Desde el Domingo pasado tengo conmigo un nuevo «hijo». Es una gatita que me trajeron. Como siempre, el origen de estos animalitos es desconocido. Creo que es mejor este lugar para ella que la calle, que supongo hubiera sido su destino en caso de no adoptarla nosotros. Me alegra que esté aquí.
Me sorprendió su comportamiento. Usualmente los gatos tienden a esconderse en un entorno nuevo, y se aventuran a explorarlo poco a poco. Esta gatita resultó juguetona e inquieta desde el principio. Me imagino que sus dueños originales la trataron muy bien durante el poco tiempo que estuvo con ellos.
Le calculo dos meses, a lo mucho. Es muy pequeña. Noté que al principio esquivaba mi mirada y se enfocaba mucho en los objetos inmediatos. Ahora voltea hacia arriba y me mira. Creo que ya se familiarizó conmigo.
No puedo evitar actuar como un niño y jugar con ella. Tengo la idea de que, como los humanos, los demás seres vivos también necesitan diversidad de estímulos para desarrollar su mente. Los animales de compañía le inyectan vida a una casa. Pero si en esa casa les ignoran excepto para ser alimentados, se tornan huraños e inactivos. Y no quiero que pase eso con esta gatita.
Por supuesto, recordé a mi Bebé. Mi Bebita... que estuvo conmigo 13 años. Toda una vida. La extraño, lo admito. Y no comparo a mi Bebé con esta nueva gatita. No viene a reemplazarla, eso es imposible. Cada gatito es único, tiene su personalidad y tiempo de vida.
Mi Bebé siempre fue juguetona y excepto en sus últimos días, conservó su agilidad y entusiasmo. Maullaba mucho. Me buscaba y todo el tiempo estaba encima mío. Era una niña consentida. Ronroneaba solo cuando estaba en celo. Me buscaba para irnos a dormir y me despertaba rascando las cobijas para que le diera de comer. Cuando yo entraba al baño me esperaba al otro lado de la puerta. Jugábamos pesado, y cuando yo corría hacia la cocina ella lo hacía tras de mi; entonces la cargaba y besaba justo entrando ella. Le gustaba la avena. Solía decir de ella que tenía alma de perro, por su docilidad y nobleza. En algún lugar leí que la convivencia sostenida con humanos les hace creer a los animales que son humanos también. No sé si esta idea tenga fundamento, pero definitivamente mi bebé era muy tierna y sociable, además que se hacía entender claramente.
En verdad, Dios la bendiga. Ahora me doy cuenta que estos últimos 13 años jamás estuve solo.
Esta nueva gatita, que aún no tiene nombre, es una bomba. Se sube a todos lados, explora cada rincón, observa todo lo que se mueve y tiene un agudo sentido del oído. Todo le llama la atención; muy, muy alerta todo el tiempo. Su primera noche aquí se «desapareció». Después de estar jugando y corriendo todo (y digo, todo) el día, en la madrugada ni sus luces. Hasta la mañana apareció de la nada, comiendo bien a gusto. No tengo idea de dónde se habrá metido. No duda al ejecutar un salto. Por lo general los gatos «miden» el salto, y se les ve balancearse vacilantes. Esta gatita parece que quiere desafiar las leyes de la gravedad. Digo en broma que quiere hackear la Matrix. Brinca de un lado para otro, de arriba a abajo, se cuelga de la cortina de mi cuarto, etc. No está en paz ni un momento. Ayer mientras yo comía brincó a la mesa y probó mi sopa de estrellas... parece que le gustó. Ronronea todo el tiempo. Es muy linda.
No deja de sorprenderme cómo estos seres puedan ser considerados «inferiores» por la mayoría. Si me han dado alegrías muy importantes desde hace 13 años.
martes, 5 de julio de 2011
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