A mediados del año pasado recibí la llamada de una sobrina de mi padre, la misma que me informó de su muerte ocurrida hace exactamente un año. Y la única que tuvo la honestidad de escuchar ambas versiones de la historia. Aún me reiteró su interés por reanudar nuestro vínculo como primos.
Me contó que el hijo mayor de la tía que demandé tiene ciertos problemas que lo han convertido en un lastre para su familia. Pude interpretarla mal, pero entendí que tienen que lidiar con él como un ser desvalido o con cierto grado de demencia. Como la mayoría en esa familia, él siempre tuvo delirios de grandeza. También solía contar historias evidentemente fantasiosas como si fueran reales. Él y mi padre solían reforzar mutuamente sus bobas ilusiones de superioridad y poder. Como sea, no lo vi acompañar a su familia durante ninguna de las audiencias, lo que me hizo pensar que su estado mental es grave. Tan grave como para dejarlo en casa, posiblemente al ciudado de alguien más.
El hijo menor no se queda atrás. Cuando en la última audiencia le preguntaron a su madre a qué se dedicaba él, prefirió no responder, lo que resultó algo sospechoso al tratarse de una pregunta sencilla. Cuando le preguntaron directamente a él titubeó un poco, pero terminó confesando su supuesta ocupación. La prima con que hablé me dijo que no se dedicaba a nada, lo que a su edad (40 años) era ya preocupante pues, al igual que su hermano, nunca había trabajado y ambos seguían dependiendo de sus padres. Estoy siendo elocuente. En México a este tipo de gente solemos llamarle "huevones". En realidad la madre es igual: una persona sin oficio. El único medianamente capaz de generar dinero en esa familia es el padre, quien a pesar de jamás haber despuntado en su profesión ha de ganar lo suficiente para llevar tres parásitos a cuestas.
Ahora pienso en mi padre, a quien siempre se le vio como próspero y emprendedor. En realidad, su época buena habrá durado diez años cuando mucho. Fue uno de tantos que quedó desempleado en aquella
crisis económica de 1994 y de la cual no logró sobreponerse. Considero que ese fue el año en que comenzó su espiral descendente. Sus rasgos como malos hábitos de higiene, adicción a la pornografía y al cigarro, y megalomanía, se acentuaron. Por lo menos se hicieron más notables al estar él siempre en casa, todo el día. Despojado de su rol de proveedor comenzamos a ver su verdadera naturaleza: huevón, insidioso, morboso, vicioso y desaseado. Y así hasta el año pasado. Veintitrés años continuos de un comportamiento que siempre fue a peor. Era como si estuviera afanado en fortalecer sus fallos.
Pero eso se puede rastrear hasta su propia madre, que exhibía los mismos defectos. El más marcado era la falta de higiene. Recuerdo que debían alzarla del sillón y llevarla a la regadera donde la hacían bañarse, sino es que sus propios hijos la enjabonaban y enjuagaban como a un objeto. Luego la vestían con ropa limpia para finalmente devolverla al sillón, donde reanudaba su extensa charla sobre su enorme capacidad para "
ser causa sobre el Universo MEST".
Y muchos de esos rasgos finalmente me alcanzan a mi. Me alimento bien, hago ejercicio, no fumo, no tomo (mis únicos vicios son el café negro y trasnochar) y procuro una higiene que a veces raya en lo escrupuloso, además de cierta obsesión por el orden (que he debido suprimir donde vivo actualmente). Pero también represento un lastre para otros: no soy capaz de salir a buscar empleo y los empleos que he tenido han sido esporádicos, jamás por pereza sino por pánico o falta de confianza. Como sea, el determinismo que supongo genético, se halla presente. A pesar de esto, mi novia suele decirme que le gustaría tener un hijo algún día. Yo solo pienso que eso sería propagar genes deficientes. La vida tan difícil que tendría ese pobre niño.