Definitivamente has sido mi mejor amigo. En el colmo de mi intratable personalidad admito que no he tenido mejor compañero que tú. Acepto tu pérdida, pero no sus causas (mantengo ciertas sospechas sobre las causas de tu enfermedad, pero esas me las guardo). Esperaba que fuese de manera natural, no consecuencia de mi descuido y desidia.
A veces te sueño... y confieso que despierto llorando. Mi propio llanto ahogado me sorprende; tu pérdida me afectó demasiado. ¿Será estrés postraumático? No estoy seguro. Después de un año me sigue acompañando aquél sinsabor de esos últimos días. Esa herida es mi castigo por no actuar con prontitud, un daño irreparable que jamás superaré.
Recuerdo cuando te cargaba frente al espejo y parecías observarnos a ambos. Me hace pensar que podías auto-reconocerte, que tenías alma, conciencia. ¿Cómo era el mundo a través de tus ojos? ¿Eras feliz aquí? Realmente eras como un niño, me alegrabas y otras veces me hacías enojar también. Y te reprendía como si fueras capaz de entenderme.
Todavía conservo tus recipientes y algunos paquetes de comida. Me duele deshacerme de ellos porque son un recuerdo tuyo, pero no es sano conservarlos por más tiempo. No tiene sentido, ya no los necesitas. Y no pienso reutilizarlos porque eres insustituible.
Es increíble que ya ha pasado un año. Te extraño y te extrañaré siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario