martes, 21 de agosto de 2012

Solitario.

Te despiertan la radio y ciertos ruidos del exterior. Son ellos quienes te dan los "buenos días".

Eliges libremente el desayuno. Puedes desayunar en casa o fuera. Nadie te sugiere qué desayunar ni te importuna con recomendaciones de lo que es más nutritivo. Podrías no ingerir nada y a nadie le preocupa.

Las charlas ocasionales. Tus más cercanos relatan sucesos familiares. Alguno de ellos menciona el plan de salir con su prospecto o pareja formal. Escuchas y sientes que deberías contribuir con anécdotas similares, pero no las tienes.

Regresas a casa. Te recibe el silencio y la luz apagada. "¿Qué tal te fue?" es una pregunta que simplemente no concibes. ¿Qué hay de comer? Improvisa lo que te plazca. Sabes que debes conservar los modales pero tu estilo de vida te ha convertido en salvaje.

Abstinencia. Te despides una y otra vez de experiencias que nunca fueron porque te niegas a renunciar a ellas. Sin embargo te enorgullece la represión de tu instinto y conviertes eso en un reto absurdo.

Enfermas un día. Revisas el cajón y afortunadamente los analgésicos siguen vigentes. Eres tu propio médico. Te preparas para una mala noche. Lástima que no haya nadie cerca que reconozca tu esfuerzo al levantarte por un vaso de agua.

Fin de semana. Tus opciones son un libro y café negro o películas ya vistas mil veces. De repente sientes que te hace falta algo: cerrar bien las ventanas para que la corriente de la vida no se filtre lastimosa en tu exilio.

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