jueves, 26 de mayo de 2011

El espejismo.

Es un fenómeno extraño. Siempre causo una primera buena impresión. Ya sea en una reunión o un entorno virtual, causo una impresión positiva en quienes me conocen, a pesar de mi timidez y comportamiento insociable. Creo que consiste en mi pasividad y falta de participación. Mi poca pretensión me hace ser percibido como apacible y no peligroso.

Rara vez contradigo a nadie. Procuro no enfrascarme en discusiones por defender mi punto de vista. Respeto las ideas ajenas aunque no esté de acuerdo con ellas y en vez de intentar refutarlas prefiero rescatarlas y contribuir con otras para fomentar una conversación digamos constructiva o edificante en algún sentido.

Después de esto, si realizo alguna crítica, intento suavizarla eligiendo las palabras adecuadas y por lo general es bien aceptada. No impongo mi pensar, lo expongo simplemente. Siempre le he huido a la lucha de egos por demostrar quién tiene razón, porque no conduce a nada y no deja más que una desazón en el "vencido" y una absurda sensación de triunfo en el que "gana".

No soy invasivo, ni física ni psicológicamente. Evito el contacto físico (los últimos 6 meses del año pasado no dí ni recibí un solo abrazo) y respeto los espacios. Tampoco invado la intimidad mediante incisivas preguntas (sólo lo he hecho recientemente con mi ahora indiferente musa) y no me inmiscuyo en las vidas privadas. Porque muestro poco interés en los demás, suelo pasar desapercibido.

Mi mutismo extraña a algunos, pero no causa mala impresión, sino curiosidad. Entonces algunos intentan ir más allá y romper con esa introversión, que ha sido mi mecanismo de defensa. No permito que cualquiera cruce la línea, y no es que sea soberbio. Tengo que conocer muy bien a la persona para poder sincerarme con ella, lo que puede tomar meses.

¿De qué te proteges? ¿Por qué te escondes? Son preguntas que me han dirigido alguna vez y nunca respondí satisfactoriamente. Cuando por fin me siento cómodo con alguna persona, me sincero con ella y le permito conocerme cada vez más. Entonces me muestro tal cual soy, y es ahí cuando su interés se torna desencanto. Descubren que en verdad no soy tan buena persona. Se decepcionan y alejan.

Soy consciente de mi introversión, pero esa primera impresión es involuntaria. Jamás he querido engañar a nadie ni pretender ser lo que no soy. No podría hacerlo aunque quisiera, porque a la larga esa máscara me sofocaría y cualquier ojo inquisidor lograría penetrarla. Casi puedo ver la desilusión que se llevará todo aquél que tenga el infortunio de conocerme.

domingo, 22 de mayo de 2011

Nostalgia por días penosos.



"...Cuántas cosas tan lindas, que yo no necesito..."

(frase atribuida al Cínico Diógenes).

Recuerdo cuando era libre. Cuando vivía dispuesto a abandonarlo todo, incluso a mi mismo. En esos días de aislamiento extremo, sin contacto con nadie, no me preocupaba qué hacían los demás. Mi mente no se agobiaba pensando en ¿qué estará haciendo ella? No existía ese elemento en mi psique. Me ocupaba de aprovechar mi adversidad para crecer. No había más opción.

De repente me entregaba a fantasías amorosas. Me permitía especular cómo sería, y diseñaba situaciones ficticias en mi mente: elegía a una chica que hubiese conocido antes, cualquiera que me hubiese parecido atractiva o haya despertado mi curiosidad y la introducía en mis alucinaciones, donde sí me atrevía a hablarle, a tomarla de la mano y todas esas cosas que hacen los enamorados.

Después cortaba de tajo esas ensoñaciones con el filo de la realidad inmediata. Debía limitar esas fantasías pues provocaban deseo, y por ende frustración. Volvía a mis libros, mi apatía, mi angustia silenciosa. La ventaja de los elementos imaginarios es que uno no puede obsesionarse con ellos porque ya nos pertenecen. Les dominamos en el interior.

Era relativamente sencillo apagar ese tipo de deseos transmundanos, pues carecían de un fuerte estímulo. Si bien al andar en la calle ocasionalmente alguna mujer atrapaba mi atención, era sólo momentáneo. La mayoría de las veces me dejaban una vaga impresión que se desvanecía en el transcurso del día. Entonces me conformaba con eso, no necesitaba más.

Luego mis circunstancias cambiaron, y me atreví a reconsiderar mi sueño inalcanzable, descartado hacía tiempo. Creo que eso me durmió. Hoy día no me va tan mal como antes, pero en aquellos tiempos, tan constreñido por la vida, me sentía más alerta. Más defensivo con mi entorno y más implacable con mis pasiones y deseos, que intentaba apagar a cada momento en aras del crecimiento interno. No podía hacer otra cosa.

Pero era libre de la pasión del enamoramiento. Y veía con desdén a todos esos pobres diablos, esclavos dolientes por la indiferencia de una mujer. No comprendía cómo pudiendo luchar por ser dueños de sí mismos, despreciaban su libertad, su independencia, por un factor externo filtrado por los sentidos e interpretado por la mente. Obsesivos, quejosos, apasionados. Los observaba desde mi ascetismo cavilar en un anhelo externo. Están perdidos, pensaba de ellos...

Qué irónico resulta ahora: después de tantos demonios abatidos, me encuentro víctima de lo que en otros menospreciaba.

Como para tratar de liberarme de este estado, mi mente recurre al pasado para contrastarlo con el presente. Incluso coqueteo con la idea de generar voluntariamente mi anterior situación, recreando las circunstancias a las que la vida me sometió entonces, para suscitar ese ansia de soportarme en mi mismo y abandonarlo todo de nuevo. Matar mis deseos sin misericordia. No debí bajar la guardia. Me atrevo a decir que esto que enfrento ahora me resulta tan tormentoso como las mil angustias y padecimientos que experimenté en esos tiempos, que casi me gustaría revivirlos.

Cuando menos entonces era libre del amor no correspondido.

sábado, 21 de mayo de 2011

El bufón.

"No le des prioridad a quien sólo te ve como opción".

Estoy extendiendo lo más posible el cadáver de una relación ficticia y no sé por qué. No lo necesito, ella tampoco. Me estoy convirtiendo en un estorbo. El colmo fue la broma que hice esta noche. "Ahora sí, no mames" fue su respuesta a un mal chiste que hace un par de meses le hubiera hecho reír. Nunca me había respondido así.

Por otro lado está desplazando su actitud cariñosa a otra persona, relegándome poco a poco mediante una amabilidad por compromiso. El interés que antes mostraba por mi, ahora se lo prodiga a otro. Debería alegrarme. Después de todo, eso le hace feliz. Y yo quiero que lo sea, aunque no contribuyo en nada a eso. Por el contrario, comienzo a ser una carga.

Debo decirlo: el tipo me resulta de lo más soso. No le he visto un comentario significativo. Sin embargo la hace reír, lo que yo no hago ya. Le sobra la espontaneidad que a mí siempre me ha faltado, y ha logrado ganarse con ello su aceptación. Podrá ser un payaso, pero está lejos de ser patético como yo. Ya no tengo nada qué ofrecerle a ella y la verdad creo que nunca lo tuve.

Antes de conocernos, cuando decía ser adicta a mi, ella jamás se sintió repentinamente cansada como para abandonar ninguna de nuestras conversaciones. Pero lo hace frecuentemente después de conocernos. Lo hizo esta noche. Y lo volverá a hacer. Su fastidio es evidente. Tengo que desaparecer ya y volver a ser el de antes: el indiferente, el distante, el extraño...

El que no se preocupaba por nadie.

viernes, 20 de mayo de 2011

Viernes por fin.

Estoy cansado. Toda la semana estuve lidiando con el cansancio acumulado. Pero es mi culpa. No duermo bien, descuido mi alimentación. Hago ejercicio pero no sigo el programa todos los días. Hace 10 años me sentía en verdad fuerte. Incluso caminaba decidido, con energía, y me gustaba verme de reojo reflejado en los espejos y cristales de la calle. Una tontería, sí, pero que alimentaba mi orgullo.

Ya no soy ni sombra de aquello. Ni física ni emocionalmente. Si bien carecía de experiencia, me acompañaba la energía juvenil, y a pesar de mi eterna introversión tenía esperanza en el futuro. De joven siempre tuve la idea de que a la vuelta de la esquina algo increíblemente bueno me sorprendería. Y aunque esas sorpresas jamás se dieron siempre podía canalizar ese entusiasmo a mí mismo.

Entonces no tenía Internet con el cual zombificarme. Ahora tengo la excusa perfecta para abandonar toda esperanza en el mundo real. Volcar mis intereses a un universo de información, donde las cosas se adquieren con sólo buscarlas. Mayor certidumbre que afuera. No más ilusiones vacías. Esta máquina en la que escribo ahora compensa mis pérdidas.

Tan las compensa que llegando a casa ya no vuelvo a asomar la mirada al mundo externo para enfocarla al frío monitor. Dos, tres, cuatro horas o más. No importa, no hay nada para mí afuera. Ahogué toda vana ilusión por concretos logros. La vida, con sus anzuelos y traiciones ya no me conmueve tanto. Estas noches de Viernes, noches de fiesta, son para mí de escritura, soledad y silencio.

jueves, 19 de mayo de 2011

El hombre disociativo.

En Noviembre del año pasado me apunté en un foro de fobia social. Mi intención era compartir mis experiencias con usuarios que pudiesen entenderme. "No estás solo", reza el eslogan del sitio. Me identifiqué con muchos de ellos. Este es mi foro, pensé de inmediato.

Se atreven a contar ahí sus experiencias, algunos a pedir ayuda. Me he sentido tan reflejado que es como si se expresaran por mí; no puedo evitar sentirme vindicado. Pero no he pasado de superficiales comentarios porque a pesar el anonimato, me cuesta trabajo sincerarme.

En cambio, no me ha costado trabajo dar uno que otro consejo. He aquí un individuo cargado de complejos que no tiene empacho en aconsejar a los demás, con aires de autoridad, como todo un experto. Vamos, que ese rol no me queda ni por asomo. Qué osadía la mía de comentar así.

Pero esto me sucede también en el mundo real. Alguna vez me atreví a darle consejo a uno de los pocos amigos que tengo. No pude evitar sentir esa división interior: yo, un ser mediocre, casi hundido, escuchando y apoyando al que enfrenta una dificultad temporal. Si supiera qué bajo he caído. Pero ni siquiera lo sospecha.

Porque con el tiempo uno se vuelve hábil para ocultar las penas y padecer con una sonrisa en el rostro. Se perfecciona la máscara de la serenidad tras la cual subyacen mil tormentos. Se aprende a decir estoy muy bien ahogando el ímpetu y a sufrir la sedición con el rostro impávido.

miércoles, 18 de mayo de 2011

La vida disoluta.

Me he desvelado otra vez. El placer de trasnochar no me abandona por más que intento corregirlo. Hay temporadas que logro dominarlo, pero la complicidad entre el silencio y la soledad de la noche es irresistible; no puede desdeñarse así nada más.

Soy trasnochador desde joven. A mis 12 años de edad ya acostumbraba regalarme noches de desvelo en fines de semana dibujando y escuchando música. Esos momentos eran únicos. Entonces no requería mas que la compañía de mis materiales de dibujo: eso era la felicidad para mi mente simple.

Me emociona recordar que no necesitaba nada más. Me refugiaba en el dibujo y no me inquietaban las necesidades mundanas, la complejidad de las relaciones humanas ni el futuro incierto. La inspiración, el presente y la noche lo eran todo. Casi siento el deseo de asir con mi mano uno de esos momentos y volverlo a vivir.

Porque mis noches presentes están teñidas de un sinsabor que no se va. La preocupación por lo que he de enfrentar el día de mañana. La posibilidad de encontrarme de repente, inmerso en algún problema que no pueda resolver. Me acompañan también mi odio y decepción acumulados.

A mis 12 años ya había elegido mi destino: sería dibujante. Pero ya no dibujo con empeño desde hace años. Ahora dedico mis noches y tiempo libre a intentar asumir una realidad que no me gusta porque la idea de cambiarla se me antoja lejana. Ora escribiendo, ora contemplando el amanecer, temeroso.

martes, 17 de mayo de 2011

La fragilidad.

Nuestras últimas charlas han sido distantes, ligeras, enfocadas a lo cotidiano. Pero prefiero eso a no tener comunicación con ella. Me gustaría saber si nuestras charlas le dejan algo bueno. A estas alturas pienso que no, pero ya forman parte de su rutina. Se despierta, se ocupa de los asuntos del día y llegada la noche, por costumbre charla conmigo. Soy una faena más de su vida.

Me gustaría que se sincerara y me dijera qué piensa realmente de mí. Ahora entiendo que esa clase de preguntas inquisitivas que antes le dirigía resultan estúpidas y un síntoma de inseguridad. Se debe ser bastante idiota para cuestionar a una mujer sobre lo que piensa y siente de un hombre. Resulta contraproducente. Contrario a lo que podría pensarse, marca un retroceso.

Esta incapacidad de profundizar en los pensamientos de otros me hace sentir aislado. Un cúmulo de personas forman un colectivo. Conviven, se comunican, se dan a entender. Pero jamás expresan su verdadero sentir sobre sus semejantes. Se lo guardan para sí mismos porque es parte de su base ideológica más importante: los puntos fuertes y débiles que observan y suponen en su círculo.

Pero yo no me protejo de ese modo. Mi base psicológica no se compone de fragilidades ajenas que pudiese convertir en ventajas propias. Por el contrario, al observarlas me identifico con ellas, me "acercan" a la persona. Le brindo mi apoyo sin tenderle la mano. Es un acuerdo estéril conmigo mismo. Una forma de engañarme con la idea de que esa identificación me vuelve más humano.

Extraño ese antiguo vínculo, la charla confiada, abierta, sin ataduras. Pero eso ha terminado. Me he (sí, yo) cerrado las puertas de su mundo interno. La espontaneidad de nuestras charlas se ha ido. Ignoro qué piense de mí. Y casi puedo prever la charla de esta noche; será como la anterior. Pero me aferro a ello porque es lo único que tengo.

martes, 10 de mayo de 2011

Eterno novato.

Rebasado por la vida. Cada experiencia me toma desprevenido y no sé cómo abordarla. Me quedo con la mente en blanco. Me interno en estúpidas e intrincadas reflexiones una vez que la experiencia ha pasado. ¿Qué sucedió? ¿Por qué hice esto y no otro? Encerrado en mi cuarto, acostado boca arriba, mirada perdida, ensayando correcciones tardías en mi mente, en la esperanza de poder servirme de ellas la próxima vez.

Vivo rezagado, concluí hace tiempo. Siempre tomado por sorpresa, porque no sé cómo funciona la vida, cómo piensan y sienten los demás y cómo debo actuar ante ello. Haciendo el rol, en contra de mi voluntad, del idiota postergado, dañando a otros sin querer. La excusa de siempre. No tenía idea... te ofrezco una disculpa. Y la interrogante infantil que no resuelvo nunca. ¿Qué hice mal?

De nada sirve lamentarse, como tampoco especular. Pero la incertidumbre corroe: el no saber por qué las cosas se dan un modo u otro y no poder abordarlas en el justo momento. ¿Por qué estoy tan desconectado de la vida? ¿Por qué me es tan extraña? ¿Por qué no puedo ver lo que otros dan por hecho? ¿Es que la soledad ha atrofiado mi percepción? Si mi propia psique resulta un misterio, la ajena es impenetrable.

Anacrónico. De cara a lo imprevisible, que a nadie sorprende excepto a mí. El que siempre llega tarde. Un paso atrás de la vida, persiguiéndola, queriendo entenderla.

lunes, 9 de mayo de 2011

Tanto que ignoro.

"Nada se sabe bien sino por medio de la experiencia".

Francis Bacon.

Y tanto por aprender. Esa charla de ayer con mi más que amiga me quitó una venda de los ojos. Inconscientemente, me tenía por alguien medianamente inteligente y con la capacidad de comprender el sentir de otros. Vaya absurdo. Más lo era creer que conocía mis emociones tanto como para dejarlas ser y dominarlas luego a voluntad.

Treinta y dos años... ¿y qué he aprendido? Pensaba que los libros compensaban cualquier tipo de experiencia; que la reflexión y el encierro bastaban para comprenderme a mí y a los demás; que mi (falsa y aparente, ahora lo sé) indiferencia me daría objetividad guardándome de interpretar mal las cosas; que habia superado el ego masculino y sus debilidades.

Me limitaba a la información, creyéndola perfecto sustituto de cualquier experiencia que pudiera tener. A la fecha me cuesta trabajo entregarme a uno u otro evento, y precavido siempre, no lo hago sin respaldarme en un cúmulo de datos. Me protejo tras una pared de conocimientos para no enfrentar la experiencia desnudo. No me permito vivir la vida como viene, lo cual, irónicamente, no me ha librado de errores.

Era tan obvio. La información es una guía, pero jamás reemplazará la vivencia. Y aunque ambas se enriquecen, debo dejar mi diario, soledad y libros a un lado. Necesito foguearme. Abrir los ojos y ver que las emociones son complejas, a veces ingobernables; que cada persona es tan única como sus pensamientos y experiencias; que la soberbia me ha vuelto ciego; que me he creído insondable cuando soy tan transparente.

Ojalá hubiese experimentado antes. Ojalá hubiese comprendido antes. Ella me habría conocido distinto y quizá así no la habría decepcionado.




Driving - Will Ackerman.

domingo, 8 de mayo de 2011

Sigo siendo un principiante.

Desde mi primer entrada escrita en Enero del 2009 a la que escribo ahora, me acompaña el temor de ser de algún modo desenmascarado. No es que me dé mucha importancia. Eso era al principio, cuando no era consciente de la enorme cantidad de bloggers que pasamos desapercibidos y pensaba que me encontraría de inmediato explicándome ante otros. Es el exponerse mediante las palabras. Había un blog cuyo título era Eres lo que escribes. Similar al Por sus frutos los conoceréis del Nuevo Testamento (por nada del mundo se piense que soy religioso), esta frase explica que un blog, diario o escrito personal es una ventana a la mente de su autor.

No puedo evitar pensar qué consecuencias tendrá escribir en mi blog. A dos años de bloguear regularmente, aún no encuentro el equilibrio entre lo que debería decir y lo que no, pero siempre he elegido arriesgarme un poco. Ignoro qué haría si algún conocido descubriera mis circunloquios. Posiblemente los haría privados y comenzaría a elucubrar posibles explicaciones, pero quizá no sería suficiente para que mi escrito quede olvidado.

Tomemos como ejemplo la entrada anterior [he eliminado dicha entrada], ¿qué pasaría si mi padre llegara a leerla? Lo visualizo iracundo, señalando la contradicción de aludir a su carácter cobarde mientras que no yo tengo el valor de decirle de frente lo que pienso. Es una posibilidad. Desde la descripción de cada blog intento dejar claro su poca importancia como una forma de decir no me tomen en serio. Un sesgo tramposo que obedece a los temores mencionados arriba.

Temores de un bloguero principiante que no me detienen pero tampoco he logrado superar. Tras cada texto subyace una lucha contra esos temores. Cada párrafo es un enfrentamiento contra el qué dirán o el qué pasará si determinadas personas lo leen. El temor a cobrar relevancia de súbito por alguna publicación siempre está ahí, pero extraña y afortunadamente es superado por la emoción de atreverse a decir lo que se piensa realmente. Viéndolo más a fondo mis verdaderos enemigos son, a veces, el bloqueo mental. Otras, el tener qué decir pero no hallar el cómo.

Hay una regla que dice: No digas por Internet lo que no dirías en persona. Pero esta regla resulta paradójica. Se rompe precisamente en Internet, donde uno busca librarse de la censura y corrección política del mundo real. Sería el colmo que esa corrección política alcanzara la web. Entonces muchísimos blogs, entre ellos los míos, dejarían de existir. Llega un momento en que escribir también se convierte en una responsabilidad. Podemos pasar desapercibidos mucho tiempo, pero podría suceder que algún día, un texto cobre una relevancia inesperada y tengamos que asumir la responsabilidad si su repercusión es negativa.

La pregunta es, ¿estás preparado para cuando eso suceda? De inmediato se piensa que lo mejor es la auto-censura para, de antemano, evitar cualquier tipo de polémica o confrontación. Pero, ¿no acaso vale también atreverse a decir lo que otros no? Es un albur. Si no lo dice uno mismo, tarde o temprano alguien más lo hará.

lunes, 2 de mayo de 2011

Un hombre solo.

En una ciudad habitada por aproximadamente 8 millones de almas, vivía un hombre y sus pensamientos. Tan invisible como carente de personalidad, pasaba casi siempre desapercibido y no le importaba. Le agradaba este nulo efecto en la gente a su alrededor, porque era una forma de reafirmarse. Se tenía a sí mismo por esquizoide, uno de esos individuos a quienes la soledad les viene bien.

La compañía de otras personas le resultaba extraña, y aún incómoda, pero no la desdeñaba; simplemente no estaba en su naturaleza entregarse a la convivencia de forma natural. Cumplía con los roles sociales cuando debía hacerlo, aunque debiera forzarse a ir más allá de su tolerancia. Muchos lo tomaban por soberbio, otros por acomplejado. La sociedad juzga en extremos sin molestarse en mirar con más profundidad en los motivos de un hombre solo.

Pero esto le tenía sin cuidado a aquél hombre. Incluso le divertían los intentos del ojo ajeno por reducirlo a uno u otro estereotipo. Partidario del auto-conocimiento, era feliz en su andar solitario. Sus únicos compañeros eran sus viejos libros, sus fantasías y su diario escrito a mano. Las miradas externas no eran capaces de ver la dicha tras la actitud sombría y adusta. Sí, cuando alguien se muestra melancólico inspira compasión; pero si le ven feliz despierta envidia y le convierten en antagonista.

Es pedregoso su derrotero, decían unos. Es un ególatra que glorifica su soledad, afirmaban otros. Y tal vez tenían razón. Pero todo ese compañerismo del cual alardeaban, él compensaba muy bien enriqueciendo su mundo interior meditando, soñando.

Un día se enamoró, y todo el esquema de su vida se tambaleó. Sorprendido del revés emocional, se negaba a ser presa del enamoramiento. Humano, después de todo. Llegó incluso a cuestionar la rectitud del camino andado, y se lo planteó equivocado: que no hemos de vivir solos, sino que estamos aquí para complementarnos amando a alguien más. Se atrevió a expandir su mundo interior hacia fuera y probó el sabor del apego y la dependencia. Embriagado de tales emociones, descuidó la libertad del ser amado, así como la suya propia. Y entre más se aferraba a aquella mujer, más la alejaba de sí.

Pobres hombres solos que son torpes al amar. Que no confían en sí mismos y que, encerrados en su mundo, no saben lidiar con las fuertes emociones provocadas por el mundo de fuera, con el amor intenso y fugaz que se desvanece dejando una estela de sufrimiento y conflicto.

El hombre solo ya no comía, ya no pensaba, ya no soñaba. Su alma se encontraba ahora insatisfecha. Añoraba el calor, el cariño, el olvidarse de sí en la entrega a su amada. Sin embargo, esto ya no era más.

Pero los solitarios están hechos de un material distinto. Resilientes como ninguno, saben recuperarse del golpe más duro. Porque a pesar de no estar destinados a grandes cosas, pasan su vida entera edificando en su espíritu evitando a su vez tragar los anzuelos del mundo exterior. A veces se dan el lujo de dejarse llevar por ponerse a prueba a modo de aprendizaje, y evocando a Odiseo que exclamó "Sufre esto, corazón mío, que cosas más duras has soportado", se regocijan en la lucha contra sus propias emociones.

El hombre se dijo: Dentro de poco, éstas impresiones, ahora tan abrumadoramente intensas, se habrán desvanecido y no serán siquiera un recuerdo. Me daré cuenta que me torturaba por nada, y que esta sensación de asfixia era solo un fantasma de mi mente. Siempre es así.

Ese amor que se tornó sufrimiento, desapareció. Se convirtió en un mero recuerdo, parte de su historia personal. El camino es tan pedregoso como enriquecedor, concluyó finalmente. Continuó su andar solitario, volvió a ser sombra. No era feliz ni desdichado. Desapareció siendo nada en la muchedumbre, pero fiel a si mismo y agradecido con la vida por poner en su camino a esa bella y tierna mujer.

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