El enemigo no siempre ha de ser una persona. Puede ser una enfermedad que persiste largo tiempo.
Una afección que te ha acompañado cual lastre malogrando momentos que pudieron ser más plenos.
De pronto surge la oportunidad y tomas la decisión de extirpar el mal que te minaba. Ahora tienes fuerzas nuevas.
Nuevas fuerzas y una atención más libre, que de momento quizá no sepas en qué emplear. Pero has recuperado algo valioso.
Algo que pudiera acercarse a la felicidad es el momento en que te libras de ese padecimiento de años, gracias a la ayuda recibida y la decisión tomada.
Quizá este rigor tiene su aspecto absurdo e innecesario. Pero resistir una dolencia veinticinco años debió forjar el umbral de dolor.

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