Hace algunos días sostuve una conversación en la que bordeamos el tema de la soledad. No suelo hablar de esto con casi nadie, pero me sirvió para verlo desde otro enfoque. Cierto es que los pocos con quienes de ella he hablado no la conocen como yo. No la han experimentado a profundidad. El término «soledad» se vuelve entonces relativo, porque cada quien la concibe en distintos grados.
He de admitir que las concepciones ajenas sobre la soledad me parecen superfluas, incluso risibles. Le llaman soledad a encontrarse en casa un fin de semana a falta de un evento social. Otros dicen sentirse solos siendo su círculo social amplio y ellos queridos y apreciados. Hace tiempo una persona me preguntó cuánto tiempo hacía yo sin pareja. Le inventé que tenía seis meses solo (para entonces jamás había tenido pareja). Se sorprendió y me dijo «eso es mucho tiempo, ¿no?»
Una ocasión (hará unos diez años), unos vecinos organizaron una fiesta de cumpleaños. Me enteré por terceros y por el ruido característico de ese tipo de eventos. Creo que esa vez mi soledad sí me causó cierta molestia. Pude experimentar el contraste entre ellos y yo: la gente que fluye con la vida y el que permanece rígido en el encierro. Acostado en cama boca arriba, ponía atención a la música y demás mezcla de sonidos. Intenté visualizar a los presentes y lo que hacían. Me pregunté si no me estaba perdiendo de algo.
Por esa misma época salí una vez a visitar a mis abuelos. Dos o tres vecinas se encontraban cerca de las escaleras, donde solían reunirse y platicar. Cuando pasé, silencio absoluto; parecían haber visto una aparición. Una de ellas dijo en voz baja, «hasta que sale». En primer lugar, me sentí hostilizado, ya que evito cualquier tipo de intervención social y como no me meto con nadie, espero a cambio lo mismo. En segundo, me incomodó que fueran conscientes de mi modo de ser. Y en tercero, me molestó que me juzgaran con tanta facilidad y ligereza, sin conocer las causas. Pero ahora lo entiendo. La soledad no es de su mundo; les sorprendió presenciarla.
Otra ocasión, en la acera de frente, solía detenerse una pareja de jóvenes a platicar y prodigarse afecto. Yo los observaba desde mi ventana, analizando su lenguaje corporal y comportamiento en general. No me causaba placer ver aquello, sino curiosidad. Eso es algo que yo jamás he hecho y también me generó bastantes interrogantes. ¿Serán importantes ese tipo de prácticas? ¿serán necesarias para el desarrollo psíquico o vitales para la felicidad? Si yo hubiese tenido la oportunidad de experimentar algo así, ¿sería diferente o mejor persona? ¿no acaso las relaciones traen consigo miles de conflictos?
En mi última conversación sobre el tema, mi interlocutor declaró cosas que yo sospechaba pero aún así me sorprendieron por la franqueza con que las expuso: «Yo soy de la idea de que, para qué nos hacemos pendejos si a todos nos gusta coger (en México, «coger» se usa como sinónimo de realizar el acto sexual)»; «para qué forzar o justificar relaciones amorosas si lo único que quieres es cogerte a la persona»; «insisto, si nos gusta coger, ¿cuál es el problema? No tiene nada de malo, no hay que ser hipócrita»; «digo, tampoco ando de cama en cama ni de hombre en hombre pero no veo mal que ejerzas su sexualidad como quieras, con quien quieras y con cuantos quieras mientras te cuides...»
Lo que me sorprende es la familiaridad con que otros hablan de algo que me es tan ajeno, tan lejano, extraño. Pero esto ellos no lo saben. Asumen que he tenido una vida sexual normal o constante, porque para ellos así es. No conciben una soledad casi absoluta y castrada. Desde el principio la razón me ha dictado que no me he perdido de mucho: no son mas que tonterías. Pero el ego aparece de repente y se siente incompleto y frustrado. Es un conflicto que enfrento regularmente. Ese descalabro emocional de saber que ya no soy joven y me perdí experiencias irrecuperables.
Recientemente tuve una extraña racha, en que varias personas me dieron a entender que no les era físicamente indiferente. En parte mi ego se sintió halagado. Por otro lado, mi reacción fue de rechazo. La soledad ha penetrado mi psique de tal modo que la posibilidad de resultarle atractivo a alguien me parece insoportable. Incluso es frustrante... ¿por qué llega esta racha hasta ahora? ¿por qué no cuando era joven y aún tenía cierta capacidad para disfrutar esta clase de cosas?
No quiero nada.
Toda esta gente no sabe qué es la soledad. Lo que es no hablar con nadie por meses. No recibir un abrazo en años. No ser valorado en poco o mucho. No tocar, no sentir. No ser olvidado siquiera, sino inexistente. Gente que en mi caso enloquecería, aunque a veces me cuestiono si la soledad no ha trastocado ya mi cordura. Posiblemente lo ha hecho en cierto grado, pero no tengo modo de darme cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario