Estoy acostumbrado a comer casi siempre lo mismo, no por disciplina sino por costumbre. Los días aciagos me hicieron práctico, y como vivo prácticamente solo, no tengo que preocuparme mucho por eso. Lo malo es que estoy perdiendo gusto por los alimentos, así como interés por probar otros distintos. No sé si mi dieta sea muy saludable (abuso de la comida en lata), pero me siento relativamente bien. Además no fumo ni tomo y hago ejercicio.
Pero debería variar más mi dieta. Ya hasta me da pena ir a comprar siempre lo mismo al supermercado.
Ya no me siento a gusto comiendo frente a extraños. Hace poco me invitaron a desayunar a un restaurante y no me lo pasé muy bien. Además no me gusta que otros sean serviciales conmigo. Me parece incongruente que yo sea atendido como si fuera una persona respetable. Sé que es parte del trabajo atender bien al cliente (he trabajado en restaurante), pero siento que no me corresponde serlo; prefiero estar del otro lado.
Tengo una amiga a la que le gusta cocinar y me ha invitado a su casa a comer. Nadie ha tenido ese detalle conmigo y lo agradezco. No quisiera hacerle el desaire pero aún no sé si aceptar por lo mismo: la costumbre de la austeridad (¿o estilo de vida infrahumano?) y los sentimientos de inferioridad se imponen.
A veces imagino que vivo me alimento casi como preso. Mi estilo de vida régimen alimenticio no ha de ser muy distinto al que se lleva en prisión. Me adaptaría fácilmente y no sufriría por el espacio limitado, los pocos estímulos o la alimentación rigurosa. Lo que me enloquecería es la convivencia obligada con mi compañero de celda, pero quizás no... levantaría defensas psicológicas que me inmunizarían ante su presencia, y pasaría a ser como un objeto más de la celda. Pero esta fantasía sale sobrando. Sólo quería indagar ligeramente sobre hasta dónde permea la vida en solitario.

No hay comentarios:
Publicar un comentario