Se dice que hay que ser en extremo receloso con lo que en este medio decimos sobre nosotros. Tenemos que acorazarnos tras un «nick» que sugiera poco o nada sobre lo que somos y debemos ser reservados con nuestros datos personales. Lo cual a su vez, nos aísla.
Y sin embargo, si fuésemos del todo honestos, nos pondríamos en peligro y no necesariamente físico. Confesar alguna vulnerabilidad nos expone a ataques emocionales, malogrando nuestro ejercicio de sinceridad y confirmando que «ser uno mismo» es imposible y ni siquiera debe intentarse.
Entonces nos volvemos selectivos. Escogemos algunos fragmentos de nosotros, los menos valiosos, y los ofrecemos con indiferencia, porque no dicen mucho, y esperamos que quien los recibe se conforme con eso. Pero, ¿qué pasa cuando la otra persona es abierta? ¿no nos compromete eso a serlo también?
Porque siempre que alguien tiene intención de conocerme, se sincera como para demostrar que no es peligroso y porque espera la misma actitud a cambio. El triunfo de la comunicación es que dos personas permitan conocerse mutuamente, a fondo. Pero eso también las estrecha, las hace amigas. Y eso atenta contra su individualidad.
No sé si valga la pena el riesgo.

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