"...Sea prudentemente sincero..."
Hace un momento estaba buscando la llave de mi cuarto. Jamás lo cierro. Ni siquiera lo hacía cuando recibía visitas indeseables (la familia de mi padre) ni cuando solía dormirme temprano y a pesar del ruido que hacían mis fallidos antagonistas (quizá lo hacían por importunar). Pero esta nueva gatita ha hecho lo que no debía en mi cuarto ya dos veces, así que tengo el pretexto perfecto para mantenerlo cerrado mientras no estoy. Gracias, gatita.
Pasa que mi padre es muy invasivo. Siempre ha tenido la costumbre de meterse en asuntos que no le importan, bajo el pretexto de que está uno en «ocultación» (herencia pendeja y paranoica de la Cienciología). En la mañana lo encontré sentado en esta computadora. Según él, trataba de arreglar el problema de la conexión a Internet... y quizá quería aprovechar para hurgar en mis archivos.
Pero me he desviado. El punto es que, buscando la llave de mi cuarto, di con un par de libretas: una contiene anotaciones de mi madre sobre el desarrollo del espíritu. Ha sido grato hojearlo. Mucho de lo que escribió son transcripciones al vuelo de un programa de radio que solíamos escuchar, que era con Rosa Argentina Rivas. Nos gustaba mucho su punto de vista sobre las cosas. Infortunadamente le he perdido la pista. Creo que está en Radio Centro; ya veré.
En las últimas hojas, mi madre escribió una pequeña y muy justa diatriba contra mi padre (cito sólo algunas frases):
«Tú no eres el mejor de los hombres ni tampoco el mejor de los esposos... con tus manías de estar siempre con los pies sobre los sillones... saliendo del baño sin lavarte las manos... tirando las colillas de tus cigarros por todo el piso... no hay un solo mueble que no tenga quemadura de tus cigarros... desde las cortinas, la mesa y los sillones, hasta el clóset y el refrigerador... a ver si alguien te soporta ya en completa convivencia y te conozca tal cual eres...»
A veces me imagino que me encuentro con mi madre, nos abrazamos y nos ponemos a platicar. Yo le cuento cómo me ha ido, cómo la vida se ha puesto difícil algunas veces y cómo de algún modo inexplicable siempre he salido avante. Quizá me reprocharía el no llegar tan lejos en lo profesional, pero yo le explicaría que he hecho lo que he podido. Le contaría lo mal que le va a algunos que le hicieron pasar malos ratos y me disculparía con ella por descuidar la casa, aunque también le daría razones del por qué he decidido postergar su renovación, que tienen mucho qué ver con lo que ella manifestó en esa carta que quedó en borrador.
La segunda libreta es de mi hermano. Data de sus días de preparatoria, así que las anotaciones son de Química. Obviamente me trajo recuerdos. Buenos en el sentido que me recuerdan a mi hermano adolescente, malos en el sentido de que fueron días muy difíciles, cargados de tensión. Creo que ni él ni yo disfrutamos esa etapa. La adolescencia es una edad crucial: en ella se consolidan los fundamentos de la seguridad personal o se resquebrajan por completo. La crueldad e ignorancia de un entorno intervienen mucho, y mi hermano se topó con ambos: él tenía Síndrome de Moebius. Pero ya hablaré después de esto (poseo el diario de mi madre donde escribe sobre el nacimiento de mi hermano, y cómo los médicos de entonces ignoraban la existencia del síndrome y explican los síntomas según la ciencia de su tiempo).
Tengo sentimientos encontrados con respecto a mi hermano. He de confesar que yo fui el clásico niño cruel, y le causé mucho sufrimiento en la infancia. Pero después él hizo muchas cosas que tampoco estuvieron bien. Quizá para nivelar la balanza, quizá para desquitarse. Pero siento que intentó desquitar conmigo no sólo el daño que yo le causé, sino su resentimiento general contra el mundo. Lo que le perjudicó más a él que a mi, ya que el odio sólo deteriora a quien lo lleva dentro, no a quien se le dirige. Me aventuro a suponer que mi padre tuvo mucho qué ver en ello, pues lo que hacía mi hermano tiene el «sello» característico y propio del proceder de mi padre. Pienso que él le daba instrucciones a mi hermano sobre qué hacer. Ya que ambos tenían rencor hacia mi, hicieron mancuerna; pero nuevamente, esto requiere ser explicado a detalle y eso lo haré después (intenté plasmar todo esto «entre líneas» en un torpe cuento que escribí, sobre un águila que intenta volar por encima de todo).
Hubo un tiempo en que me quedé sin trabajo durante un periodo considerablemente extenso. Un día me quedé sin comer, y le dije a mi hermano que me regalara las tortillas que sobraran cuando terminara de comer (siempre comimos aparte, mi hermano con mi padre, y yo solo, desde que mi madre murió). Pues tiró las tortillas a la basura. Esto se repitió varias veces durante ese periodo. Luego adoptó la extraña práctica de hacerme la «Ley del Hielo» un día o dos, y tornarse amistoso después. Entonces volvía a su mutismo, y así alternaba sus actitudes afectuosidad/desprecio. Esto en realidad no me importó, pero pensaba que se debatía en algún conflicto interno con respecto a mi, lo que me pareció triste. No puedo evitar sospechar que eso fue una especie de «manejo» sugerido por mi padre para, según él, confundirme o algo así. Pero esta clase comportamientos hicieron que me fuera distanciando de mi hermano y dejara de tomarlo en serio. En algún momento llegué a decirle que no era mas que un peón con el cual mi padre experimentaba y ponía en práctica su Cienciología, lo cual por supuesto rechazó (que yo sepa, mi hermano jamás leyó un libro sobre esa basura).
Creo que el buscar esa llave y encontrar estas libretas abrió una puerta y descubrió muchos recuerdos. Y mucho qué resolver internamente.

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