A veces pienso que la introversión me ha evitado sinsabores y el haberla desafiado valientemente y sin inteligencia tuvo un saldo: la libertad irrecuperable.
Porque impulsado por una ciega sed de vivir me aferré a cada ínfimo atisbo de novedad, de posibilidad de cambio. Quería sentirme aventurero, por una vez en mi vida, y esa mínima ambición me hizo atar.
El hambre, el anzuelo, la trampa. Dos años de coerción camuflada de vitalidad. Consecuencias tanto más lastimosas al saber que bien pude haber huído, de tener el valor.
No fue la vida "malvada"; eso no existe. Me he sepultado solo.
Tal error... a mi edad... vergonzoso.
Lo siento no solo por mi, sino por el niño próximo a nacer.
viernes, 28 de noviembre de 2014
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