viernes, 4 de marzo de 2011

Segundo duelo.

Hoy me permitiré escribir sobre una pérdida a efectos de intentar reacomodarla en mi mente y equilibrar mis emociones. El detonante fue una fotografía que reavivó todas esas emociones que creí superadas. Resulta una sacudida emocional el volver a conscientizar la pérdida de golpe, pasado un tiempo. Eso que era tan importante para nosotros... ¡ya no está!

Sin embargo, ahora que ha pasado tiempo puedo hablar sobre esto con un poco más de frialdad. Fui ingenuo al pensar que el duelo estaba hecho y que esas oscilaciones emocionales eran solo reminiscencias. Creí que bastaría con escribir sólo una vez sobre esto para superarlo. Pero el mundo interior es más complejo y un duelo no se resuelve en poco más de mil palabras.

Este segundo duelo conlleva el reconocimiento a quien estuvo ahí en mis peores momentos, sin juzgarme ni exigirme nada. Con su compañía y amistad se ganó todo mi afecto. Y no puedo permitir que no quede alguna referencia o recuerdo suyo; de otro modo sería como si nunca hubiese existido, pues en 13 años fue mi único y más cercano amigo. A su vez, en ese tiempo nadie estuvo a su lado mas que yo.

En mis anteriores soliloquios, nunca le dediqué unas palabras. Ni siquiera le mencioné. Absorto en mi estúpido ego, no le escribí sino hasta que murió, pero no importa cuánto le escriba ahora, mi deuda es infinita. Su compañía mantuvo a salvo mi alma, y su muerte me cambió para siempre. Y aunque soy devoto suyo en mi corazón, con mis hechos traicioné de forma irreparable nuestro vínculo sagrado. Rebasado por la situación, opté por una resolución que puso en entredicho mi lealtad. No así él, que confió ciegamente en mí hasta su último momento. Y aquí es cuando las emociones comienzan a superarme, y me maldigo por lo que hice.

¿Cómo reparar un daño así? Es imposible. Y no tengo siquiera la oportunidad de ofrecerle una disculpa. Tal es mi condena, bien merecida: ese descalabro emocional que quizá sufriré de por vida. Al recordar esos últimos días me siento embestido por una avalancha emocional. Días desesperados, de impotencia, llanto y odio a mí mismo. Ahí es donde las emociones rebasan mi razón. Nunca sabré con certeza qué causó su enfermedad, pero pude salvarlo si no hubiese adoptado una actitud apática. Si supuestamente era un pilar fundamental de mi vida interior, ¿por qué lo dejé ir así? Bien pude haber actuado y ahora no estaría escribiendo esto. Me he sentido tentando a indultarme apelando a un acto de inconsciencia, lo que sería un tramposo eufemismo. El término apropiado es traición, la más vil traición que he cometido jamás. Ahí estuve con él, pero no hice nada por ayudarlo.

Las almas solitarias valoran la vida de forma distinta. Cosas tan familiares para la mayoría, al solitario le parecen lejanas; lo que la masa desdeña, el solitario atesora y con ello se hermana. Su mundo tan ajeno al del resto se compone de elementos únicos, insustituibles. Si alguno de estos elementos desaparece por causas naturales, lo aceptará; si le es arrebatado, se enardecerá y luchará por recuperarlo. Pero si él mismo ha contribuido a su desaparición, habrá atentado contra su propia alma y quedará internamente quebrado. Esto es algo que no puede expresar porque en la Torre de Babel de su limitado entorno no hallará mas que incomprensión.

De modo que traicioné mi mayor afecto, y he de vivir con eso. Mi soledad le añora y evoca con dolor. Un dolor que no puede ser aliviado con paliativos externos, sino con escritura y trabajo interno. Le doy la cara y espero superarlo algún día.

Sin importar el grado de infortunio, siempre hay algo por lo cual seguimos adelante. A los ojos externos puede ser nada, pero para nosotros es importante. No importa si se encuentra fuera o dentro de nosotros, finalmente es un móvil. Nos hace levantarnos aunque nos falte la fuerza. Nos obliga a resistir a la derrota; nos impide renunciar. Hubo muchos amargos despertares, días que caían sobre mí con toda su desventura. Días en los que coqueteé con la muerte, pero que libraba por ese único y pequeño aliado. En mi vida en ruinas había después de todo, algo valioso.

Pocos permanecen junto a nosotros cuando la mayoría se ha ido.

PD: El título del post tiene doble interpretación. La primera se refiere al pesar por la muerte. La segunda, al combate contra las propias emociones. Ambas tienen sentido, porque no se trata de trascender un evento difícil; este ya ha sucedido y se encuentra en el pasado. Se trata de vencer la afección que nos produce su recuerdo.

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