viernes, 5 de noviembre de 2010

La carta (cuento).

 De vez en cuando escribo algún cuento por puro hobbie. La mayoría no los termino, pero este está concluso (con un trágico final :P). Quizá pude desarrollarlo más ahondando en detalles, pero logré plasmar, aunque torpemente, la idea básica que tenía en mente, así que lo dejo tal como está: 

Cuando supe que tendría un hijo me sentí dichoso, en el umbral de una nueva etapa de mi vida. Seríamos padres. Ella y yo lo habíamos estado buscando, las cosas marchaban bien y tenía estabilidad como para formar una familia. Fue en el momento en que lo tuve en mis brazos que pude entrever las dificultades que enfrentaría, pero me sentía unido a mi esposa y confiaba en que lo haríamos bien. Con él tendría la oportunidad de ser el padre que a mí me hizo falta.

Su infancia fue como un sueño. Era el niño más alegre, siempre con una sonrisa en los labios y los ojos más vivos y observadores. Me parecía más despierto que otros niños de su edad. A veces, en la soledad de mi cuarto, veo las viejas fotografías en donde aparecemos los 3. Debió ser nuestra mejor época. Mi vida era entonces perfecta, producto de mi esfuerzo, voluntad, responsabilidad y amor. Pensé que sería así por siempre, ¿qué podría salir mal?

Ella era una mujer inteligente y con mucho potencial. Se le presentaron oportunidades profesionales que le darían un estilo de vida superior que yo jamás hubiera podido darle. Sutilmente me daba a entender que yo entorpecía su progreso y un día decidió salir al mundo y tomarlo en sus manos. Hay que tomar las oportunidades que nos otorga y aprovecharlas al máximo. Y también hay que saber dejar ir a la gente, porque nada ni nadie en este mundo nos pertenece. He hecho lo mejor que he podido y me siento orgulloso de mis logros. No cuestiono su ambición ni que me haya abandonado. Pero jamás le perdonaré que le haya dado la espalda a su propio hijo. ¿Le importará, pensará en él?

Mi realización como hombre de familia duró poco. Pero tenía a mi hijo, lo que más quiero en el mundo y no iba a defraudarlo.

Ahora tiene 17 años y ha adoptado otra actitud para conmigo. ¡Ha sido tan repentino! Llega tarde y ni cómo encontrarlo porque no tengo idea con quién se junta. Entre más interés expreso por él, más pinta su raya. Entiendo que se ha de sentir invadido pero es mi hijo y me interesa lo que le pasa.

Debe resultarle incómodo que intente hablar con él, así que he decidido darle su espacio, dejándole claro que puede contar conmigo... y esperar. Esperar a que un día decida decirme qué le pasa. A su edad también quería hacerme el duro, ponerme a prueba y demostrar mis capacidades, independencia y hombría. Puede ser que su aislamiento obedezca a la misma auto-afirmación. No puedo estar al pendiente de él todo el tiempo porque tengo que trabajar y él está en la escuela. Pero acabo de hablar con sus maestros y mantiene buenas calificaciones; eso me tranquiliza un poco.

Sin embargo, se ha convertido para mí en un extraño. No sé por qué cambió tanto. Vivimos juntos en un pequeño departamento, pero tristemente distanciados, ignoro el motivo. Creo que asimilamos relativamente bien el golpe que nos asestó su madre al abandonarnos, pero no hemos hablado mucho de eso. No puedo iniciar conversación porque asegura que he de tener una "agenda oculta" e intento tirarle un discurso moral para controlarlo. Pero sólo quiero saber qué piensa, no a fondo, sólo una idea, un vistazo a través del muro de su personalidad endurecida que me permita conocerle, ayudarle y recuperar ese lazo.

He intentado ponerme en sus zapatos para comprenderlo. Pero aunque es mi hijo, somos dos psiques distintas, forjadas en distintos puntos del tiempo, con diferentes estímulos. Evocar mi adolescencia no me hará comprender la suya.

Es Domingo y desde el Viernes no ha salido de su cuarto. Es increíble cómo se aislan los chavos ahora. Basta una conexión a Internet y se olvidan del mundo. He aceptado su mutismo, pero por lo general no es tan silencioso. Debe estar concentrado en alguna tarea de la escuela. No quisiera distraerlo pero se me ocurre invitarle a salir y comernos una hamburguesa por ahí. Seguramente no aceptará pero quiero verlo aunque sea un momento. Y si acepta, creo que me sentiré tan dichoso como la primera vez que lo tuve en mis brazos.

Toco a su puerta y le llamo, espero no se moleste. No responde... se habrá quedado despierto hasta tarde. Pero debe tener hambre y no creo que mi ofrecimiento sea inoportuno.

Me atrevo a abrir su puerta, entro a su cuarto y lo encuentro acostado bocabajo en su cama con los ojos entreabiertos. A su lado, un sobre cerrado. Mi hijo ha escrito una carta póstuma a sus 17 años. Me pregunto en qué le fallé.

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