sábado, 10 de diciembre de 2011

Evaluando el presente y el pasado.


Ayer leía mi diario escrito entre 2006 y 2007. Realmente no recuerdo mucho de lo que entonces escribí. Más que analizar mis circunstancias, desde entonces mi intención primordial ha sido capturar la viveza de aquellos fenómenos psíquicos e intentar traducirlos en palabras.

Es imposible capturarlos fielmente. Sin embargo, lo que ayer leí me pudo transmitir algo de la desesperación, la desazón y desolación experimentada en esos días nefastos. Por otro lado, dos párrafos capturaron mi atención. Uno en el que tomo la decisión de limitarme a un estilo de vida básico (debido a mis inalterables circunstancias) y otro en que manifiesto mis deseos de «volver al mundo».

A pesar de la constricción externa e interna en que me hallaba, aún conservaba cierta esperanza. La de mejorar mi vida en todos aspectos: un sueño lejano entonces y ahora. La posibilidad de una vida mejor me parece remota, incluso más que antes.

No tengo una medida de comparación, pero creo que mi vida en general, aunque lúdica o serena en apariencia, es muy dura y violenta. Sólo que estos elementos no se perciben a simple vista, y quizá no se reflejen en mi actitud o comportamiento. Me gustaría saber si habrá otras personas con idéntico estilo de vida y cómo les ha afectado.

He sido huésped en otros lugares y he podido participar de su estilo de vida. También enfrentan sus dificultades, problemas familiares, etc. Pero esas estancias temporales me han parecido unas placenteras vacaciones. Mi hogar es un santuario a la soledad y el rigor, y por ende al cultivo de las facultades psíquicas sin descanso. Un campo de entrenamiento.

No tengo televisión ni radio, pero libros de sobra en formato físico y electrónico. No tengo pareja o descendientes, pero existen recuerdos de una vida familiar.  No tengo un amigo o conocido con quién hablar abiertamente, pero tengo un diario y un gato, que no juzgan y son incondicionales. Si bien puede existir remotamente, alguien a quien mis condiciones le parezcan envidiables, la verdad a veces llegan a ser asfixiantes.

Se me podría acusar de perezoso, pero leer sostenidamente llega a aburrir. Creo que el cerebro requiere más estímulos de los que provee un libro, por bueno que éste sea. La soledad es una ventaja poco común en una ciudad atestada de gente, pero sí llega a extrañarse el ser importunado o invitado a comer. Callar los padecimientos  y reservarlos para las noches de reflexión fortalece y modera el alma, pero esto no colma el deseo ocasional de compartirlos a viva voz con un interlocutor empático y racional.

Pero esas alternativas no son posibles.


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