viernes, 9 de febrero de 2018

Ensayo sobre mi padre.

El casi infructuoso pleito legal al que me sometí en aras de justicia me dejó en una suerte de "coma" durante un año. Pospuse el pensar o escribir abiertamente sobre mi padre. No puedo enaltecerlo ni calumniarlo, solo tratar de entenderlo.

Desde que nos mudamos al departamento nos dejó muy en claro su inconformidad. “¡Vivimos hasta el p*to infierno!” gritaba en el auto cuando de niños nos llevaba a la escuela. En realidad el departamento lo adquirió mi madre y era cierto, no se encontraba en una zona céntrica. A veces pienso que mi padre se dejaba arrastrar a situaciones que no le agradaban y entonces culpaba a otros. Porque él nunca se equivocaba.

Mi padre solía ser despectivo con los demás, se sentía por encima de la mayoría, pero jamás entendí en qué fundaba su superioridad. Siempre hizo alarde de inteligencia. Sin embargo, su vida como un todo hablaba de mediocridad. Desde la muerte de mi madre, jamás se le volvió a exigir nada. Recuerdo que mientras mi hermano y yo íbamos a las misas mensuales, mi padre salía de fiesta. En un principio me tomé a mal su indiferencia pero luego entendí que quizá esa era su forma de lidiar con la pérdida.

De los últimos días de mi padre es difícil hablar. Si tomamos en cuenta su "gran" inteligencia, además de los casi veinte años de libertad que gozó desde la muerte de mi madre, no logro entender cómo es que terminó tan mal. Pudo haber hecho lo que quiso, dirigir su vida a donde se le antojara y prosperar sin que nadie se le opusiera. Ya no tenía que cargar con nadie y nadie dependía de él. ¿Qué hizo durante los últimos dieciocho años de su vida?

En la última audiencia por el desojo que nunca fue, el juez permitió a su familia dar su versión de los hechos. Hablaron de mi padre y dijeron que se encontraba sin trabajo, sin dinero, muy enfermo y endeudado: lo dejaron por los suelos. Entiendo que debían justificar el por qué del contrato de arrendamiento pero creo que merecía un retrato más favorable. En cambio lo describieron como una persona hundida, miserable e irresponsable. Yo encontré ofensivo tal menoscabo a su memoria.

A pesar de nuestras diferencias, siempre intenté dar una imagen positiva de mi padre cuando algún familiar o vecino me preguntaba por él. Ya fuera por vergüenza, ya fuera por satisfacer expectativas y a pesar de los hechos. Y extrañamente me irritaba que le criticaran. Un ejemplo de esto: era sabido por todos el terrible vicio de mi padre por el cigarro, vicio que particularmente odio. Me enfadaba demasiado llegar a la casa y tener que soportar el humo de cigarro. Solo pensaba que tal vicio era una imbecilidad. Pero si alguien osaba señalar la afición del viejo por fumar, en automático pensaba “a ti te importa un carajo si él se quiere fumar un cigarro o diez”.

Sobre la parte que me toca, no me desentiendo. Fui negligente con él y debí estar ahí en sus horas bajas. Debí ser más adulto y dejar de lado las negligencias en que él incurrió cuando encaró altanero a mi madre desahuciada. La destrucción y pérdida sistemática de los pocos bienes que llegué a aportar a la casa. La enemistad que insistía en sembrar entre mi hermano y yo. Su actitud destructiva y conflictiva, su conversación siempre perniciosa. Sus comentarios ofensivos a mi madre muerta. Sus hostilidades como dejar encendida la estufa o arrojar colillas sobre mi cama. Aún así, poco habría podido hacer. Cómo disuadir de arruinarse a alguien que todo lo puede y que es más inteligente que el resto. Pocos se detienen a pensar sobre la parte que le tocaba a él con respecto a sí mismo. Era como si odiara la casa, a las personas, como si se odiara él mismo.

Nunca sabré por qué se encauzó de ese modo y podría especular infinitamente al respecto. Las respuestas se fueron con él.

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