
Se atreven a contar ahí sus experiencias, algunos a pedir ayuda. Me he sentido tan reflejado que es como si se expresaran por mí; no puedo evitar sentirme vindicado. Pero no he pasado de superficiales comentarios porque a pesar el anonimato, me cuesta trabajo sincerarme.
En cambio, no me ha costado trabajo dar uno que otro consejo. He aquí un individuo cargado de complejos que no tiene empacho en aconsejar a los demás, con aires de autoridad, como todo un experto. Vamos, que ese rol no me queda ni por asomo. Qué osadía la mía de comentar así.
Pero esto me sucede también en el mundo real. Alguna vez me atreví a darle consejo a uno de los pocos amigos que tengo. No pude evitar sentir esa división interior: yo, un ser mediocre, casi hundido, escuchando y apoyando al que enfrenta una dificultad temporal. Si supiera qué bajo he caído. Pero ni siquiera lo sospecha.
Porque con el tiempo uno se vuelve hábil para ocultar las penas y padecer con una sonrisa en el rostro. Se perfecciona la máscara de la serenidad tras la cual subyacen mil tormentos. Se aprende a decir estoy muy bien ahogando el ímpetu y a sufrir la sedición con el rostro impávido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario