
Soy trasnochador desde joven. A mis 12 años de edad ya acostumbraba regalarme noches de desvelo en fines de semana dibujando y escuchando música. Esos momentos eran únicos. Entonces no requería mas que la compañía de mis materiales de dibujo: eso era la felicidad para mi mente simple.
Me emociona recordar que no necesitaba nada más. Me refugiaba en el dibujo y no me inquietaban las necesidades mundanas, la complejidad de las relaciones humanas ni el futuro incierto. La inspiración, el presente y la noche lo eran todo. Casi siento el deseo de asir con mi mano uno de esos momentos y volverlo a vivir.
Porque mis noches presentes están teñidas de un sinsabor que no se va. La preocupación por lo que he de enfrentar el día de mañana. La posibilidad de encontrarme de repente, inmerso en algún problema que no pueda resolver. Me acompañan también mi odio y decepción acumulados.
A mis 12 años ya había elegido mi destino: sería dibujante. Pero ya no dibujo con empeño desde hace años. Ahora dedico mis noches y tiempo libre a intentar asumir una realidad que no me gusta porque la idea de cambiarla se me antoja lejana. Ora escribiendo, ora contemplando el amanecer, temeroso.
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