El pasado fin de semana tuve que acompañar a mi novia a una fiesta de su trabajo. Para un socio fóbico cualquier evento social equivale a linchamiento. Si ya lidiar con los que nos son cercanos es tortura, ser arrojado de repente a un ambiente lleno de extraños dispuestos a conversar, significa un auténtico ultraje. Y no es exageración, de hecho es el modo más mesurado de describirlo.
En estos casos el socio fóbico entra en “piloto automático”. Saluda con amabilidad mecánica y sonrisa uniforme que pretende alegría real. Se adentra y se abre paso sin dejar de sentirse intruso. “No debo estar aquí” se erige imperante en la mente, como mandato inquebrantable siendo pisoteado. De la rabia impotente por haber sido puesto en tal situación contra su voluntad, pasa a la apatía confusa, la indefensión aprendida.
Ocasionales destellos de esperanza. “No me irá tan mal mientras no se me cuestione a fondo”, “con suerte no llamaré mucho la atención inmerso en este mar de gente”. El anhelo de un repentino aplomo que acudirá en nuestro auxilio disimulando todas nuestras carencias. Aceptar cada cerveza que se nos ofrezca para fingir integración al ambiente fiestero y de paso pulir un poco las punzantes señales de alerta que emite el cerebro.
Se dice que las habilidades sociales pueden ejercitarse, afinarse y ampliarse en la práctica que nos ofrece la simple convivencia. Esto para un socio fóbico resulta un mito, mentira descarada. Una simple fiesta, evento efímero, de pocas horas, es un enfrentamiento contra bestias feroces que estamos destinados a perder. Y sentimos que dura mil años.
En estos casos el socio fóbico entra en “piloto automático”. Saluda con amabilidad mecánica y sonrisa uniforme que pretende alegría real. Se adentra y se abre paso sin dejar de sentirse intruso. “No debo estar aquí” se erige imperante en la mente, como mandato inquebrantable siendo pisoteado. De la rabia impotente por haber sido puesto en tal situación contra su voluntad, pasa a la apatía confusa, la indefensión aprendida.
Ocasionales destellos de esperanza. “No me irá tan mal mientras no se me cuestione a fondo”, “con suerte no llamaré mucho la atención inmerso en este mar de gente”. El anhelo de un repentino aplomo que acudirá en nuestro auxilio disimulando todas nuestras carencias. Aceptar cada cerveza que se nos ofrezca para fingir integración al ambiente fiestero y de paso pulir un poco las punzantes señales de alerta que emite el cerebro.
Se dice que las habilidades sociales pueden ejercitarse, afinarse y ampliarse en la práctica que nos ofrece la simple convivencia. Esto para un socio fóbico resulta un mito, mentira descarada. Una simple fiesta, evento efímero, de pocas horas, es un enfrentamiento contra bestias feroces que estamos destinados a perder. Y sentimos que dura mil años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario