Joan García.
Quizá ha sido muy absurdo aspirar a cosas que mi entorno y forma de ser me niegan. Pero pudo más la sed de experiencia que el dominio sobre el deseo. Quiero pensar que ha valido la pena romper con mis limitaciones en busca de nuevas experiencias. Sin embargo esta tentativa ha sido dolorosa y no sólo para mí.
En el camino he lastimado a muchas personas. Siempre llevaré en mi conciencia el dolor que he causado a otros con mi torpeza e insensibilidad. En su momento me disculpé, pero eso no resuelve nada. Ofrecer disculpas es un engaño para aplacar el cargo de conciencia, pero no repara ni alivia el dolor ajeno.
Uno dice resignarse a cierta condición, pero sólo conscientemente. En el inconsciente yace el deseo, dispuesto a surgir ante el menor cambio de circunstancias que ofrezcan una oportunidad. Pero, incluso cuando las circunstancias son propicias, uno se queda inmóvil: le frena el temor a la vez que le consume el anhelo.
Si en esta lucha vence el anhelo, nos entregamos a una serie de experiencias cuya novedad puede llegar a ofuscarnos. Nos sentimos diferentes y, arrastrados por las nuevas emociones, creemos que todo es muy fácil y no habrá complicaciones. Por fin nos es accesible ese distante universo y nos rendimos a él.
Entonces la euforia se desploma y cede a la realidad: este universo de emociones dura poco y tarde o temprano surgen las dudas, los conflictos. Y uno vuelve a ser el mismo. Apagado, pasivo, minúsculo. Aquella vivencia fugaz se convierte en recuerdo; del recuerdo pasa a ser algo onírico, y finalmente dudamos que haya sucedido.
Queda retomar el camino con ese andar discreto. Volver a la soledad y observar silencioso. No involucrarse con nadie hasta aprender a no dañar. Evitar arrojarse ansioso a los casuales ofrecimientos de la vida. Madurar y dejar de intentar compensar con 32 años, las privaciones de la juventud.
"Vive y dejar vivir".

No hay comentarios:
Publicar un comentario