jueves, 17 de noviembre de 2011

La última vez que lloré.

Cuando murió mi gatito. Esa vez lloré como nunca lo había hecho desde hacía años. Creo que el contener el llanto hace que éste se acumule. Aquella vez lloré no solo por su pérdida, sino también por lo miserable que consideré toda mi vida en ese momento. Más de 10 años de virtual aislamiento en los que sólo tenía a ese compañero, que me acompañó mientras leía en en ese cuarto con muebles viejos; mientras escribía para sobrellevar las preocupaciones; mientras contemplaba planes imaginarios que nunca se realizarían; etcétera.

Trece años que vinieron a mi memoria de golpe, en los que mi único sostén emocional fue él. Pensaba haberme ya embrutecido con la soledad, y que ya nada podía afligirme, pero siempre subyacía el temor a su muerte. Cuando ésta se dio, me di cuenta que ese pequeño ser mantuvo con vida mi capacidad de demostrar afecto, la cual murió con él.

Esa fue la última vez que lloré, hace casi dos años. A veces creo que lo merezco. En la vida he sido bastante mezquino, y tomo su pérdida (a la cual, en un acto de inconsciencia, contribuí) como un castigo.

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