies. Yo me acercaba a él y mi tío me advertía que no lo hiciera o me atacaría. Yo ignoraba su advertencia y varias veces mi rostro comprobó las afiladas garras de Numa.

¿Ya ves? Te dije que no te le acercaras – decía mi tío.

Mi primer encuentro con una araña. Era de noche. Me encontraba jugando solo en el cuarto, mi madre, mi abuela y una tía veían televisión en la pieza principal. Entonces volteé hacia abajo y entre mis pies pasaba una araña que me pareció enorme. Yo grité "¡una araña!", y en el acto aparecieron mi madre, mi abuela y mi tía. Ahí estábamos los cuatro admirando la resistencia de la araña al insecticida.

Hablando de insecticida, recuerdo la vez que mi hermano me fumigó. Liberó todo el contenido del químico sobre mí, pero entonces apareció mi abuela, lo regañó y le quitó el bote ya vacío. Pero ambos nos divertimos.

Después de los juguetes pasamos a los rifles de madera cuya munición consistía en fichas metálicas de refresco, pero esto fue años más tarde.

Y recuerdo a quienes ya no están aquí. Mi tía Amparito, que siempre nos recibía con gusto en su casa y nos regalaba siempre una patita de pollo cocida. Su esposo, mi tío Carlos, a quien apodábamos "el Raid Matabichos", ignoro por qué. Mi tío Raúl, que me apodó "el Pelusa" y sonreía cuando le mentaba la madre. Mi abuelito Pedro, maestro de inglés, severo y enojón. Un tío cuyo nombre no recuerdo, al que le faltaba una pierna y siempre salía al patio a recibir los primeros rayos de Sol. Todos ellos, bondadosos, imperfectos, humanos, únicos, estuvieron ahí cuando era niño.

Tuve una infancia entrañable.

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