miércoles, 31 de octubre de 2018

La muerte.

"L'abisso", Roberto Ferri.
No referí en su momento que casi al término del año pasado recibí el mensaje de un primo por Skype. Me invitaba por parte de su padre, es decir, mi tío, a una reunión familiar. Ni siquiera tuve el valor para declinar, solo respondí el saludo y dejé el asunto en el aire. Ya imagino qué tipo de charla quería tener mi tío. Del tipo nostálgico, en recuerdo de mi padre. Me hubiera sido muy difícil colocarme en ese mindset y mantenerlo. Realmente no extraño al viejo para nada, porque mi recuerdo de él tiende  a ser poco favorable.

Tal vez a alguno de ustedes le ha ocurrido que conoce muy bien a alguien, o por lo menos conoce aspectos que otros no, y cuando esos otros aluden a ese alguien forma laudatoria, ustedes enumeran mentalmente los detalles escabrosos que esa gente ignora. Pues una conversación así me habría resultado harto incómoda, porque me vería obligado a mentir, respaldando opiniones en aras de la imagen que mis familiares quisieran mantener sobre mi padre. No mencionemos ya cuando la charla se hubiera dirigido a mi persona.

Hace años renuncié a la tortuosa prueba de justificarme ante otros sobre mi vida pasiva y mediocre. Prefiero evadirme, huir, esconderme. Qué podría referir que resultara valioso. La gente solo busca la confirmación de estar frente a un miembro productivo de la sociedad. Represento la antítesis del hombre creativo y con iniciativa. Etiquetarme como fracasado sería erróneo, porque para que el fracaso exista, se requiere una serie de esfuerzos sin fruto como condición previa. Así que no soy un fracaso, sino un ente petrificado en la inacción.

Retomando la hipotética conversación, la vena espiritual de mi tío habría colado el tema de la vida y la muerte. Siento que el tema se estanca si se aborda desde el sentimentalismo, pero entiendo que es probable que la cuestión nos pegue más a medida que envejecemos. Seguramente mi tío hubiera querido saber mis pensamientos en relación con las tres muertes añadidas a mi experiencia. Por el cariño que le tengo habría hecho lo posible por no decepcionarlo, acudiendo a ideas que bordean el cliché.

Pero, sinceramente, debo decir que poco he aprendido de esas pérdidas, aunque hayan significado mucho. Estoy seguro que semejantes eventos ofrecen gran enseñanza, pero no he sido lo bastante intuitivo para extraerla. Mi reacción a ellas fue la negación. Sin embargo, en el diálogo hubiera imperado la “reciente” muerte de mi padre, y me hubiera quedado mudo la mayor parte del tiempo sin contribuir mucho. Porque su muerte me sorprendió, pero no me dolió. Solo ha sido más complicada, no por si misma, sino por los eventos que desencadenó.

No reseñaré mis auténticas pérdidas en estos párrafos. Pero de algún modo, ese historial de pérdidas (incluidas mis dos gatitas) me endureció. Cuando acaeció la muerte de mi padre, ya estaba yo muy curtido como para desmoralizarme. Más bien me preocupé por las cuestiones materiales. Así que, sobre la muerte, nada puedo decir que le dé claridad o la enriquezca. La filosofía siempre ha ofrecido disertaciones pertinentes. La ciencia la explica como fenómeno físico, lo que ayuda a comprenderla. Ahí está también la tanatología.

En lo personal, la muerte no me ha hecho más sabio o maduro. Solo ha deformado mi carácter y creo que debería ofrecer disculpas por eso, porque en teoría estoy obligado a aportar algo que ayude a los demás y en cambio he rendido cuenta de mi resultante indolencia. Pero quien lea esto puede tomarlo como prevención y evitar que las tragedias personales le tornen mezquino.

jueves, 28 de junio de 2018

Decrepitud.

El decadente Ron Hubbard, fundador de cienciología
y deidad incuestionable de mi padre.
Podría pensarse que la siguiente es una conclusión muy conveniente para librarme de culpas sobre el destino de mi padre. Es más bien una perorata sobre la dejadez.

Ya no tuve más información o referencias sobre sus últimos días y nunca sabré más. Pero tampoco quiero recrear escenarios ficticios. Sólo hay dos opciones: o tuvo los cuidados apropiados hasta que murió, o se le minó física y emocionalmente hasta doblegarlo y hacerlo ceder sus bienes. Solo puedo atenerme a los indicios, a lo que yo mismo vi.

Ya me parecía extraño que nadie lo visitara, por lo menos no con la regularidad de antes. Tengo la impresión de que quería evitar que fueran a verlo, así que era él quien hacía las visitas. ¿Por qué? Porque la casa ya no era adecuada para cualquier reunión decente. Durante veinte años no volvió a comprar una silla, y las que teníamos ya eran inservibles. Así que no había dónde hacer sentar a los hipotéticos huéspedes que llegaran a verlo. Él ya no estaba dispuesto a realizar ningún gasto para la casa, y yo tampoco: su tendencia a dañar o desaparecer el mobiliario pronto me disuadió de siquiera plantearme re amueblar en cuanto tuviera posibilidad. Creo que ya escribí antes sobre cómo se expresaba por vivir ahí, en ese departamento, en ese entorno, que él consideraba «por debajo de su nivel». Ese odio acumulado por años le hizo tomar la resolución de no contribuir más a un lugar despreciable y que además estaba pronto a dejar, debido a su edad. Quizá pasaba por su cabeza algo así como «ya estoy viejo, para qué invierto en algo que no voy a disfrutar y otros heredarían cómodamente».

Otro problema que quizá quiso ocultar a su familia era el mal olor imperante por la orina del gato. Algo que se pudo resolver fácilmente con un recipiente con arena. Desde que llevó al gato a la casa jamás le compró ni la arena ni el recipiente, así que el gato adoptó por sí solo el hábito de orinar en determinados rincones que yo debía limpiar. Me gustan los gatos y yo amaba a ese gatito pero, ahora pienso mucho en los motivos por los cuales mi padre lo llevó a la casa. Adquirir una mascota y no hacerse cargo de ella, o es un acto de inconsciencia o una forma sutil para fastidiar a otros. Pienso que mi padre quería verme lidiar con las travesuras del gato para hacerme sentir incómodo. Bien tuve que tomar ciertas medidas como mantener la puerta de mi cuarto cerrada en mi ausencia, y al llegar debía limpiar los lugares donde el gatito había hecho lo suyo. Si me ausentaba días era peor. Mi padre no limpiaba nada. Orina y excrementos de gato por toda la casa.

¿Por qué diablos ninguno de los dos tuvo a bien adquirir el recipiente y la arena? Ya he referido mil veces mis impedimentos para salir adelante. Además, aunque amaba a ese gato, nunca estuve de acuerdo en que mi padre lo llevara a la casa. No me preguntó si estaba de acuerdo o no en adoptar otra mascota, él simplemente llegó un día con el gatito. No niego que me alegró; amo a los gatos. Pero también me pesó un poco por la responsabilidad que conlleva y de la cual mi padre asumió muy poca. Me parece un abuso introducir un elemento nuevo a un entorno sin consultar a sus moradores y esperar que se hagan cargo de él. Yo lo sentí como un intento de sometimiento por parte de mi padre, pero tampoco iba a dejar al gatito morir de hambre en la casa, y como pude lo mantuve alimentado. Sin embargo, al ver que mi padre se desentendió de procurarle los cuidados básicos, me pareció muy claro que no lo adoptó con buenas intenciones, sino para generarme molestia. Molestia que irónicamente también lo alcanzó a él pues muchas veces el gato llegó a orinarse en su ropa y en su cuarto. Si lo vemos a distancia lo que hizo mi padre fue simplemente estúpido.

Sin muebles adecuados y con mal olor, mi padre fue haciendo del departamento un auténtico chiquero. El colmo del absurdo es que, si odias estar en un lugar y te sientes atrapado en él, no empeoras tu estancia ahí. Por el contrario, intentas mejorarlo o por lo menos mantenerlo limpio y ordenado. Pero él jamás hizo nada por el inmueble, y tampoco hizo nada por dejarlo. Bien pudo rentarlo y largarse a otro lugar, o esforzarse para pagar una renta. La verdad es que él tendió su propia trampa, él solo se arruinó la vida. No puedes culpar a otros o al destino si te disparas tú mismo en el pie, y tampoco puedes quejarte del dolor como si te lo hubieran producido otros. Mi padre era como esos tipos que al caer a una situación insostenible, generada por ellos mismos, se ponen a llorar y a rabiar, comportándose aún más destructivos y erráticos. Entiendo la frustración cuando tienes voluntad de lograr algo y no lo concretas a pesar de tus intentos. Pero me parece injustificada cuando te entregas a la absoluta dejadez.

Con respecto a su situación económica, apenas supe algo de su trabajo. No puedo entrar en detalles pero se le puede encasillar como «comerciante». Ventas, pues. Vender determinado producto y ganar una comisión, con la ventaja de verse libre de horarios fijos y la presión de un jefe. Se gana según cuánto se logre vender, y se logra vender según la capacidad de negociación. Mi padre tuvo una muy buena época al principio. Creo que él pensó que sería así siempre y cuando las circunstancias cambiaron fue demasiado tarde para plantearse otra actividad o producto. Recuerdo que cuando debía asistir a una junta, la evitaba hablando por teléfono diciéndose enfermo o inmerso en cualquier otro apuro. Creo que eso le perjudicó mucho. Yo supongo que se dieron cuenta que eran mentiras, que no era una persona confiable y gradualmente lo fueron desplazando hasta destinarle unos pocos clientes. Recuerdo que recibía llamadas constantes de un compañero y amigo de décadas llamado Raúl, quizá el único amigo que tuvo en su vida. Este amigo habrá presenciado la caída y deterioro de mi padre, pero no lo abandonó, y (conjetura más o menos lógica) lo conectaba con uno que otro cliente.

No sé qué habrá pasado después, pero mi padre dejó de recibir llamadas de este amigo. Quizá ya sólo se sostenían de un clavo ardiendo y lo que hace cuarenta años era una ocupación generosa devino en una actividad de rapiña. Raúl se habrá retirado o habrá fallecido, pero ya no pudo ayudar a mi padre. Éste, habiendo cultivado «fama» de mentiroso y evasivo, ya no pudo abrirse camino en un juego con nuevas reglas y contra competidores jóvenes y de verdad capaces. Fue ahí cuando dejó de pagar cuentas, redujo su dieta (no volvió a pisar un Sanborns) y acabó en la miseria, una miseria auto generada. Un día llegué y ya no estaba el refrigerador. Otro día ya no estaba la computadora. Jamás consideró que se haría viejo y que entonces necesitaría un soporte económico. Nunca trabajó para su futuro. Veía todo en tiempo presente y eran los beneficios del momento los únicos que consideraba. «¿Por qué preocuparme si soy tan chingón? Yo sé mi juego y hago el universo MEST a mi medida». Sí, cómo no, viejo.

Lo que concluyo y me parece evidente es que mi padre era, como se dice en México, un valemadrista y un pocos huevos. Un tipo irresponsable que siempre buscó el camino fácil y se quebraba ante la mínima complicación. Que desperdició y despreció su propia vida fumando, siendo un completo negligente y consumiendo pornografía (varias veces lo descubrí masturbándose). Sus cualidades eran solo aparentes. El tono de voz, el modo soberbio de caminar, el supuesto carisma, eran solo una máscara, muy bien construida por cierto. Toda la gente creyó que él era eso que veían. Pero llegó un punto en que ya no pudo sostener su mentira, y quizá también llegó un punto en que se cansó de sostenerla, y simplemente se permitió ser lo que era realmente. Una vida, una vida entera aparentando debe ser algo agotador, y ni el más astuto y mentiroso puede sostenerse firme hasta el final.

Puedes mantener un contendedor de basura dizque limpio. Tú quieres pensar que luce impecable por fuera, y atascar su interior de desperdicios, acumulándolos a tope. La gente comienza a percibir cierto hedor. Un día el contenedor revienta. Toda la inmundicia se esparce. La gente por fin la ve. Con mis vecinos ya no pudo ocultarse. Varias veces me llegaron a comentar del mal olor que emanaba de la casa, ya fuera de la orina del gato, ya del humo de cigarro. Y decían ver a mi padre un poco desmejorado, como enfermo. Enfermo estuvo siempre. De cobardía, de vicios, de vanidad. Por eso se quedó solo. Qué mujer en su sano juicio querría pasar tiempo con alguien que apesta a tabaco y no se asea. Recuerdo que le gustaba hablar por teléfono, porque la labia era su fuerte. Pero en el trato directo esa labia no era suficiente para enmascarar o compensar sus demás fallas.

Me pregunto qué de bueno hizo por sí mismo. No me refiero a los placeres como comer en restaurantes caros, que se procuraba antes de su abierto declive. Me refiero a un beneficio real, en el aspecto que fuera. Es que ni siquiera hizo nada por cultivarse. En mis días más oscuros me refugié en los libros y no digo que ellos me salvaron, pero sí me ayudaron a sobrellevar la desesperación, la impotencia y el hambre. ¿En qué se soportó él cuando le llegó la hora de padecer? Siempre le dio preferencia a literatura sectaria o «new age». Estaba convencido de los preceptos de L. Ron Hubbard y las pocas veces que platicamos siempre terminaba haciendo ferviente referencia a ellos. También vi que tenía el libro «Los Cuatro Acuerdos» en fotocopias. Mi padre nunca leyó a Carl Sagan, Séneca o Bertrand Russell y tal vez ni sabía que existían. Su universo mental estaba asentado en todos esos libros viejos de Cienciología. Eso lo convierte en un ingenuo sin capacidad crítica, y en un ignorante. Y no puedo dejar de hacer hincapié en la importancia de la salud. Sin salud no se tiene nada. Mucha gente por lo general le da una importancia secundaria y le da prioridad al dinero, al logro profesional, al reconocimiento. Jactarse de tener todo eso cubierto y no tener salud es tan absurdo. Mi padre no tenía ni el dinero, ni el éxito, ni la salud.

Cuando hablé por teléfono con su hermana y su sobrino (esa llamada infame) y durante la última audiencia ante el juez, me culparon de las condiciones en que «vivía» mi padre, si a eso se le llama vivir. Como si yo le hubiera inculcado la cienciología, el cigarro, el porno, la prepotencia, la deshonestidad y la pereza. Lo encontraron en su cama sucio y desnutrido. Pero fumando. Fumando felizmente cigarros de los más baratos en un departamento inhabitable por la peste y la falta de limpieza. Condiciones que no generamos ni yo ni el destino. Mi padre se empeñó por años en llegar a eso, y se puede decir que «triunfó». Logró hacer del departamento una pocilga, alejar a todos los que llegaron a apreciarle y convertirse él mismo en un bodrio. No entiendo cómo eso me hace a mí el «malo». A lo mucho soy un sobreviviente, y no el más hábil o el más fuerte. De hecho corro el peligro de caer en similar degradación.

sábado, 9 de junio de 2018

Ideas de venganza.

Se han vuelto recurrentes ciertas ideas de venganza. Quiero pensar que son solo una etapa pero se han vuelto crónicas. Las tengo en cualquier momento del día sin siquiera alimentarlas o darles juego. Aunque no aparecen de la nada: en el fondo sigo molesto por la pérdida. No fue algo así como un robo común: todo registro fotográfico de mi madre y mi hermano desapareció, terminó en la basura, desechado con indiferencia por la gente más detestable. Vamos, no fue como perder un estúpido iphone.

El estrés de las audiencias me ofuscó y cuando estas terminaron, entré en un estado de «sedación» emocional. No sentía nada. Quería alimentar sentimientos de victoria por haber sentado a esos idiotas frente a un juez, pero la realidad es que no se hizo justicia. Y aunque ya lo había previsto no quedé del todo satisfecho.

Cuando volví a mis estados emocionales habituales fue que esas ideas de venganza emergieron. Supongo que es normal experimentar eso por un tiempo, pero tales pensamientos no me parecen sanos. De hecho son bastante atroces y sería de mal gusto detallarlos. Baste especular de qué sería uno capaz si le fuera posible aplicar justicia propia contra un delincuente.

Jamás llevaré a cabo nada de lo que imagino, y no lo haría aunque tenga la posibilidad. Si bien esa gente y sus actos merecen castigo, no seré yo quien lo imparta y tampoco las leyes, que a diario muestran su ineficacia. De hecho lo más común en el sistema de ¿justicia? penal actual es condonar los delitos y liberar a los infractores. Cada vez que veo las noticias me es más evidente que toda esta supuesta justicia que según procura el sistema penal en mi país es sólo teórica, inaplicable al mundo real.

De ahí que el ciudadano común, en su desesperación, en su anhelo de equilibrar la balanza a su favor, sueñe con, o de hecho busque «alternativas». No es difícil en México contratar matones o sicarios que le den caza a las lacras que nos perjudicaron, en reemplazo de una justicia inexistente. Infortunadamente no tengo el estómago para hacer eso, pero si llegara a tenerlo, de qué serviría. No recuperaría lo perdido.

Aunque el mundo sería mejor sin esa gente.

lunes, 23 de abril de 2018

Limbo.

"Man at the window", Gisèle Freund.
Intento recuperar mi antiguo ritmo de lectura (estoy recopilando libros de donde puedo), pero aquí mi concentración es frágil como cristal. La mínima distracción la hace flaquear y después de eso no la recupero. A pesar de estar solo la mayor parte del tiempo, debo tener el ordenador encendido por si recibo un mensaje. No es que me oponga a los entornos online, de hecho soy el primero en servirme de ellos y disfrutarlos. Pero actualmente nadie tiene la paciencia de esperar una respuesta, ni la voluntad de abstenerse por un tiempo de medios electrónicos. Quieren que se les responda de inmediato y entran en estado psicótico ante un “visto” o la ausencia de “like” en el meme que enviaron.

Antes vivía prácticamente solo y sin internet, y podía entregarme a la lectura en un exilio parcial, en el corazón de una ciudad atestada. Cerrando la puerta el mundo tras ella desaparecía y mi realidad devenía un solipsismo, una simulación en pausa. En ese estado los libros cobraban preeminencia y me hacían sentir poseedor de un fundamento para explicarme la realidad. Eran mi modo de abordar un mundo amenazante, un escudo con el cual protegerme, un filtro que lo atenuaba. Y así lograba algo de seguridad, una noción endeble de no estar tan indefenso.

Pero al reanudar mi participación en el mundo, éste no recobraba su brillo, excepto por su impresión de ser peligroso. Las impresiones llegaban como opacas, pero esa opacidad no alcanzaba la perenne sensación de vulnerabilidad. Que ahora, por ciertas circunstancias, esté obligado a volcarme al  exterior, no le resta nada a mi introversión y hasta parezco más ensimismado que antes. La introversión es una coraza fallida pues no me protege de sentir miedo, pánico, ira o frustración. Por lo menos mi anterior contexto era más fructífero. Mi estado actual es de limbo: porque ni estoy concentrado en mis libros ni me siento más integrado al mundo.

miércoles, 11 de abril de 2018

Advenedizo.

Mi novia organizó una pequeña reunión con sus compañeros la semana pasada en su casa. Aún insiste en integrarme a su círculo pero yo encuentro absurda tal imposición y espero se rinda pronto, porque estamos años luz de distancia: yo estoy más cerca a la clase obrera y ellos son profesionistas. De trabajar en el mismo lugar a mí me correspondería limpiar sus baños, así que una amistad con ellos está completamente fuera de lugar. Ni siquiera una charla informal tiene cabida. Y es que no me interesa ser un miserable advenedizo.

Además, mi presencia fantasmal enrarece sus reuniones. Ni ellos ni yo sabemos cómo comportarnos o de qué hablar y tendemos a guardar silencio. Se hace evidente la barrera económica, ideológica y académica, todo lo cual agrava mi timidez. Para espesar aún más mi vergüenza, mi novia interviene aclarando que soy “super tímido” como justificando mi conducta anormal. Yo solo puedo pensar cómo es que mi novia no nota su contradicción: si sabes que una persona es tímida no la obligas a convivir.

Mi novia suele ser un poco soñadora en este sentido. Cree que es posible unir a todas las personas que aprecia a pesar de sus diferencias. Quiere vernos a todos formando un círculo, tomados de la mano, cantando coros felices, en un campo de flores, con un arco iris sobre nuestras cabezas. Pero ella sí se permite discriminar, descartar y omitir a quienes no le agradan. Siento que hay algo perverso en esa tendencia suya. Por qué adherir todos sus afectos en una masa libre de discordia. Eso es tiranía. O simplemente le da lástima verme tan solo.

No se me malentienda, que sus amigos no son malas personas, de hecho (excepto por una chica con arrebatos feminazis) son muy agradables y podría decirse que hasta sencillos, al menos de primera impresión. Pero mi fracaso profesional marcó el modo en que me relaciono con los demás: todo tipo de interacción social o familiar tiene un cariz tortuoso y deja un rastro de humillación. Si marco distancia no es por altanero, solo estoy respetando jerarquías.

viernes, 30 de marzo de 2018

Aguas tranquilas.

Leonid Afremov
Estoy solo en una habitación que cubre mis necesidades. Se asemeja mucho a mi cuarto pero admito que es mejor. Una versión 2.0 de mi soledad. Hay luz, un radio, una cama, baño y regadera. Mayor espacio e incluso una modesta mesa donde puedo escribir o dibujar.

Tengo pocas posibilidades de ser molestado. No tengo fobia a salir y toparme con algún vecino. Si necesito algo, hay tiendas muy cerca y no socializo con nadie. No hay una cortina rota que me avergüence. Sobretodo, aquí no apesta a cigarro.

Más de un año ha pasado desde la última vez que me he puesto a escribir a mano. Me he adaptado parcialmente al teclado pero el diario en papel es insuperable. Siempre seré rústico en este aspecto. Lo extrañaba mucho.

Desde que mi casa fue saqueada y mi diario fue robado no volví a tomar una pluma para unas líneas personales. Podría pensarse que mi actual contexto facilitaría la labor pero después de lo que pasó me queda claro lo frágil de la privacidad. La gente es curiosa o francamente entrometida. Esta sola cuartilla significa un riesgo y la sepultaré en el blog en cuanto pueda.

Por lo demás, todo transcurre en calma y no tengo mucho qué narrar. No puedo quejarme. De no ser por mi novia, que me facilitó esta habitación en el mismo predio de su casa, quizá habría terminado en la calle. Así que me ha ido mejor de lo que esperaba. El año pasado fue bastante tenso y no podía pensar con claridad pero ahora tengo oportunidad de ganar perspectiva.

domingo, 4 de marzo de 2018

Lo que se me arrebató.

Dije en una entrada anterior que, después que murió mi padre, sus parientes aprovecharon mi ausencia para saquear la casa. Antes del saqueo, hoy hace un año, todavía pude entrar y ver a mi gatita.

Ya no la volví a ver.

No diré que esto iguala la pérdida de un hijo. Pero no es menos desolador: nunca sabré si dieron a mi gatita en adopción, o la arrojaron a la calle, o la sacrificaron. Esa punzante incertidumbre.

Como mínimo, merece ser honrada en una entrada.

Arreglé esta foto mediante filtros ya que la original tenía una insípida tonalidad azul. Si bien poseo fotos más recientes elegí esta por ser una de las mejores, que data del 6 de Agosto de 2013.

Ante las pérdidas que aún no asimilo, no tengo mucho qué decir. Extrañaré a mi gatita y nunca la olvidaré.

viernes, 2 de marzo de 2018

Determinismo genético.

A mediados del año pasado recibí la llamada de una sobrina de mi padre, la misma que me informó de su muerte ocurrida hace exactamente un año. Y la única que tuvo la honestidad de escuchar ambas versiones de la historia. Aún me reiteró su interés por reanudar nuestro vínculo como primos.

Me contó que el hijo mayor de la tía que demandé tiene ciertos problemas que lo han convertido en un lastre para su familia. Pude interpretarla mal, pero entendí que tienen que lidiar con él como un ser desvalido o con cierto grado de demencia. Como la mayoría en esa familia, él siempre tuvo delirios de grandeza. También solía contar historias evidentemente fantasiosas como si fueran reales. Él y mi padre solían reforzar mutuamente sus bobas ilusiones de superioridad y poder. Como sea, no lo vi acompañar a su familia durante ninguna de las audiencias, lo que me hizo pensar que su estado mental es grave. Tan grave como para dejarlo en casa, posiblemente al ciudado de alguien más.

El hijo menor no se queda atrás. Cuando en la última audiencia le preguntaron a su madre a qué se dedicaba él, prefirió no responder, lo que resultó algo sospechoso al tratarse de una pregunta sencilla. Cuando le preguntaron directamente a él titubeó un poco, pero terminó confesando su supuesta ocupación. La prima con que hablé me dijo que no se dedicaba a nada, lo que a su edad (40 años) era ya preocupante pues, al igual que su hermano, nunca había trabajado y ambos seguían dependiendo de sus padres. Estoy siendo elocuente. En México a este tipo de gente solemos llamarle "huevones". En realidad la madre es igual: una persona sin oficio. El único medianamente capaz de generar dinero en esa familia es el padre, quien a pesar de jamás haber despuntado en su profesión ha de ganar lo suficiente para llevar tres parásitos a cuestas.

Ahora pienso en mi padre, a quien siempre se le vio como próspero y emprendedor. En realidad, su época buena habrá durado diez años cuando mucho. Fue uno de tantos que quedó desempleado en aquella crisis económica de 1994 y de la cual no logró sobreponerse. Considero que ese fue el año en que comenzó su espiral descendente. Sus rasgos como malos hábitos de higiene, adicción a la pornografía y al cigarro, y megalomanía, se acentuaron. Por lo menos se hicieron más notables al estar él siempre en casa, todo el día. Despojado de su rol de proveedor comenzamos a ver su verdadera naturaleza: huevón, insidioso, morboso, vicioso y desaseado. Y así hasta el año pasado. Veintitrés años continuos de un comportamiento que siempre fue a peor. Era como si estuviera afanado en fortalecer sus fallos.

Pero eso se puede rastrear hasta su propia madre, que exhibía los mismos defectos. El más marcado era la falta de higiene. Recuerdo que debían alzarla del sillón y llevarla a la regadera donde la hacían bañarse, sino es que sus propios hijos la enjabonaban y enjuagaban como a un objeto. Luego la vestían con ropa limpia para finalmente devolverla al sillón, donde reanudaba su extensa charla sobre su enorme capacidad para "ser causa sobre el Universo MEST".

Y muchos de esos rasgos finalmente me alcanzan a mi. Me alimento bien, hago ejercicio, no fumo, no tomo (mis únicos vicios son el café negro y trasnochar) y procuro una higiene que a veces raya en lo escrupuloso, además de cierta obsesión por el orden (que he debido suprimir donde vivo actualmente). Pero también represento un lastre para otros: no soy capaz de salir a buscar empleo y los empleos que he tenido han sido esporádicos, jamás por pereza sino por pánico o falta de confianza. Como sea, el determinismo que supongo genético, se halla presente. A pesar de esto, mi novia suele decirme que le gustaría tener un hijo algún día. Yo solo pienso que eso sería propagar genes deficientes. La vida tan difícil que tendría ese pobre niño.

martes, 27 de febrero de 2018

Lecciones de un desdichado.

Según lo que se le pudo arrancar a los parientes de mi padre durante la última audiencia, hace exactamente un año lo ingresaron a un hospital donde murió pocos días después. A saber si la fecha es cierta, en realidad no importa. Sólo puedo pensar en la vida de mi padre como una advertencia que deja algunas "lecciones":

No se puede ir contra las tendencias individuales. Si una persona quiere vivir en condición de ruina, vivirá en condición de ruina. Si es su voluntad fracasar en cada aspecto de su vida (ético, social, económico, familiar, emocional, salud), fracasará y nadie puede disuadirla.

No se puede ir contra la existencia y sus reglas. La prosperidad no aparece sola; no es un "postulado" ni un "acuerdo". Es producto de la inteligencia, el esfuerzo y el trabajo. Quien se hunde en la pasividad y el vicio se condena solo y no es culpa de nadie.

Es presuntuoso asumir que las circunstancias están bajo nuestro control o se tornarán favorables solo por un concepto vanidoso de nosotros mismos. La vida es difícil y le es indiferente nuestro apellido, nuestra labia o nuestra supuesta "gran" personalidad.

Estamos obligados a aceptar que las circunstancias pueden sobrepasarnos. Es insensato no columbrar los posibles reveses o creer que estos jamás nos alcanzarán. Lo inesperado sucede todo el tiempo. A la vida no le importan nuestros delirios de grandeza.

sábado, 10 de febrero de 2018

Million Dollar Baby.

Llamó mi atención una escena donde la protagonista convaleciente es visitada por su familia en busca de una firma que les daría beneficios económicos. La protagonista tiene el acierto de mandarlos al diablo.

No puedo evitar pensar en esos eternos parásitos que aprovechan la vulnerabilidad de algún pariente moribundo para seguir comiendo sin trabajar.

Me pregunto si ese tipo de gente no sentirá algo de vergüenza al sacar provecho de algo que no le pertenece. Qué tan plenos se sentirán sabiendo que la comida que a diario se llevan a la boca está siendo patrocinada por el trabajo y esfuerzo de personas ya fallecidas a quienes despreciaron en vida.

Eso es vivir en un grado de miseria y fracaso que no puedo concebir.


viernes, 9 de febrero de 2018

Ensayo sobre mi padre.

El casi infructuoso pleito legal al que me sometí en aras de justicia me dejó en una suerte de "coma" durante un año. Pospuse el pensar o escribir abiertamente sobre mi padre. No puedo enaltecerlo ni calumniarlo, solo tratar de entenderlo.

Desde que nos mudamos al departamento nos dejó muy en claro su inconformidad. “¡Vivimos hasta el p*to infierno!” gritaba en el auto cuando de niños nos llevaba a la escuela. En realidad el departamento lo adquirió mi madre y era cierto, no se encontraba en una zona céntrica. A veces pienso que mi padre se dejaba arrastrar a situaciones que no le agradaban y entonces culpaba a otros. Porque él nunca se equivocaba.

Mi padre solía ser despectivo con los demás, se sentía por encima de la mayoría, pero jamás entendí en qué fundaba su superioridad. Siempre hizo alarde de inteligencia. Sin embargo, su vida como un todo hablaba de mediocridad. Desde la muerte de mi madre, jamás se le volvió a exigir nada. Recuerdo que mientras mi hermano y yo íbamos a las misas mensuales, mi padre salía de fiesta. En un principio me tomé a mal su indiferencia pero luego entendí que quizá esa era su forma de lidiar con la pérdida.

De los últimos días de mi padre es difícil hablar. Si tomamos en cuenta su "gran" inteligencia, además de los casi veinte años de libertad que gozó desde la muerte de mi madre, no logro entender cómo es que terminó tan mal. Pudo haber hecho lo que quiso, dirigir su vida a donde se le antojara y prosperar sin que nadie se le opusiera. Ya no tenía que cargar con nadie y nadie dependía de él. ¿Qué hizo durante los últimos dieciocho años de su vida?

En la última audiencia por el desojo que nunca fue, el juez permitió a su familia dar su versión de los hechos. Hablaron de mi padre y dijeron que se encontraba sin trabajo, sin dinero, muy enfermo y endeudado: lo dejaron por los suelos. Entiendo que debían justificar el por qué del contrato de arrendamiento pero creo que merecía un retrato más favorable. En cambio lo describieron como una persona hundida, miserable e irresponsable. Yo encontré ofensivo tal menoscabo a su memoria.

A pesar de nuestras diferencias, siempre intenté dar una imagen positiva de mi padre cuando algún familiar o vecino me preguntaba por él. Ya fuera por vergüenza, ya fuera por satisfacer expectativas y a pesar de los hechos. Y extrañamente me irritaba que le criticaran. Un ejemplo de esto: era sabido por todos el terrible vicio de mi padre por el cigarro, vicio que particularmente odio. Me enfadaba demasiado llegar a la casa y tener que soportar el humo de cigarro. Solo pensaba que tal vicio era una imbecilidad. Pero si alguien osaba señalar la afición del viejo por fumar, en automático pensaba “a ti te importa un carajo si él se quiere fumar un cigarro o diez”.

Sobre la parte que me toca, no me desentiendo. Fui negligente con él y debí estar ahí en sus horas bajas. Debí ser más adulto y dejar de lado las negligencias en que él incurrió cuando encaró altanero a mi madre desahuciada. La destrucción y pérdida sistemática de los pocos bienes que llegué a aportar a la casa. La enemistad que insistía en sembrar entre mi hermano y yo. Su actitud destructiva y conflictiva, su conversación siempre perniciosa. Sus comentarios ofensivos a mi madre muerta. Sus hostilidades como dejar encendida la estufa o arrojar colillas sobre mi cama. Aún así, poco habría podido hacer. Cómo disuadir de arruinarse a alguien que todo lo puede y que es más inteligente que el resto. Pocos se detienen a pensar sobre la parte que le tocaba a él con respecto a sí mismo. Era como si odiara la casa, a las personas, como si se odiara él mismo.

Nunca sabré por qué se encauzó de ese modo y podría especular infinitamente al respecto. Las respuestas se fueron con él.

jueves, 8 de febrero de 2018

De pie.

Tengo entendido que no debe hablarse de asuntos legales delicados (cuando existen denuncias penales de por medio) pero necesito romper un poco el silencio y concluir con la parte más escabrosa de mi última catástrofe.

El año pasado, la muerte de mi padre desencadenó eventos brutales. Fui despojado de mi casa y mis cosas, y a pesar de mis limitaciones económicas y de carácter, hube de reunir un ápice de valor para intentar volver las tornas a mi favor.

El resultado no fue el esperado, pero tampoco desfavorable. Mi denuncia, que se gestó mediante angustiosas visitas al Ministerio Público, derivó en audiencias penales frente a un juez en un tribunal. Resultó que nunca hubo un despojo, como está estipulado en el Código Penal: un mes antes de morir, mi moribundo padre, aconsejado por su hermana, firmó un contrato de arrendamiento que le daría una renta mensual para comida, medicinas y un poco de dignidad. Dicho contrato (del cual se benefició solo un mes) es por dos años, de los cuales ya transcurrió uno. El juez desestimó el caso, como yo ya había previsto, y (a los parientes a quienes denuncié) no se les vinculó a proceso.

Pero les dejó claro que ese inmueble jamás será suyo ya que existe un heredero y a pesar de los hechos no debieron hacer aquel contrato a mis espaldas, sugiriendo que si bien no hay despojo, incurrieron en cierta negligencia al no avisarme de la enfermedad y muerte de mi padre, y de lo que éste determinó sobre el inmueble en sus horas más nefastas.

Mediante el actual juicio sucesorio recuperaré eventualmente posesión de mi casa, ya como propietario.

Sería infantil ver la cuestión como algo de ganar o perder. He perdido todas mis cosas, incluidos documentos personales, fotografías familiares, las cenizas de mi hermano y mi gatita. Dijeron que cuando visitaron a mi padre lo hallaron viviendo en condiciones infrahumanas, en un departamento vacío. Dijeron la verdad al señalar que vivía en la miseria, pero mintieron al decir que no había nada dentro. Jamás sabré exactamente qué fue de todo ello.

Pero de no haber hecho nunca la denuncia ellos jamás habrían rendido cuenta a las autoridades de lo que sucedió, y sus planes de quedarse indefinidamente con el departamento habrían fructificado. Y si bien me tenían por alguien insignificante e incapaz de pelear por lo que es mío, los hice sentar frente a un juez y decir, por primera vez en su vida, algo de verdad. De haber sido honestos no habrían atravesado por tan penoso proceso... aunque estoy seguro que lo sufrí más que ellos.

Introversión no es sinónimo de indefensión.


viernes, 5 de enero de 2018

Ruido.

Creí que pasaría mucho tiempo para volver a este blog. De todos modos esta es una nota breve. En un par de horas "S" llegará con unos amigos del trabajo para una fiesta aquí, en su casa. Me siento abatido. Esto es distinto a las audiencias. En ellas, soy yo quien se desplaza a confrontar una situación difícil, después de la cual puedo volver a mi exilio. Ahora, el enemigo estará aquí sin que pueda evadirme.

Es una reunión que obedece al Día de Reyes, celebración religiosa menor que solo demanda una "rosca de reyes". Estoy forzado a convivir comiendo de esa rosca, bebiendo café y deseando que alguien me mate.

Son 11:34 de la noche. Volveré a esta entrada después de la inevitable tortura.

12:55. Llegaron hace diez minutos. Los recibí, los saludé, y me escabullí al cuarto de "S" mientras ella los presentaba con su madre. Hice de escapista y me salió bien. Espero "S" no insista constantemente en salir.

3:00 AM. Me quedé dormido, ya se fueron. No pasó de que le preguntaran a "S" por mi.


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