Despertar.
Mis momentos más lúcidos se han dado en una reclusión efectiva: en mi habitación, solo y en absoluto silencio, con la garantía de que no habrá interrupciones. En esa brecha de aislamiento puedo reorientar mis pensamientos y emociones ya sea mediante un razonamiento enfocado o, por el contrario, no pensar en nada, leer, ejercicio físico. Tan sencilla actividad tiene un efecto liberador de las influencias tóxicas acumuladas.
El “glamour” de la introversión.
No me avergüenza confesar que soy introvertido en extremo, al grado de sufrir episodios como no salir de casa durante días o evitar el obligado saludo a los conocidos… pero ahora existe la tendencia a re-definir la introversión como una gran virtud y muchos que son ligeramente tímidos se describen vanidosamente como muy introvertidos y por lo tanto, grandes pensadores y almas profundas. Como si ensimismarse fuese sinónimo de sensibilidad e inteligencia.
Ser una roca.
La introversión tiene su aspecto bueno, pero no es un rasgo que le dé a la existencia aires románticos. Hace deliciosa la soledad, pero es una piedra en el camino cuando hemos salir de casa y encararnos con los aspectos crudos del mundo. En ese contexto, los introvertidos, los verdaderos introversos, somos menos que inútiles. Salimos airosos casi por milagro. Nuestro limitado rango de acción complica eventualidades que deberían ser de fácil resolución. Resultamos faltos de espíritu en situaciones sociales que un “normal” atravesaría sin enterarse. Dudamos constantemente. Nos guardamos todo. Nuestra vida es un omnia mea mecum porto enrarecido, distorsionado.
No hay mucho de interesante o cautivador en el vivir mirando hacia dentro.
Hombre bestia.
No hace mucho transcurrieron por lo menos cinco días en los que, debido a la escasez de agua no pude bañarme. Una vez restablecido el servicio, bueno, fue como volver a civilizarme. Me di cuenta que bastan unos cuantos días de privaciones básicas para tornar salvaje a un hombre. Me rasuré, peiné, me puse desodorante, ropa limpia… me convertí en ser humano de nuevo. La sensación renovadora se encuentra en el proceso de arreglarse y la sutil percepción del agua que se evapora en el cuerpo relajado.
Mis momentos más lúcidos se han dado en una reclusión efectiva: en mi habitación, solo y en absoluto silencio, con la garantía de que no habrá interrupciones. En esa brecha de aislamiento puedo reorientar mis pensamientos y emociones ya sea mediante un razonamiento enfocado o, por el contrario, no pensar en nada, leer, ejercicio físico. Tan sencilla actividad tiene un efecto liberador de las influencias tóxicas acumuladas.
El “glamour” de la introversión.
No me avergüenza confesar que soy introvertido en extremo, al grado de sufrir episodios como no salir de casa durante días o evitar el obligado saludo a los conocidos… pero ahora existe la tendencia a re-definir la introversión como una gran virtud y muchos que son ligeramente tímidos se describen vanidosamente como muy introvertidos y por lo tanto, grandes pensadores y almas profundas. Como si ensimismarse fuese sinónimo de sensibilidad e inteligencia.
Ser una roca.
La introversión tiene su aspecto bueno, pero no es un rasgo que le dé a la existencia aires románticos. Hace deliciosa la soledad, pero es una piedra en el camino cuando hemos salir de casa y encararnos con los aspectos crudos del mundo. En ese contexto, los introvertidos, los verdaderos introversos, somos menos que inútiles. Salimos airosos casi por milagro. Nuestro limitado rango de acción complica eventualidades que deberían ser de fácil resolución. Resultamos faltos de espíritu en situaciones sociales que un “normal” atravesaría sin enterarse. Dudamos constantemente. Nos guardamos todo. Nuestra vida es un omnia mea mecum porto enrarecido, distorsionado.
No hay mucho de interesante o cautivador en el vivir mirando hacia dentro.
Hombre bestia.
No hace mucho transcurrieron por lo menos cinco días en los que, debido a la escasez de agua no pude bañarme. Una vez restablecido el servicio, bueno, fue como volver a civilizarme. Me di cuenta que bastan unos cuantos días de privaciones básicas para tornar salvaje a un hombre. Me rasuré, peiné, me puse desodorante, ropa limpia… me convertí en ser humano de nuevo. La sensación renovadora se encuentra en el proceso de arreglarse y la sutil percepción del agua que se evapora en el cuerpo relajado.
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