
Rara vez contradigo a nadie. Procuro no enfrascarme en discusiones por defender mi punto de vista. Respeto las ideas ajenas aunque no esté de acuerdo con ellas y en vez de intentar refutarlas prefiero rescatarlas y contribuir con otras para fomentar una conversación digamos constructiva o edificante en algún sentido.
Después de esto, si realizo alguna crítica, intento suavizarla eligiendo las palabras adecuadas y por lo general es bien aceptada. No impongo mi pensar, lo expongo simplemente. Siempre le he huido a la lucha de egos por demostrar quién tiene razón, porque no conduce a nada y no deja más que una desazón en el "vencido" y una absurda sensación de triunfo en el que "gana".
No soy invasivo, ni física ni psicológicamente. Evito el contacto físico (los últimos 6 meses del año pasado no dí ni recibí un solo abrazo) y respeto los espacios. Tampoco invado la intimidad mediante incisivas preguntas (sólo lo he hecho recientemente con mi ahora indiferente musa) y no me inmiscuyo en las vidas privadas. Porque muestro poco interés en los demás, suelo pasar desapercibido.
Mi mutismo extraña a algunos, pero no causa mala impresión, sino curiosidad. Entonces algunos intentan ir más allá y romper con esa introversión, que ha sido mi mecanismo de defensa. No permito que cualquiera cruce la línea, y no es que sea soberbio. Tengo que conocer muy bien a la persona para poder sincerarme con ella, lo que puede tomar meses.
¿De qué te proteges? ¿Por qué te escondes? Son preguntas que me han dirigido alguna vez y nunca respondí satisfactoriamente. Cuando por fin me siento cómodo con alguna persona, me sincero con ella y le permito conocerme cada vez más. Entonces me muestro tal cual soy, y es ahí cuando su interés se torna desencanto. Descubren que en verdad no soy tan buena persona. Se decepcionan y alejan.
Soy consciente de mi introversión, pero esa primera impresión es involuntaria. Jamás he querido engañar a nadie ni pretender ser lo que no soy. No podría hacerlo aunque quisiera, porque a la larga esa máscara me sofocaría y cualquier ojo inquisidor lograría penetrarla. Casi puedo ver la desilusión que se llevará todo aquél que tenga el infortunio de conocerme.