Desde mi primer entrada escrita en Enero del 2009 a la que escribo ahora, me acompaña el temor de ser de algún modo desenmascarado. No es que me dé mucha importancia. Eso era al principio, cuando no era consciente de la enorme cantidad de bloggers que pasamos desapercibidos y pensaba que me encontraría de inmediato explicándome ante otros. Es el exponerse mediante las palabras. Había un blog cuyo título era Eres lo que escribes. Similar al Por sus frutos los conoceréis del Nuevo Testamento (por nada del mundo se piense que soy religioso), esta frase explica que un blog, diario o escrito personal es una ventana a la mente de su autor.
No puedo evitar pensar qué consecuencias tendrá escribir en mi blog. A dos años de bloguear regularmente, aún no encuentro el equilibrio entre lo que debería decir y lo que no, pero siempre he elegido arriesgarme un poco. Ignoro qué haría si algún conocido descubriera mis circunloquios. Posiblemente los haría privados y comenzaría a elucubrar posibles explicaciones, pero quizá no sería suficiente para que mi escrito quede olvidado.
Tomemos como ejemplo la entrada anterior [he eliminado dicha entrada], ¿qué pasaría si mi padre llegara a leerla? Lo visualizo iracundo, señalando la contradicción de aludir a su carácter cobarde mientras que no yo tengo el valor de decirle de frente lo que pienso. Es una posibilidad. Desde la descripción de cada blog intento dejar claro su poca importancia como una forma de decir no me tomen en serio. Un sesgo tramposo que obedece a los temores mencionados arriba.
Temores de un bloguero principiante que no me detienen pero tampoco he logrado superar. Tras cada texto subyace una lucha contra esos temores. Cada párrafo es un enfrentamiento contra el qué dirán o el qué pasará si determinadas personas lo leen. El temor a cobrar relevancia de súbito por alguna publicación siempre está ahí, pero extraña y afortunadamente es superado por la emoción de atreverse a decir lo que se piensa realmente. Viéndolo más a fondo mis verdaderos enemigos son, a veces, el bloqueo mental. Otras, el tener qué decir pero no hallar el cómo.
Hay una regla que dice: No digas por Internet lo que no dirías en persona. Pero esta regla resulta paradójica. Se rompe precisamente en Internet, donde uno busca librarse de la censura y corrección política del mundo real. Sería el colmo que esa corrección política alcanzara la web. Entonces muchísimos blogs, entre ellos los míos, dejarían de existir. Llega un momento en que escribir también se convierte en una responsabilidad. Podemos pasar desapercibidos mucho tiempo, pero podría suceder que algún día, un texto cobre una relevancia inesperada y tengamos que asumir la responsabilidad si su repercusión es negativa.
La pregunta es, ¿estás preparado para cuando eso suceda? De inmediato se piensa que lo mejor es la auto-censura para, de antemano, evitar cualquier tipo de polémica o confrontación. Pero, ¿no acaso vale también atreverse a decir lo que otros no? Es un albur. Si no lo dice uno mismo, tarde o temprano alguien más lo hará.
domingo, 8 de mayo de 2011
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