miércoles, 4 de julio de 2012

Días de aplomo.

Miércoles 4 de Julio, 2012.

Fue el 27 de Abril la última vez que salí de casa. Hasta hoy. En la unidad habitacional donde vivo instalaron una cerradura de seguridad que me era complicada de abrir. La última vez luché con ella durante tres o cinco minutos. Aquella vez me sentí ridículo pero no me afectó, debido a ciertas cosas que tenía en mente, las cuales me preocupaban más que mi incapacidad para salir o entrar de la unidad en que vivo. Después volví a mi habitual inseguridad. Sé que es una estupidez pero la sola idea de enfrentar nuevamente esa cerradura me mantuvo encerrado tres meses.

Pero las mismas adversidades que aquella vez convirtieron la cerradura en algo insignificante, se hicieron presentes esta semana, modificando otra vez mi estado psicológico. Es un fenómeno muy extraño. Parece que un modo de superar un estimulo adverso es padecer otro más adverso aún. Eso le resta valor al primero, y así es más fácil de superar.

Ahora viene lo absurdo: aquél estímulo más adverso que intentar abrir una cerradura es un amor no correspondido (siento machacar tanto con el tema). Pensar obsesivamente en aquella persona que me ha reemplazado por otra (¿qué puede hacer un torpe y patético socio-fóbico contra un carismático y experimentado «aven» diez años menor?). Saber y presenciar la «tensión sexual», la familiaridad o la complicidad entre ambos, y las señales que se envían (esas palabras comunes pero cuyo significado solo ellos entienden) produce una desazón asfixiante, un hueco en el estómago. Y pensar en ellos entregándose mutuamente, amándose, me resulta insoportable. A veces, cuando me dispongo a dormir, esas ideas vienen de súbito y me brinca el corazón, malogrando mi sueño. Esta situación resulta una magna adversidad para mi, y una simple cerradura o el trato con vecinos o desconocidos, son eventos pueriles en comparación con aquello que ha consumido mi mundo interior entero.

Salí. Cosa extraña, no me costó trabajo abrir la cerradura. Y me regalé una larga caminata por las calles que me gustan. Disfruté estar afuera; necesitaba despejar mi mente. Me gustó ver cuántas cosas han cambiado y cuántas otras siguen igual. Vi a un par de chicos llenando solicitudes de empleo y pensé que tengo qué hacer lo mismo. Entré a un mini-super y compré una botella de agua. Me enorgullecí de mi condición física por caminar sin problema las mismas distancias que hace 7 años. Veía a la gente y no me acomplejó ser observado, como de ordinario me ocurre desde hace 20 años. Pero hoy fue diferente porque mi obsesión con ella, la mujer de mi vida, a quien solo vi y amé una vez, me pesa más que todos los complejos arraigados.

Todo es relativo.



¡Qué horrible es la pesadilla del desamor que estoy viviendo! Pero qué satisfactorio liberarse al menos temporalmente de casi todos los miedos gracias a ella. Al menos por ahora, ya no tengo miedo a salir.

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