martes, 27 de febrero de 2018

Lecciones de un desdichado.

Según lo que se le pudo arrancar a los parientes de mi padre durante la última audiencia, hace exactamente un año lo ingresaron a un hospital donde murió pocos días después. A saber si la fecha es cierta, en realidad no importa. Sólo puedo pensar en la vida de mi padre como una advertencia que deja algunas "lecciones":

No se puede ir contra las tendencias individuales. Si una persona quiere vivir en condición de ruina, vivirá en condición de ruina. Si es su voluntad fracasar en cada aspecto de su vida (ético, social, económico, familiar, emocional, salud), fracasará y nadie puede disuadirla.

No se puede ir contra la existencia y sus reglas. La prosperidad no aparece sola; no es un "postulado" ni un "acuerdo". Es producto de la inteligencia, el esfuerzo y el trabajo. Quien se hunde en la pasividad y el vicio se condena solo y no es culpa de nadie.

Es presuntuoso asumir que las circunstancias están bajo nuestro control o se tornarán favorables solo por un concepto vanidoso de nosotros mismos. La vida es difícil y le es indiferente nuestro apellido, nuestra labia o nuestra supuesta "gran" personalidad.

Estamos obligados a aceptar que las circunstancias pueden sobrepasarnos. Es insensato no columbrar los posibles reveses o creer que estos jamás nos alcanzarán. Lo inesperado sucede todo el tiempo. A la vida no le importan nuestros delirios de grandeza.

sábado, 10 de febrero de 2018

Million Dollar Baby.

Llamó mi atención una escena donde la protagonista convaleciente es visitada por su familia en busca de una firma que les daría beneficios económicos. La protagonista tiene el acierto de mandarlos al diablo.

No puedo evitar pensar en esos eternos parásitos que aprovechan la vulnerabilidad de algún pariente moribundo para seguir comiendo sin trabajar.

Me pregunto si ese tipo de gente no sentirá algo de vergüenza al sacar provecho de algo que no le pertenece. Qué tan plenos se sentirán sabiendo que la comida que a diario se llevan a la boca está siendo patrocinada por el trabajo y esfuerzo de personas ya fallecidas a quienes despreciaron en vida.

Eso es vivir en un grado de miseria y fracaso que no puedo concebir.


viernes, 9 de febrero de 2018

Ensayo sobre mi padre.

El casi infructuoso pleito legal al que me sometí en aras de justicia me dejó en una suerte de "coma" durante un año. Pospuse el pensar o escribir abiertamente sobre mi padre. No puedo enaltecerlo ni calumniarlo, solo tratar de entenderlo.

Desde que nos mudamos al departamento nos dejó muy en claro su inconformidad. “¡Vivimos hasta el p*to infierno!” gritaba en el auto cuando de niños nos llevaba a la escuela. En realidad el departamento lo adquirió mi madre y era cierto, no se encontraba en una zona céntrica. A veces pienso que mi padre se dejaba arrastrar a situaciones que no le agradaban y entonces culpaba a otros. Porque él nunca se equivocaba.

Mi padre solía ser despectivo con los demás, se sentía por encima de la mayoría, pero jamás entendí en qué fundaba su superioridad. Siempre hizo alarde de inteligencia. Sin embargo, su vida como un todo hablaba de mediocridad. Desde la muerte de mi madre, jamás se le volvió a exigir nada. Recuerdo que mientras mi hermano y yo íbamos a las misas mensuales, mi padre salía de fiesta. En un principio me tomé a mal su indiferencia pero luego entendí que quizá esa era su forma de lidiar con la pérdida.

De los últimos días de mi padre es difícil hablar. Si tomamos en cuenta su "gran" inteligencia, además de los casi veinte años de libertad que gozó desde la muerte de mi madre, no logro entender cómo es que terminó tan mal. Pudo haber hecho lo que quiso, dirigir su vida a donde se le antojara y prosperar sin que nadie se le opusiera. Ya no tenía que cargar con nadie y nadie dependía de él. ¿Qué hizo durante los últimos dieciocho años de su vida?

En la última audiencia por el desojo que nunca fue, el juez permitió a su familia dar su versión de los hechos. Hablaron de mi padre y dijeron que se encontraba sin trabajo, sin dinero, muy enfermo y endeudado: lo dejaron por los suelos. Entiendo que debían justificar el por qué del contrato de arrendamiento pero creo que merecía un retrato más favorable. En cambio lo describieron como una persona hundida, miserable e irresponsable. Yo encontré ofensivo tal menoscabo a su memoria.

A pesar de nuestras diferencias, siempre intenté dar una imagen positiva de mi padre cuando algún familiar o vecino me preguntaba por él. Ya fuera por vergüenza, ya fuera por satisfacer expectativas y a pesar de los hechos. Y extrañamente me irritaba que le criticaran. Un ejemplo de esto: era sabido por todos el terrible vicio de mi padre por el cigarro, vicio que particularmente odio. Me enfadaba demasiado llegar a la casa y tener que soportar el humo de cigarro. Solo pensaba que tal vicio era una imbecilidad. Pero si alguien osaba señalar la afición del viejo por fumar, en automático pensaba “a ti te importa un carajo si él se quiere fumar un cigarro o diez”.

Sobre la parte que me toca, no me desentiendo. Fui negligente con él y debí estar ahí en sus horas bajas. Debí ser más adulto y dejar de lado las negligencias en que él incurrió cuando encaró altanero a mi madre desahuciada. La destrucción y pérdida sistemática de los pocos bienes que llegué a aportar a la casa. La enemistad que insistía en sembrar entre mi hermano y yo. Su actitud destructiva y conflictiva, su conversación siempre perniciosa. Sus comentarios ofensivos a mi madre muerta. Sus hostilidades como dejar encendida la estufa o arrojar colillas sobre mi cama. Aún así, poco habría podido hacer. Cómo disuadir de arruinarse a alguien que todo lo puede y que es más inteligente que el resto. Pocos se detienen a pensar sobre la parte que le tocaba a él con respecto a sí mismo. Era como si odiara la casa, a las personas, como si se odiara él mismo.

Nunca sabré por qué se encauzó de ese modo y podría especular infinitamente al respecto. Las respuestas se fueron con él.

jueves, 8 de febrero de 2018

De pie.

Tengo entendido que no debe hablarse de asuntos legales delicados (cuando existen denuncias penales de por medio) pero necesito romper un poco el silencio y concluir con la parte más escabrosa de mi última catástrofe.

El año pasado, la muerte de mi padre desencadenó eventos brutales. Fui despojado de mi casa y mis cosas, y a pesar de mis limitaciones económicas y de carácter, hube de reunir un ápice de valor para intentar volver las tornas a mi favor.

El resultado no fue el esperado, pero tampoco desfavorable. Mi denuncia, que se gestó mediante angustiosas visitas al Ministerio Público, derivó en audiencias penales frente a un juez en un tribunal. Resultó que nunca hubo un despojo, como está estipulado en el Código Penal: un mes antes de morir, mi moribundo padre, aconsejado por su hermana, firmó un contrato de arrendamiento que le daría una renta mensual para comida, medicinas y un poco de dignidad. Dicho contrato (del cual se benefició solo un mes) es por dos años, de los cuales ya transcurrió uno. El juez desestimó el caso, como yo ya había previsto, y (a los parientes a quienes denuncié) no se les vinculó a proceso.

Pero les dejó claro que ese inmueble jamás será suyo ya que existe un heredero y a pesar de los hechos no debieron hacer aquel contrato a mis espaldas, sugiriendo que si bien no hay despojo, incurrieron en cierta negligencia al no avisarme de la enfermedad y muerte de mi padre, y de lo que éste determinó sobre el inmueble en sus horas más nefastas.

Mediante el actual juicio sucesorio recuperaré eventualmente posesión de mi casa, ya como propietario.

Sería infantil ver la cuestión como algo de ganar o perder. He perdido todas mis cosas, incluidos documentos personales, fotografías familiares, las cenizas de mi hermano y mi gatita. Dijeron que cuando visitaron a mi padre lo hallaron viviendo en condiciones infrahumanas, en un departamento vacío. Dijeron la verdad al señalar que vivía en la miseria, pero mintieron al decir que no había nada dentro. Jamás sabré exactamente qué fue de todo ello.

Pero de no haber hecho nunca la denuncia ellos jamás habrían rendido cuenta a las autoridades de lo que sucedió, y sus planes de quedarse indefinidamente con el departamento habrían fructificado. Y si bien me tenían por alguien insignificante e incapaz de pelear por lo que es mío, los hice sentar frente a un juez y decir, por primera vez en su vida, algo de verdad. De haber sido honestos no habrían atravesado por tan penoso proceso... aunque estoy seguro que lo sufrí más que ellos.

Introversión no es sinónimo de indefensión.


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