miércoles, 30 de noviembre de 2011

Saltar al vacío.

Últimamente no me ha sido tan difícil abrirme con personas que apenas conozco. Pero no bajo la guardia. He aprendido a vivir a la defensiva y me conservo así incluso ante quienes, después de haber sopesado, han resultado sinceros.

Se dice que hay que ser en extremo receloso con lo que en este medio decimos sobre nosotros. Tenemos que acorazarnos tras un «nick» que sugiera poco o nada sobre lo que somos y debemos ser reservados con nuestros datos personales. Lo cual a su vez, nos aísla.

Y sin embargo, si fuésemos del todo honestos, nos pondríamos en peligro y no necesariamente físico. Confesar alguna vulnerabilidad nos expone a ataques emocionales, malogrando nuestro ejercicio de sinceridad y confirmando que «ser uno mismo» es imposible y ni siquiera debe intentarse.

Entonces nos volvemos selectivos. Escogemos algunos fragmentos de nosotros, los menos valiosos, y los ofrecemos con indiferencia, porque no dicen mucho, y esperamos que quien los recibe se conforme con eso. Pero, ¿qué pasa cuando la otra persona es abierta? ¿no nos compromete eso a serlo también?

Porque siempre que alguien tiene intención de conocerme, se sincera como para demostrar que no es peligroso y porque espera la misma actitud a cambio. El triunfo de la comunicación es que dos personas permitan conocerse mutuamente, a fondo. Pero eso también las estrecha, las hace amigas. Y eso atenta contra su individualidad.

No sé si valga la pena el riesgo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas más leídas