Mi rechazo a sostener una charla con la madre de "S" devino en ignorarla con poco disimulo. Antes por lo menos intentaba ponerle atención. Ahora mi mente no está dispuesta a darle importancia a toda esa basura, y ni siquiera me siento mal por despreciar su charla, que siempre se compone de quejas, indirectas, críticas mordaces y anécdotas irrelevantes. En cuanto esa persona se pone a hablar, me concentro en cualquier otro asunto particular. Una vez por ejemplo, repasé un programa de radio que suelo escuchar y evocando una nota graciosa reí, al mismo tiempo que la "suegra" se explayaba en algo según ella chusco que le había pasado años atrás. Creyó que su historia había dado en el blanco haciéndome reír. La verdad es que ni la recuerdo. Mi memoria es un privilegio que sus charlas jamás tendrán.
Por cierto, un par de veces intenté un diálogo con ese espécimen y dada su reticencia a la variación de ideas y puntos de vista, volví a la sana práctica de abandonarla a sus tediosos monólogos. Ese tipo de gente no busca realmente una conversación, ni siquiera la confirmación de sus ideas. Tan solo busca atención o repasar su propio discurso atosigando a otros. Un buen conversador tiene empatía y sabe que una plática demasiado extensa se torna aburrida, así que la mantiene dentro de límites razonables. También es capaz de detectar el hastío en su interlocutor, y concluir sin preguntar estúpidamente lo obvio ("¿ya te aburrí?"). Lo peor es que esta señora
cree tener dones de oradora, que su plática es interesante y que todo lo que emana de su boca es pura inteligencia y gracia. Pero qué insoportable.
En ese esquema, mis fugas al interior no solo son necesarias, sino hasta la respuesta más sana ante un estímulo negativo y soporífero.
Por cierto, un par de veces intenté un diálogo con ese espécimen y dada su reticencia a la variación de ideas y puntos de vista, volví a la sana práctica de abandonarla a sus tediosos monólogos. Ese tipo de gente no busca realmente una conversación, ni siquiera la confirmación de sus ideas. Tan solo busca atención o repasar su propio discurso atosigando a otros. Un buen conversador tiene empatía y sabe que una plática demasiado extensa se torna aburrida, así que la mantiene dentro de límites razonables. También es capaz de detectar el hastío en su interlocutor, y concluir sin preguntar estúpidamente lo obvio ("¿ya te aburrí?"). Lo peor es que esta señora
cree tener dones de oradora, que su plática es interesante y que todo lo que emana de su boca es pura inteligencia y gracia. Pero qué insoportable.
En ese esquema, mis fugas al interior no solo son necesarias, sino hasta la respuesta más sana ante un estímulo negativo y soporífero.
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