Por qué perdí la inspiración con relación al dibujo. Porque ya somos demasiados en el mundo dedicados a garabatear espacios en blanco. Me asquea la cantidad de aficionados en DeviantArt, Tumblr, Twitch e Instagram. Me complace saber que el arte tradicional sigue vigente pero a su vez son tantos dedicados a lo mismo que lo que producen es irrelevante. Toneladas de arte inútil que impresiona de momento pero no transmite nada perdurable.
Por eso tiendo a refugiarme en los artistas inmortales, los clásicos, los insuperables. Apreciar las pinturas y esculturas de Miguel Ángel reivindica las nociones de armonía y expresión. Reencontrarme con Bouguereau es refrescante; su dulce mezcla de colores contrasta con las abigarradas tonalidades del arte digital actual. Los fantásticos frescos de Tiepolo invitan a ser contemplados sin reservas de tiempo.
Es muy escaso el arte actual capaz de evocar tal sentido estético. El arte actual es de consumo, no de apreciación. Es de usar y tirar, su máximo logro es acabar de “wallpaper” de un usuario cualquiera. La ventaja tecnológica de que gozamos jamás sustituirá la inspiración auténtica. Habrá mil tutoriales de dibujo seguidos al pie de la letra por miles, pero ninguno de ellos merecerá la dignidad de artista, que es lo que dentro de su ciega mediocridad pretenden.
En lo personal me produce una pereza enorme colocarme frente a una hoja en blanco, mientras sostengo dudoso el lapicero. El resultado, después de veinte minutos en el limbo, es un torso bosquejado cientos de veces. La misma postura, misma constitución, mismo trazo, mismo juego de luz y sombra. Cumplido el compromiso con la inspiración del momento procedo a descansar. Hacer de idiota recuperando soltura me agota más que cuando estuve obligado a caminar grandes distancias acosado por el hambre y la sed.
Pero el punto más bajo es cuando, después de toparme con un vacío donde antes había creatividad desbordante, procedo a buscar alguna imagen e intentar duplicarla. He descendido al “fan art”, la pobre reinvención de arte ajeno. Y ni ahí doy la talla. Entonces me pongo a pensar si lo mío fue un destello temporal. Si lo fue, ¿por qué pierdo mi tiempo intentando reproducir una etapa singular? Porque me sobran lápices y hojas, porque quienes me conocen me asumen “talentoso”, porque debo fomentar ese cariz para mi plana identidad social. Por esa brizna agonizante que me mantiene apegado al arte.
Por eso tiendo a refugiarme en los artistas inmortales, los clásicos, los insuperables. Apreciar las pinturas y esculturas de Miguel Ángel reivindica las nociones de armonía y expresión. Reencontrarme con Bouguereau es refrescante; su dulce mezcla de colores contrasta con las abigarradas tonalidades del arte digital actual. Los fantásticos frescos de Tiepolo invitan a ser contemplados sin reservas de tiempo.
Es muy escaso el arte actual capaz de evocar tal sentido estético. El arte actual es de consumo, no de apreciación. Es de usar y tirar, su máximo logro es acabar de “wallpaper” de un usuario cualquiera. La ventaja tecnológica de que gozamos jamás sustituirá la inspiración auténtica. Habrá mil tutoriales de dibujo seguidos al pie de la letra por miles, pero ninguno de ellos merecerá la dignidad de artista, que es lo que dentro de su ciega mediocridad pretenden.
En lo personal me produce una pereza enorme colocarme frente a una hoja en blanco, mientras sostengo dudoso el lapicero. El resultado, después de veinte minutos en el limbo, es un torso bosquejado cientos de veces. La misma postura, misma constitución, mismo trazo, mismo juego de luz y sombra. Cumplido el compromiso con la inspiración del momento procedo a descansar. Hacer de idiota recuperando soltura me agota más que cuando estuve obligado a caminar grandes distancias acosado por el hambre y la sed.
Pero el punto más bajo es cuando, después de toparme con un vacío donde antes había creatividad desbordante, procedo a buscar alguna imagen e intentar duplicarla. He descendido al “fan art”, la pobre reinvención de arte ajeno. Y ni ahí doy la talla. Entonces me pongo a pensar si lo mío fue un destello temporal. Si lo fue, ¿por qué pierdo mi tiempo intentando reproducir una etapa singular? Porque me sobran lápices y hojas, porque quienes me conocen me asumen “talentoso”, porque debo fomentar ese cariz para mi plana identidad social. Por esa brizna agonizante que me mantiene apegado al arte.
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Jeremy Geddes |
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