Ya no soy ni sombra de aquello. Ni física ni emocionalmente. Si bien carecía de experiencia, me acompañaba la energía juvenil, y a pesar de mi eterna introversión tenía esperanza en el futuro. De joven siempre tuve la idea de que a la vuelta de la esquina algo increíblemente bueno me sorprendería. Y aunque esas sorpresas jamás se dieron siempre podía canalizar ese entusiasmo a mí mismo.
Entonces no tenía Internet con el cual zombificarme. Ahora tengo la excusa perfecta para abandonar toda esperanza en el mundo real. Volcar mis intereses a un universo de información, donde las cosas se adquieren con sólo buscarlas. Mayor certidumbre que afuera. No más ilusiones vacías. Esta máquina en la que escribo ahora compensa mis pérdidas.
Tan las compensa que llegando a casa ya no vuelvo a asomar la mirada al mundo externo para enfocarla al frío monitor. Dos, tres, cuatro horas o más. No importa, no hay nada para mí afuera. Ahogué toda vana ilusión por concretos logros. La vida, con sus anzuelos y traiciones ya no me conmueve tanto. Estas noches de Viernes, noches de fiesta, son para mí de escritura, soledad y silencio.
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