Por años he intentado ajustarme a la filosofía de la aceptación: reconocer las circunstancias y adaptarme a ellas, con base en la noción de que el mundo jamás va a adecuarse a mi subjetivo pensar, puesto que tiene sus reglas. Que es pura necedad desear que los eventos sean distintos o que ocurran determinadas cosas.
“¿Qué quieres que suceda?” es una pregunta que me molesta porque supone una inexistente capacidad de modificar los hechos a nuestro antojo. Cuando escucho, leo o alguien me dirige esa pregunta, pienso que quien la formula no tiene los pies en la tierra. Imagino a ese alguien echando una mirada altiva al mundo, como se mira una caja de chocolates de la cual se puede elegir cualquiera, sin impedimentos. Qué sentiría un hombre confinado a una silla de ruedas si se le preguntara qué tan alto quiere saltar. La pregunta es hiriente y ofensiva.
Pero a veces despierto en un estado de absoluto rechazo e inconformidad con relación a mi vida. Y en ese estado aparecen con dolorosa lucidez todos mis malestares listados: incapacidad de desenvolvimiento, de salir adelante. Desastre económico y por ende, rezago. Fracaso profesional, poco desarrollo, sin oficio ni habilidades. Indefensión aprendida, angustia constante, ataques de pánico. Las consecuencias de no tener control de mi vida: dependencia de otros, predisposición a humillaciones de cualquiera, terminar relacionado con gente poco afín.
Evocar todo así de golpe me produce impacto. No hay un aspecto de mi vida que pueda decir ha resultado bien. Economía, desarrollo personal, estatus social… nada. No fumo, no bebo alcohol, hago ejercicio, procuro leer con regularidad. Sin embargo estoy echado a perder. Puedo parecer normal de repente, pero basta observarme con tiempo para notar lo mal que funciono.
Entonces aparece en mi mente, con gran claridad, la pregunta: ¿qué sentido tiene una vida así? Porque aún la puedo racionalizar mediante esa filosofía de aceptación. Pero a esas alturas esa filosofía se me antoja enfermizo auto-engaño. Un horror intelectual, un monstruo de Frankenstein para justificar la existencia de alguien que simula estar vivo pero es mero pastiche de cosas muertas.
Luego llega a mi mente este pensamiento: “No puedes seguir viviendo así, libérate. Tienes derecho a ser feliz, a ser libre”. Y me sobrecojo al descubrir que sólo siento paz mientras duermo. La inconsciencia que ofrece el sueño es un regalo, para descansar de estar vivo.
¿Y qué estado definitivo ofrece mayor recompensa que el temporal sueño?
Vivir se ha convertido en una experiencia humillante.
Un día de estos voy a mandar todo al diablo.
“¿Qué quieres que suceda?” es una pregunta que me molesta porque supone una inexistente capacidad de modificar los hechos a nuestro antojo. Cuando escucho, leo o alguien me dirige esa pregunta, pienso que quien la formula no tiene los pies en la tierra. Imagino a ese alguien echando una mirada altiva al mundo, como se mira una caja de chocolates de la cual se puede elegir cualquiera, sin impedimentos. Qué sentiría un hombre confinado a una silla de ruedas si se le preguntara qué tan alto quiere saltar. La pregunta es hiriente y ofensiva.
Pero a veces despierto en un estado de absoluto rechazo e inconformidad con relación a mi vida. Y en ese estado aparecen con dolorosa lucidez todos mis malestares listados: incapacidad de desenvolvimiento, de salir adelante. Desastre económico y por ende, rezago. Fracaso profesional, poco desarrollo, sin oficio ni habilidades. Indefensión aprendida, angustia constante, ataques de pánico. Las consecuencias de no tener control de mi vida: dependencia de otros, predisposición a humillaciones de cualquiera, terminar relacionado con gente poco afín.
Evocar todo así de golpe me produce impacto. No hay un aspecto de mi vida que pueda decir ha resultado bien. Economía, desarrollo personal, estatus social… nada. No fumo, no bebo alcohol, hago ejercicio, procuro leer con regularidad. Sin embargo estoy echado a perder. Puedo parecer normal de repente, pero basta observarme con tiempo para notar lo mal que funciono.
Entonces aparece en mi mente, con gran claridad, la pregunta: ¿qué sentido tiene una vida así? Porque aún la puedo racionalizar mediante esa filosofía de aceptación. Pero a esas alturas esa filosofía se me antoja enfermizo auto-engaño. Un horror intelectual, un monstruo de Frankenstein para justificar la existencia de alguien que simula estar vivo pero es mero pastiche de cosas muertas.
Luego llega a mi mente este pensamiento: “No puedes seguir viviendo así, libérate. Tienes derecho a ser feliz, a ser libre”. Y me sobrecojo al descubrir que sólo siento paz mientras duermo. La inconsciencia que ofrece el sueño es un regalo, para descansar de estar vivo.
¿Y qué estado definitivo ofrece mayor recompensa que el temporal sueño?
Vivir se ha convertido en una experiencia humillante.
Un día de estos voy a mandar todo al diablo.