Surge el deseo de exteriorizar algo. Escribo, publico, y ha quedado plasmado lo que en ese momento sentía o pensaba. Satisfecha mi alma de haberse desahogado, ese texto se convierte en mi enemigo: un comprometido fragmento de mi psique que cuanto más sincero, más desconcertante. Un texto informe que me pone en entredicho y por tanto debe ser destruido. Porque es vano, pesimista, absurdo, soberbio o arriesgado.La creación de este espacio data de Marzo de 2011. Sin embargo, he recopilado aquí entradas de aquél blog y anteriores, lo que lo hace abigarrado. Cito la reseña de ese blog porque su propósito recopilatorio continúa en éste.
Pero resulta que es mío y no puedo renunciar a él porque finalmente contiene algo que debía expresarse. Decido guardarlo en un rincón, esperando que pasado un tiempo me atreva a suprimirlo o aumente micinismovalor para permitir que otros lo lean.
Así que, todos esos textos incómodos por los cuales tengo un extraño apego terminan botados aquí. Es algo así como un Top Secret de mi mente, un caótico archivo muerto que quizá refleja con mayor fidelidad lo que soy. ¿No acaso el valor de un blog personal consiste en su franqueza? Sólo así cumple su función de bitácora autobiográfica.
Irónicamente, su informalidad y desenfado satisfacen plenamente mis aspiraciones como blogger.
Enero 2011.
miércoles, 31 de agosto de 2011
Nota sobre el blog.
En un blog anterior, que era como un "archivo muerto" destinado a entradas que pensaba eliminar, me expliqué así:
viernes, 26 de agosto de 2011
Un nuevo día.
Son las seis de la mañana. Tengo un problema terrible de insomnio. Estaré somnoliento y falto de concentración todo el día. Como vivo prácticamente solo no tengo a quién rendirle cuentas por ello. Puedo hacer lo que quiera. Pero esta libertad, que desde adolescente ambicionaba, ya ha perdido su frescura.
Dentro de un momento desayunaré algo. Lo que sea. Puedo cenar un par de huevos y café, o sólo una pieza de pan. Así de simple. Mi dieta no es generosa desde que mi vida de ermitaño comenzó. Llega el momento en que uno se conforma con cualquier cosa. La soledad e indiferencia van de la mano.
Es Viernes. Amaba los Viernes porque el Sábado y Domingo se empalmaban en mi mente, lo que me proporcionaba un descanso psicológico. Ahora que todos los días son iguales, encuentro esa sensación de libertad refugiándome en la lectura o escribiendo yo mismo cualquier cosa, acompañado de música celta, New Age, Lounge o de los 60s.
Y eso es la cumbre emocional en mi vida. Los fines de semana tienen su límite recreativo en la individualidad. Mientras la gente de mi edad comparte su vida con su pareja e hijos o en alguna reunión social, yo saboreo el próximo capítulo del libro en turno o intento capturar con las palabras adecuadas, mi sentir en este diario personal.
¿Alguien quiere café?
Dentro de un momento desayunaré algo. Lo que sea. Puedo cenar un par de huevos y café, o sólo una pieza de pan. Así de simple. Mi dieta no es generosa desde que mi vida de ermitaño comenzó. Llega el momento en que uno se conforma con cualquier cosa. La soledad e indiferencia van de la mano.
Es Viernes. Amaba los Viernes porque el Sábado y Domingo se empalmaban en mi mente, lo que me proporcionaba un descanso psicológico. Ahora que todos los días son iguales, encuentro esa sensación de libertad refugiándome en la lectura o escribiendo yo mismo cualquier cosa, acompañado de música celta, New Age, Lounge o de los 60s.
Y eso es la cumbre emocional en mi vida. Los fines de semana tienen su límite recreativo en la individualidad. Mientras la gente de mi edad comparte su vida con su pareja e hijos o en alguna reunión social, yo saboreo el próximo capítulo del libro en turno o intento capturar con las palabras adecuadas, mi sentir en este diario personal.
¿Alguien quiere café?

martes, 23 de agosto de 2011
Revalorando una amistad.
Hace unos días reflexionaba sobre cómo los amigos llegan a alejarse. Ahora quisiera expresar mi sentir sobre las pequeñas muestras de hostilidad o desprecio por parte de algunas amistades hacia mi, lo cual las pone en entredicho.
No me gustaría que se pensara de mi que soy del tipo quisquilloso o volátil. De hecho no soy muy bueno detectando indirectas o señales de aversión. Aquí me referiré particularmente a una persona. He pensado mucho en ella porque... bueno, son las personas que más queremos quienes más daño pueden causarnos y a quienes les perdonamos todo, ya sea justificando sus actos o minimizando sus gestos antagónicos.
Tampoco quiero victimizarme o difamarle gratuitamente. Estoy lejos de ser ejemplo de comportamiento. Cometo muchos errores en mi trato con la gente. Pero para mi, el lineamiento básico de la amistad es sencillo: si le resulto desagradable a alguien, me alejo sin aspavientos. Si alguien me resulta antipático, simplemente le evito. No estamos forzados a entablar amistad con quien no queremos. No viene al caso ser falso. Si no soy un amigo digno, ¿por qué no decirlo abiertamente?
En realidad no soy exigente con mis poquísimas amistades. Las acepto como son, tal y como ellos me aceptan con mi cúmulo de defectos. Pero creo que entre amigos no debe haber guiños de menosprecio o rechazo. Si bien a veces la convivencia llega a fastidiar, y la idiosincrasia de nuestros amigos nos resulta chocante, después de un tiempo todo vuelve a ser como antes y la amistad no sufre mella. Ni siquiera es resiliente sino que permanece intacta.
Pero hay que saber distinguir entre los gestos del malhumor pasajero y los que evidencian un desdén hacia nosotros. Éstos últimos no son muy notorios. De hecho, el desprecio se deja entrever en los detalles. Guiños que en su momento noté pero no consideré importantes. No los reseñaré aquí. Sólo quería hacer un comentario general y decir que más vale el examen posterior de los hechos que nunca darse cuenta de ellos.
Comportamientos que deberían parecer nimios, cobran mucha importancia debido a de quién provienen. En este caso, son de alguien que constantemente decía apreciarme incluso por encima del resto. Esta actitud resulta decepcionante de quien se presenta ante nosotros como amigo o dice querernos mucho. Tardé en darme cuenta de todo el bluff. Pero afortunadamente esta clase de eventos siempre pueden ser rectificados.
Llega un momento en que se debe dar por terminado un vínculo, porque "charlar y aclarar las cosas" sólo prolonga su deshonestidad.
No me gustaría que se pensara de mi que soy del tipo quisquilloso o volátil. De hecho no soy muy bueno detectando indirectas o señales de aversión. Aquí me referiré particularmente a una persona. He pensado mucho en ella porque... bueno, son las personas que más queremos quienes más daño pueden causarnos y a quienes les perdonamos todo, ya sea justificando sus actos o minimizando sus gestos antagónicos.
Tampoco quiero victimizarme o difamarle gratuitamente. Estoy lejos de ser ejemplo de comportamiento. Cometo muchos errores en mi trato con la gente. Pero para mi, el lineamiento básico de la amistad es sencillo: si le resulto desagradable a alguien, me alejo sin aspavientos. Si alguien me resulta antipático, simplemente le evito. No estamos forzados a entablar amistad con quien no queremos. No viene al caso ser falso. Si no soy un amigo digno, ¿por qué no decirlo abiertamente?
En realidad no soy exigente con mis poquísimas amistades. Las acepto como son, tal y como ellos me aceptan con mi cúmulo de defectos. Pero creo que entre amigos no debe haber guiños de menosprecio o rechazo. Si bien a veces la convivencia llega a fastidiar, y la idiosincrasia de nuestros amigos nos resulta chocante, después de un tiempo todo vuelve a ser como antes y la amistad no sufre mella. Ni siquiera es resiliente sino que permanece intacta.
Pero hay que saber distinguir entre los gestos del malhumor pasajero y los que evidencian un desdén hacia nosotros. Éstos últimos no son muy notorios. De hecho, el desprecio se deja entrever en los detalles. Guiños que en su momento noté pero no consideré importantes. No los reseñaré aquí. Sólo quería hacer un comentario general y decir que más vale el examen posterior de los hechos que nunca darse cuenta de ellos.
Comportamientos que deberían parecer nimios, cobran mucha importancia debido a de quién provienen. En este caso, son de alguien que constantemente decía apreciarme incluso por encima del resto. Esta actitud resulta decepcionante de quien se presenta ante nosotros como amigo o dice querernos mucho. Tardé en darme cuenta de todo el bluff. Pero afortunadamente esta clase de eventos siempre pueden ser rectificados.
Llega un momento en que se debe dar por terminado un vínculo, porque "charlar y aclarar las cosas" sólo prolonga su deshonestidad.
domingo, 21 de agosto de 2011
Las calles que me esperan.

Por eso tengo ya mis rutas favoritas para recorrer a pie. Lugares relativamente cercanos a mi casa (estoy peleado con mi entorno) pero que se distinguen marcadamente de lo que se supone son mis rumbos y con los cuales debería estar familiarizado. Basta cruzar un puente para respirar un ambiente distinto.
Me gusta mucho recorrer esas calles, porque cada vez recojo cierta nostalgia. He tenido varios trabajos en esa colonia, y cuando paso por esos lugares me gusta ver qué ha cambiado, o si me encontraré casualmente con un antiguo compañero de trabajo. ¿Me reconocerían? Y si eso ocurriera, ¿me saludarían?
Odio esa indiscriminada construcción de condominios, que no solo alteran sino que además atentan contra el encanto que tienen mis calles. No hay terreno baldío que no sea utilizado para colocar un maldito condominio, lo que deteriora la estética (si se le puede llamar así) de la colonia.
Había una chica que vivía por ahí y me gustaba mucho. Tengo la fantasía de que tal vez en alguna ocasión coincida con ella. Me sentiría complacido si eso ocurriera. Pero temo que ya no soy el mismo, y quizá tenga la osadía de importunarla saludándola y preguntándole su nombre.
Recuerdo las primeras veces que me aventuré por esos rumbos. Me sentía como un invasor, alguien que no debería estar ahí. En efecto, no pertenezco a ese lugar; siempre he residido del otro lado del puente. Pero he establecido una extraña conexión con la colonia, conexión ausente con mi propio ambiente.
Después, con la guía de un amigo (cuyo padre había montado, años atrás, un negocio en esa área) profundicé en esas calles. Así me fui familiarizando cada vez más con ellas. Ya no era invasor sino explorador. Mis calles jamás me han producido tal interés. De hecho, me producen temor y rechazo.
Sí, lo he pensado bastante y lo tengo en mente siempre: en cuanto pueda, viviré allá. Aunque quizá es ese contraste el que le otorga a esa colonia su brillo. Y si me mudara a las calles que amo, se tornarían tan monótonas y hostiles como las que me rodean desde hace más de veinte años.
Esas caminatas, que para el ojo común serían un sinsentido, son para mi una terapia, un rito, una aventura. Hay cierto lugar que evito, donde se halla un establecimiento en que solía trabajar y abandoné. A cinco años de haber sido empleado ahí, me atemoriza un poco pasar por enfrente.
Hoy tengo el día libre. Quizá me dé una vuelta, por pura nostalgia.
viernes, 19 de agosto de 2011
Sin novedad al frente.
Me levanté cansado. A pesar de que ya no soy joven, insisto en conservar ciertos hábitos que me hacen daño. Pero amo esos momentos de exilio. Me proporcionan entretenimiento y calma. Pasar una noche en vela escribiendo o leyendo es alimentar el alma, restaurar el espíritu de las faenas del día. A veces me atemoriza un poco la idea de salir y enfrentar al mundo, pero vivo en él y debo jugar con sus reglas.
Sigo pensando en algunos incidentes recientes y el modo de repararlos. Creo que nada los compensa. Una sincera disculpa es lo que por el momento puedo ofrecer. No estoy seguro si lo hago para reparar el daño o por egoismo: no soporto el cargo de conciencia y quiero liberarme de él. En la calle voy formulando el modo de ofrecer mis disculpas. Tendré que saborear de nuevo lo amargo de mi error.
Esto no era lo que yo quería para mi. Me deleito en justificaciones como la falta de oportunidades debido al país en que vivo. No es que yo sea incapaz, es que el entorno sólo me permite empleos poco satisfactorios. Mis opciones se reducen en medida que mi edad aumenta. ¿Qué pensaría mi madre si me viera?
Hay algo que me devuelve cierta paz. Ya compré un poco de alimento para mi gato. No sé por qué, pero me preocupa más su hambre que la mía. Yo podría pasar uno o dos días de ayuno sin problema, pero no soporto que mi gato padezca tal rigor. Desde la mañana se encontraba inquieto.
Hace un mes que me dejé crecer la barba. Por fin tengo ese aspecto de ermitaño que en mi adolescencia deseé. Sé que es algo infantil pero me gusta pensar que esta barba ha endurecido mi semblante. Algunos me han preguntado si me encuentro deprimido o algo así. No contaba con que debía plantarme frente a mi entorno inmediato y darle razones de mi nuevo look.
Voy a conectarme un rato a Messenger. Espero no haya muchos contactos conectados. No me gusta bloquear o ignorar a nadie, y no soy muy hábil en las conversaciones múltiples. Siempre he preferido la charla selectiva, sólo así se puede profundizar en los temas. Saltar de una charla a otra sólo produce respuestas vacías para ganar tiempo, lo que es una falta de respeto y una actividad hueca.
Sigo pensando en algunos incidentes recientes y el modo de repararlos. Creo que nada los compensa. Una sincera disculpa es lo que por el momento puedo ofrecer. No estoy seguro si lo hago para reparar el daño o por egoismo: no soporto el cargo de conciencia y quiero liberarme de él. En la calle voy formulando el modo de ofrecer mis disculpas. Tendré que saborear de nuevo lo amargo de mi error.
Esto no era lo que yo quería para mi. Me deleito en justificaciones como la falta de oportunidades debido al país en que vivo. No es que yo sea incapaz, es que el entorno sólo me permite empleos poco satisfactorios. Mis opciones se reducen en medida que mi edad aumenta. ¿Qué pensaría mi madre si me viera?
Hay algo que me devuelve cierta paz. Ya compré un poco de alimento para mi gato. No sé por qué, pero me preocupa más su hambre que la mía. Yo podría pasar uno o dos días de ayuno sin problema, pero no soporto que mi gato padezca tal rigor. Desde la mañana se encontraba inquieto.
Hace un mes que me dejé crecer la barba. Por fin tengo ese aspecto de ermitaño que en mi adolescencia deseé. Sé que es algo infantil pero me gusta pensar que esta barba ha endurecido mi semblante. Algunos me han preguntado si me encuentro deprimido o algo así. No contaba con que debía plantarme frente a mi entorno inmediato y darle razones de mi nuevo look.
Voy a conectarme un rato a Messenger. Espero no haya muchos contactos conectados. No me gusta bloquear o ignorar a nadie, y no soy muy hábil en las conversaciones múltiples. Siempre he preferido la charla selectiva, sólo así se puede profundizar en los temas. Saltar de una charla a otra sólo produce respuestas vacías para ganar tiempo, lo que es una falta de respeto y una actividad hueca.
jueves, 18 de agosto de 2011
Un tipo mezquino.
En verdad que mi torpeza no tiene límites. Por querer darme cierta importancia, una vez más, hago sentir mal a alguien. A veces pienso que debería alejarme completamente de los más cercanos a mí, al menos por un tiempo.
Esas personas que toleran mi forma de ser. Quienes a pesar de mi torpeza y arrebatos de arrogancia (no sé de dónde provienen) siguen conmigo. Un día me quedaré completamente solo a menos que cambie mi actitud.
No me importa quedarme solo. Sería justo y bien merecido. Pero he de suavizar esas aristas en mi carácter, no por mí, sino por ellos. Gente de gran corazón que es víctima de mis arranques de inmadurez.
Mis intentos por darme mi lugar resultan equívocos y contraproducentes. Es como cuando uno quiere lucirse y queda expuesto como el más idiota. Definitivamente no es lo mío intentar hacerme notar. Los resultados son siempre penosos.
Llega a entristecerme lo miserable que puedo llegar a ser. Ojalá esas personas a quienes he hecho sentir mal no me dieran tanta importancia. Ojalá pudieran darse cuenta de mi poco valor.
Pero creo que me he precipitado a escribir sobre esto sin previa reflexión. En fin, mañana será otro día.
Esas personas que toleran mi forma de ser. Quienes a pesar de mi torpeza y arrebatos de arrogancia (no sé de dónde provienen) siguen conmigo. Un día me quedaré completamente solo a menos que cambie mi actitud.
No me importa quedarme solo. Sería justo y bien merecido. Pero he de suavizar esas aristas en mi carácter, no por mí, sino por ellos. Gente de gran corazón que es víctima de mis arranques de inmadurez.
Mis intentos por darme mi lugar resultan equívocos y contraproducentes. Es como cuando uno quiere lucirse y queda expuesto como el más idiota. Definitivamente no es lo mío intentar hacerme notar. Los resultados son siempre penosos.
Llega a entristecerme lo miserable que puedo llegar a ser. Ojalá esas personas a quienes he hecho sentir mal no me dieran tanta importancia. Ojalá pudieran darse cuenta de mi poco valor.
Pero creo que me he precipitado a escribir sobre esto sin previa reflexión. En fin, mañana será otro día.
lunes, 15 de agosto de 2011
La fuerza de las palabras.
Hace tiempo leí un libro llamado "Los Cuatro Acuerdos", de Miguel Ruiz. No opinaré si el libro es bueno o malo. Pero recuerdo uno de esos convenios, que era "Sé impecable con tus palabras".
Apenas estoy valorando esa frase. Me vino a la mente cuando, hace unas horas, una amiga me cuestionó sobre algo y yo le respondí de modo serio, pero quizá poco amable. En mi respuesta se podía entrever una actitud defensiva. Fue una nimiedad, pero creo que esas cosas que a veces nos parecen insignificantes llegan herir a otra persona.
No hay que ser demasiado inteligente para percibir cómo un pequeño diálogo se torna tenso a partir de la reacción de uno de los participantes. Intenté retomar el tono ameno de la charla mediante una broma tonta, pero mi amiga ya se había resentido. No debí responder como lo hice. Y no hubo modo de reparar el daño.
Lo peor es que a partir de eso tomará su distancia, al descubrir que no soy tolerante a ciertas cuestiones. He de admitir que su pregunta me hizo mella. Sentí que encerraba ciertas implicaciones sobre mí que no me gustaron, y como respuesta generalicé sobre la gente que prejuzga, lo que ella interpretó como indirecta... y no se equivocó.
Curiosamente, justo ayer hablábamos sobre aquellos que no abren la boca mas que para dañar o lastimar. Siempre he estado en contra de quienes se expresan negativamente, con saña. Otros intentan "elevar" eso a categoría de sarcasmo y resultan peores, más incisivos, como intentando demostrar su dominio del lenguaje y su capacidad de ironizar a expensas de terceros.
Sé que el tema no es nuevo, pero no deja de sorprenderme. Incluso aquí, en Internet, abundan esos comportamientos. Basta entrar a una sala de chat para comprobar que el 90% de las charlas (si se les puede llamar así) están compuestas de ataques personales. En You Tube hay registrados miles de ejemplos similares en los comentarios.
Resulta preocupante que, esto que ahora llaman "cyberbullying" (qué termino más rebuscado) no sea sólo incidental, sino algo metódicamente aplicado. Los hay quienes se dedican, sistemáticamente, a neutralizar a otra persona. Si bien el daño no es físico, y el blanco es la "identidad digital", esos ataques constituyen un agravio real a quien se le dirigen.
Peor que algo metódico y planeado, es que se convierta en una especie de "entretenimiento". En Facebook he encontrado páginas dedicadas a hacer escarnio de otros usuarios mediante sus fotos. Muchos usuarios encuentran cierto placer en ello, lo que me resulta inexplicable. Para colmo sienten ejercitar su "talento" en ridiculizar a quienes no conocen.
Claro, el efecto de esos comentarios depende de la seguridad que uno tenga en sí mismo. Si uno es inseguro, le afectará mucho. Si nuestro aplomo está bien cimentado, el efecto será nulo. Si uno se encuentra en el punto medio (como es mi caso), el efecto será incierto. También hay que saber distinguir entre el cuestionamiento inocente y el comentario francamente malintencionado.
Volviendo al diálogo con mi amiga, posteriormente comprendí que su pregunta era sincera. En este caso, el tono de mi respuesta estuvo injustificado: fue producto de mi inseguridad. Ésta me traicionó ante lo que interpreté como un posible juicio contra mi. Analizando mi respuesta, aunque en parte era acertada, tenía cierta connotación negativa. Me doy cuenta que no se requieren términos ofensivos para ser hostil.
Creo que vale la pena indagar un poco sobre nuestras debilidades y el modo en que las proyectamos. Tenemos que descubrir el poder de nuestras palabras, y usarlo para bien. Creo que usarlo para lastimar es síntoma de estupidez, cobardía e inferioridad. Claro que a veces hay que ser parco o severo, pero eso es distinto a ser perverso.
Por mientras, existe un daño que debo enmendar.
Apenas estoy valorando esa frase. Me vino a la mente cuando, hace unas horas, una amiga me cuestionó sobre algo y yo le respondí de modo serio, pero quizá poco amable. En mi respuesta se podía entrever una actitud defensiva. Fue una nimiedad, pero creo que esas cosas que a veces nos parecen insignificantes llegan herir a otra persona.
No hay que ser demasiado inteligente para percibir cómo un pequeño diálogo se torna tenso a partir de la reacción de uno de los participantes. Intenté retomar el tono ameno de la charla mediante una broma tonta, pero mi amiga ya se había resentido. No debí responder como lo hice. Y no hubo modo de reparar el daño.
Lo peor es que a partir de eso tomará su distancia, al descubrir que no soy tolerante a ciertas cuestiones. He de admitir que su pregunta me hizo mella. Sentí que encerraba ciertas implicaciones sobre mí que no me gustaron, y como respuesta generalicé sobre la gente que prejuzga, lo que ella interpretó como indirecta... y no se equivocó.
Curiosamente, justo ayer hablábamos sobre aquellos que no abren la boca mas que para dañar o lastimar. Siempre he estado en contra de quienes se expresan negativamente, con saña. Otros intentan "elevar" eso a categoría de sarcasmo y resultan peores, más incisivos, como intentando demostrar su dominio del lenguaje y su capacidad de ironizar a expensas de terceros.
Sé que el tema no es nuevo, pero no deja de sorprenderme. Incluso aquí, en Internet, abundan esos comportamientos. Basta entrar a una sala de chat para comprobar que el 90% de las charlas (si se les puede llamar así) están compuestas de ataques personales. En You Tube hay registrados miles de ejemplos similares en los comentarios.
Resulta preocupante que, esto que ahora llaman "cyberbullying" (qué termino más rebuscado) no sea sólo incidental, sino algo metódicamente aplicado. Los hay quienes se dedican, sistemáticamente, a neutralizar a otra persona. Si bien el daño no es físico, y el blanco es la "identidad digital", esos ataques constituyen un agravio real a quien se le dirigen.
Peor que algo metódico y planeado, es que se convierta en una especie de "entretenimiento". En Facebook he encontrado páginas dedicadas a hacer escarnio de otros usuarios mediante sus fotos. Muchos usuarios encuentran cierto placer en ello, lo que me resulta inexplicable. Para colmo sienten ejercitar su "talento" en ridiculizar a quienes no conocen.
Claro, el efecto de esos comentarios depende de la seguridad que uno tenga en sí mismo. Si uno es inseguro, le afectará mucho. Si nuestro aplomo está bien cimentado, el efecto será nulo. Si uno se encuentra en el punto medio (como es mi caso), el efecto será incierto. También hay que saber distinguir entre el cuestionamiento inocente y el comentario francamente malintencionado.
Volviendo al diálogo con mi amiga, posteriormente comprendí que su pregunta era sincera. En este caso, el tono de mi respuesta estuvo injustificado: fue producto de mi inseguridad. Ésta me traicionó ante lo que interpreté como un posible juicio contra mi. Analizando mi respuesta, aunque en parte era acertada, tenía cierta connotación negativa. Me doy cuenta que no se requieren términos ofensivos para ser hostil.
Creo que vale la pena indagar un poco sobre nuestras debilidades y el modo en que las proyectamos. Tenemos que descubrir el poder de nuestras palabras, y usarlo para bien. Creo que usarlo para lastimar es síntoma de estupidez, cobardía e inferioridad. Claro que a veces hay que ser parco o severo, pero eso es distinto a ser perverso.
Por mientras, existe un daño que debo enmendar.
viernes, 12 de agosto de 2011
Crónica de una preocupación vana.
— Jueves, 4 de Agosto del 2011.
Estoy inquieto. La Señorita «Y» se encuentra en Ciudad Juarez por negocios. Hace más de un mes me dijo que pensaba irse a vivir fuera de la Ciudad... lejos. Sus planes cambiaron y decidió quedarse, pero sí realizaría ese viaje a Ciudad Juarez. Le dije que se mantuviera en comunicación constante, escribiendo en Facebook (por fin le encuentro sentido real a las redes sociales) a través de su Blackberry. Salió ayer a las 4 de la mañana.
Y de nuevo, me he quedado sin Internet. Me frustra la fragilidad de la comunicación. Que el espectro de nuestro vínculo se reduzca a algo llamado «sitio web» y que éste no me sea accesible, me hace sentir estúpido. Mi preocupación se veía reducida al accesar a su muro y ver sus comentarios. Todavía en la tarde alcancé a ver un par de fotos de su viaje. No me queda mas que limitarme a la expectativa: espero que todo resulte bien y regrese pronto.
Afortunadamente no va sola, pero se me antojaban ideas quizá un tanto ilusas. Se me ocurrió intentar persuadirla a que desistiera de hacer ese viaje. Otra idea, más realista, la de ir con ella. Ambas quedaron en fantasías que ya no vienen al caso. El presente es lo importante. Y no puedo evitar pensar en los peligros reales a los que se ha expuesto al viajar allá. Peligros que nos rebasan, que no podemos enfrentar con razonamientos.
Ciudad Juarez es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Ubicada en la frontera México/Estados Unidos, es la línea de guerra entre narcotraficantes. Todo tipo de crímenes se dan ahí. Secuestros, asesinatos, gente que desaparece. Tiene el índice más alto de feminicidios, alrededor de 4000. Las «autoridades» no enfrentan el problema. Por el contrario, son pasivas o peor aún, partícipes de lo que ahí ocurre. Un asalto común es lo de menos.
Ella se encuentra allá y yo no puedo hacer nada. Y aún si estuviera con ella... ¿qué podría hacer yo en caso de que alguna adversidad nos alcanzara? Ningún razonamiento penetra en un ser sin conciencia ni alma; en cambio un ser pensante es completamente vulnerable ante una persona cuyo poder reside en un arma. Eso destruye la idea romántica de que uno tiene control sobre su vida. La realidad es que mucho no depende de nosotros, menos en este país donde la inconsciencia manda.
Es vano angustiarse con ideas inservibles. Mañana me comunicaré por ella por teléfono. Y sólo resta esperar, con calma y paciencia, su regreso. Es todo lo que tengo.
PD: aunque no tengo conexión a Internet estoy sentado frente a la computadora, escuchando algunos audios de un programa nocturno sobre «conciencia» que solía escuchar. No está mal para despejar la mente un poco.
— Viernes, 5 de Agosto del 2011.
Mi mayor preocupación es la incomunicación en que me encuentro. Se me hizo un poco desesperante, así que en la tarde me vestí y decidí salir a caminar. Me hacía falta estirar las piernas un poco. Aproveché para recorrer esas calles que tanto me gustan y depositar saldo a mi número. No lo suficiente para hacer una llamada, pero si para enviar constantes mensajes cortos a la Señorita «Y» en lo que vuelvo a tener Internet.
La quiero mucho, la extraño. Espero que lea el par de mensajes que le he enviado y pueda responderme, aunque sea con un mensaje corto; solo eso y me sentiré tranquilo. Me preocupa no saber de ella...
— Lunes, 8 de Agosto del 2011.
Parte 1.
En verdad que estar incomunicado produce una sensación de aislamiento. No me había dado cuenta de la influencia de los medios electrónicos en mi psique. De repente me había servido de este medio para llenar muchos huecos, incluso percibo un grado de adicción. Tengo ya la necesidad de estar enterado de todo un poco, de recibir cierta dosis de información, de saber qué hacen mis amigos o personas por las que siento cariño.
No me gustan los establecimientos públicos de Internet. Además de que me parecen inseguros, no hay intimidad. Aborrezco el ojo ajeno, intrusivo con los asuntos que no le conciernen. Pero creo que mi necesidad de saber de la señorita «Y» (que no ha respondido mis mensajes de teléfono) me obligará a pisar uno de esos locales. Como la desesperación que me sacó de casa el Viernes pasado a depositar crédito en mi teléfono.
Pero es la 1 AM. Creo que es momento de descansar y dejar de pensar tanto. Mis pensamientos en nada ayudan a «Y», ni a mi.
Parte 2.
9:40 PM. Siempre he sido fatalista... al menos desde que descubrí el aspecto crudo de la vida. Ahora vivo con temor a las sorpresas negativas. Ya me ha sucedido varias veces que, cuando bajo la guardia y comienzo a disfrutar de las cosas, la vida me sorprende con algún hecho desagradable. Pero también me ha pasado lo contrario. Cuando predigo lo peor, todo resulta inesperadamente bien.
La incertidumbre es tierra fértil para el negativismo. Cuando no sé sobre alguien comienzo a tener un «mal presentimiento». Desde que no tengo noticias de la Señorita «Y», me invaden pensamientos trágicos. Cuando logre comunicarme con ella, y me informe del éxito en sus planes, me alegraré de poder reprenderla a modo de juego por no reportarse conmigo y de saber que todas mis preocupaciones fueron vanas.
Tengo otros problemas encima, pero no son nada comparados con la inquietud que me produce su bienestar.
— Miércoles, 10 de Agosto del 2011.
Es oficial: tengo una incapacidad extraordinaria para aplazar soluciones. 8 días sin Internet. La ansiedad de estar «desconectado» comienza a ser más llevadera. Será la costumbre de aceptar contrarios. O esa manía de aceptar pasivamente condiciones que me molestan.
Ocho mensajes y ninguna respuesta... eso sí me preocupa. E inmerso en un período aciago que me impide pagar una simple llamada. Soluciones que no se generan ni para los problemas más sencillos. El destino de un hombre que piensa mucho y actúa poco.
Releyendo algunas viejas conversaciones para compensar su ausencia y el no saber de ella. Hace años, en momentos de gran desesperación, al punto de sentirme abandonado, sentí la tentación de orar. Esa declaración de impotencia total, recurso del que ha llegado a su límite.
Hoy tengo una sensación similar. En mi interior surge un pequeño ruego hacia ti: señorita «Y», ojalá te comunicaras conmigo. Un mensaje breve cuando menos. Un simple «Hola, estoy bien» bastaría. Tres palabras que colocarían todo en su lugar. No pido más.
Entretanto, paciencia. Esa insípida paciencia.
— Viernes, 12 de Agosto del 2011.
Ya tengo Internet. Ella regresó a casa el Sábado 6 de Agosto en la noche. Todos los mensajes que le envié se perdieron en el limbo de su chip en desuso. No quiso proporcionarme su nuevo número. Tampoco me envió un mensaje por ningún medio para informarme de su regreso.
Su viaje fue todo un éxito.
Estoy inquieto. La Señorita «Y» se encuentra en Ciudad Juarez por negocios. Hace más de un mes me dijo que pensaba irse a vivir fuera de la Ciudad... lejos. Sus planes cambiaron y decidió quedarse, pero sí realizaría ese viaje a Ciudad Juarez. Le dije que se mantuviera en comunicación constante, escribiendo en Facebook (por fin le encuentro sentido real a las redes sociales) a través de su Blackberry. Salió ayer a las 4 de la mañana.
Y de nuevo, me he quedado sin Internet. Me frustra la fragilidad de la comunicación. Que el espectro de nuestro vínculo se reduzca a algo llamado «sitio web» y que éste no me sea accesible, me hace sentir estúpido. Mi preocupación se veía reducida al accesar a su muro y ver sus comentarios. Todavía en la tarde alcancé a ver un par de fotos de su viaje. No me queda mas que limitarme a la expectativa: espero que todo resulte bien y regrese pronto.
Afortunadamente no va sola, pero se me antojaban ideas quizá un tanto ilusas. Se me ocurrió intentar persuadirla a que desistiera de hacer ese viaje. Otra idea, más realista, la de ir con ella. Ambas quedaron en fantasías que ya no vienen al caso. El presente es lo importante. Y no puedo evitar pensar en los peligros reales a los que se ha expuesto al viajar allá. Peligros que nos rebasan, que no podemos enfrentar con razonamientos.
Ciudad Juarez es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Ubicada en la frontera México/Estados Unidos, es la línea de guerra entre narcotraficantes. Todo tipo de crímenes se dan ahí. Secuestros, asesinatos, gente que desaparece. Tiene el índice más alto de feminicidios, alrededor de 4000. Las «autoridades» no enfrentan el problema. Por el contrario, son pasivas o peor aún, partícipes de lo que ahí ocurre. Un asalto común es lo de menos.
Ella se encuentra allá y yo no puedo hacer nada. Y aún si estuviera con ella... ¿qué podría hacer yo en caso de que alguna adversidad nos alcanzara? Ningún razonamiento penetra en un ser sin conciencia ni alma; en cambio un ser pensante es completamente vulnerable ante una persona cuyo poder reside en un arma. Eso destruye la idea romántica de que uno tiene control sobre su vida. La realidad es que mucho no depende de nosotros, menos en este país donde la inconsciencia manda.
Es vano angustiarse con ideas inservibles. Mañana me comunicaré por ella por teléfono. Y sólo resta esperar, con calma y paciencia, su regreso. Es todo lo que tengo.
PD: aunque no tengo conexión a Internet estoy sentado frente a la computadora, escuchando algunos audios de un programa nocturno sobre «conciencia» que solía escuchar. No está mal para despejar la mente un poco.
— Viernes, 5 de Agosto del 2011.
Mi mayor preocupación es la incomunicación en que me encuentro. Se me hizo un poco desesperante, así que en la tarde me vestí y decidí salir a caminar. Me hacía falta estirar las piernas un poco. Aproveché para recorrer esas calles que tanto me gustan y depositar saldo a mi número. No lo suficiente para hacer una llamada, pero si para enviar constantes mensajes cortos a la Señorita «Y» en lo que vuelvo a tener Internet.
La quiero mucho, la extraño. Espero que lea el par de mensajes que le he enviado y pueda responderme, aunque sea con un mensaje corto; solo eso y me sentiré tranquilo. Me preocupa no saber de ella...
— Lunes, 8 de Agosto del 2011.
Parte 1.
En verdad que estar incomunicado produce una sensación de aislamiento. No me había dado cuenta de la influencia de los medios electrónicos en mi psique. De repente me había servido de este medio para llenar muchos huecos, incluso percibo un grado de adicción. Tengo ya la necesidad de estar enterado de todo un poco, de recibir cierta dosis de información, de saber qué hacen mis amigos o personas por las que siento cariño.
No me gustan los establecimientos públicos de Internet. Además de que me parecen inseguros, no hay intimidad. Aborrezco el ojo ajeno, intrusivo con los asuntos que no le conciernen. Pero creo que mi necesidad de saber de la señorita «Y» (que no ha respondido mis mensajes de teléfono) me obligará a pisar uno de esos locales. Como la desesperación que me sacó de casa el Viernes pasado a depositar crédito en mi teléfono.
Pero es la 1 AM. Creo que es momento de descansar y dejar de pensar tanto. Mis pensamientos en nada ayudan a «Y», ni a mi.
Parte 2.
9:40 PM. Siempre he sido fatalista... al menos desde que descubrí el aspecto crudo de la vida. Ahora vivo con temor a las sorpresas negativas. Ya me ha sucedido varias veces que, cuando bajo la guardia y comienzo a disfrutar de las cosas, la vida me sorprende con algún hecho desagradable. Pero también me ha pasado lo contrario. Cuando predigo lo peor, todo resulta inesperadamente bien.
La incertidumbre es tierra fértil para el negativismo. Cuando no sé sobre alguien comienzo a tener un «mal presentimiento». Desde que no tengo noticias de la Señorita «Y», me invaden pensamientos trágicos. Cuando logre comunicarme con ella, y me informe del éxito en sus planes, me alegraré de poder reprenderla a modo de juego por no reportarse conmigo y de saber que todas mis preocupaciones fueron vanas.
Tengo otros problemas encima, pero no son nada comparados con la inquietud que me produce su bienestar.
— Miércoles, 10 de Agosto del 2011.
Es oficial: tengo una incapacidad extraordinaria para aplazar soluciones. 8 días sin Internet. La ansiedad de estar «desconectado» comienza a ser más llevadera. Será la costumbre de aceptar contrarios. O esa manía de aceptar pasivamente condiciones que me molestan.
Ocho mensajes y ninguna respuesta... eso sí me preocupa. E inmerso en un período aciago que me impide pagar una simple llamada. Soluciones que no se generan ni para los problemas más sencillos. El destino de un hombre que piensa mucho y actúa poco.
Releyendo algunas viejas conversaciones para compensar su ausencia y el no saber de ella. Hace años, en momentos de gran desesperación, al punto de sentirme abandonado, sentí la tentación de orar. Esa declaración de impotencia total, recurso del que ha llegado a su límite.
Hoy tengo una sensación similar. En mi interior surge un pequeño ruego hacia ti: señorita «Y», ojalá te comunicaras conmigo. Un mensaje breve cuando menos. Un simple «Hola, estoy bien» bastaría. Tres palabras que colocarían todo en su lugar. No pido más.
Entretanto, paciencia. Esa insípida paciencia.
— Viernes, 12 de Agosto del 2011.
Ya tengo Internet. Ella regresó a casa el Sábado 6 de Agosto en la noche. Todos los mensajes que le envié se perdieron en el limbo de su chip en desuso. No quiso proporcionarme su nuevo número. Tampoco me envió un mensaje por ningún medio para informarme de su regreso.
Su viaje fue todo un éxito.

jueves, 11 de agosto de 2011
Así se entretiene un ermitaño.
"El ser capaz de llenar el ocio de una manera inteligente es el último resultado de la civilización". Bertrand Russell.
Lectura: en la madrugada leí un cuento corto, «El Extranjero» de Albert Camus. Bastante surrealista. La narativa inicial es semejante a un diario, en que el personaje da cuenta de los eventos que atraviesa. Registra un evento tras otro, casi mecánicamente. Vive, pero no está ahí. Trabaja, tiene amigos, pareja, pero todo le es indiferente (incluso la muerte). Así va por la vida, con una frialdad que asusta. Temo que en momentos, yo mismo he llegado a ser así. Ahora estoy por releer "El Hombre Mediocre", de José Ingenieros.
Ejercicio: estos últimos días he suspendido mi rutina. A pesar de tener ya 32 años confío en la capacidad de recuperación de mi cuerpo. Se dice que el cuerpo tiene memoria, y «recuerda» los esfuerzos anteriores. Responde siempre que lo presiono. He pasado semanas de sedentarismo, pero bastan 3 días de entrenamiento para que el cuerpo retome su ritmo. Sin embargo, últimamente he debido reducir mi dieta, y por ende ahorrar energía física. Sin mencionar ese extraño agotamiento en días recientes.
Música: tengo bastantes piezas en esta computadora. No me canso de escuchar a Clannad o Mozart. Es la música que me suele acompañar mientras escribo. En realidad escucho casi de todo, pero prefiero aquello que tienda a lo armónico; esto excluye todo tipo de sonido para sub-humanos, como reggaetón, corridos, hip-hop, norteña y demás inmundicias. Aunque también gusto de escuchar estilos que exaltan, como metal épico (Rhapsody of Fire) y sinfónico (Nightwish). Mi límite de lo «pesado», Cradle of Filth.
Dibujo: dejar de dibujar crea cierta enemistad con el papel. La inspiración también se aleja. Retomar esta actividad se me antoja a volver como traidor a un lugar donde se era querido, y uno debe hacer méritos para obtener el indulto. Hasta que el papel no nos cause temor y la inspiración vuelva a abrazarnos a fuerza de empeño y constante práctica. Me he estancado en mi estilo, y me atrevería a decir que mi trazo no ha mejorado en los últimos 5 o 6 años.
Meditación: con esta palabra me refiero a todo trabajo interno. Afortunadamente mi ritmo de vida es tal, que me permite darme un tiempo cada día para observar y corregir mis pensamientos. No busco encerrarme en mi mundo interno. Por el contrario, busco expandir mi conciencia tanto externa como internamente, y percibir cada vez más elementos de ambos mundos con precisión y detalle. Modificando y perfeccionando también, mi modo de sentir y pensar, lo cual NO se refleja en nada de lo que escribo.

domingo, 7 de agosto de 2011
"¡A darle átomos!"
Ayer en la noche, como a eso de las 10 PM, hice algunos estiramientos, alcé esas mancuernas y ejecuté una pequeña rutina. Amo ese dolor que despierta el cuerpo. Y debo decirlo: me alegra darme cuenta que, a pesar de haber abandonado la rutina un tiempo, no he perdido condición. Incluso antier que salí a caminar me puse a prueba, y encontré que no pierdo el ritmo. No me permito caminar lento y recorro siempre la misma despiadada distancia sin problema. Me encanta ese dolor posterior a un gran esfuerzo. Realmente lo necesitaba.
No tendré condición a nivel de atleta, pero vamos, que este cuerpo de 32 años aún se defiende. Todavía hace un par de meses me tomé una foto y la verdad no tenía tan mal aspecto. Creo que lo que me ha beneficiado enormemente es la falta de vicios: no fumar, no tomar, no drogas. Mis únicos vicios (que perjudiciales pero no tanto como aquellos) son el café negro y trasnochar. Pero, ¡qué rayos! Esas noches valen la pena.
Sí, es muy extraño el horario para eso, pero debía despejarme un poco. Llevaba horas leyendo.
Así se forja un guerrero, ¿o no?
sábado, 6 de agosto de 2011
Día cero.
El día de hoy no redituó mucho. Sin embargo intento aprovechar el tiempo libre leyendo. Otra vez los libros. Varias cosas, muchas de ellas circunstanciales y otras voluntarias me estrechan a este «pasatiempo» (no me gusta el término; siento que le resta seriedad).
En primer lugar, la costumbre. Tiempo atrás debí renunciar a muchas cosas y las fui compensando con lectura. Gran recurso, accesible y que no requiere mucho, ha absorbido la mayor parte de mi tiempo libre. En segundo lugar, el compromiso personal de mantener mi cerebro estimulado. Forma parte de mi vago e indefinido sentido de vida, que apunta a superarme de algún modo.
En tercer lugar, debo admitirlo, leer es una especie de «fuga», un modo de despreciar el mundo material y darle preferencia al mundo de las ideas. El mundo tiene problemas que no puedo resolver, y las ideas me reconfortan de las frustraciones que el entorno impone.
Existe la idea de que la lectura constante lo convierte a uno, automáticamente, en alguien culto o inteligente. Personalmente he podido comprobar que no es así. Quizá mis conceptos se han ampliado un poco, pero eso no me ha hecho mejor. Lo cual contradice mi propósito, pues la adquisición de conocimiento no garantiza un crecimiento interno. La ganancia real consiste en que, si no he logrado superarme, al menos no me he permitido decrecer... quiero pensar que es así.
Recuerdo periodos en que me sentía internamente pletórico, ensanchado. Me encuentro ahora, de algún modo, obstruido, incapaz de elevar mi entendimiento como lo hice alguna vez. Me imagino que algo así debe sentir el pugilista retirado que, sentado en un sillón, recuerda sus pasados días de gloria, pero tiene que seguir adelante porque «la vida continúa». Ya no se tiene la fortaleza de antes, ya se encuentra uno «quemado». Pero hay que seguir viviendo.
Es un poco decepcionante, por fin, haber al menos vislumbrado un propósito genuino y no poder llevarlo a cabo. Pero creo que mejor me detengo. Ya hizo presa de mi esa tendencia al pesimismo.

viernes, 5 de agosto de 2011
La disensión en mis sueños.
Mi noche de Jueves para amanecer Viernes estuvo plagada de los sueños más extraños. Me soñé recorriendo una ciudad abandonada, en la que había tal silencio que se escuchaba el soplar del viento. Iba en auto no recuerdo con quién. Esa persona conducía, yo era el copiloto. Intercambiábamos comentarios ocasionalmente, sobre a dónde ir o dónde dar vuelta en la soledad que nos rodeaba. Buscábamos otros seres humanos pero en su lugar nos topábamos con bestias mezclas de felino y perro, pero casi tan grandes como el auto en el que viajábamos.
-Hay que mantener los vidrios cerrados- me dijo mi acompañante, que era una mujer, pero no recuerdo quién. Sin embargo, en el sueño la sentí familiar (¿Señorita "Y"?).
Por fin llegamos a una especie de escuela abandonada, en la que aún había cristales pero éstos eran completamente oscuros, así que no se podía ver hacia dentro. Le di la espalda a esos salones, esperando desvanecer con ello también el temor que me provocaban. En el silencioso y deteriorado patio me encontré con algunos familiares. Todos se encontraban bien, felices. Sin embargo yo me sentía incómodo y desprotegido en ese lugar. «¿Cómo pueden estar riendo si nos encontramos expuestos al peligro?» Sentía que debía protegerlos a la vez que me sentía impotente para hacerlo. Peor aún, debía guardarme mis tensiones y poner buena cara ante ellos.
Predominó en el sueño una sensación de desolación, a pesar de que en él «no estaba solo».
En otro sueño estuvo presente mi hermano. Aunque no lo vi, estaba presente mediante su sola voz. Se encontraba furioso con mi padre, por las cosas que éste había hecho. Recuerdo las reclamaciones de mi hermano a nuestro padre: tenían relación con sus engaños, su manipulación. Era un discurso bastante articulado, cosa curiosa, ya que por lo general los sueños (al menos los míos) carecen del mínimo orden.
Mi hermano no vacilaba en su recuento de daños. Su voz ahogada en ira despertó la mía, y traté de calmarlo haciéndole ver el fracaso total que nuestro padre enfrentaba en vida: estancado en un empleo mediocre, que no le satisface ni económica ni emocionalmente. Le señalé en tono irónico cómo nuestro padre, en sus «días de éxito», tildaba de estúpidos a todos a su alrededor. «Todos son unos pendejos, yo soy bien chingón», era su actitud entonces. Y cómo actualmente, cualquiera de los que solía denostar tan despóticamente, tiene una calidad de vida que ya quisiera él.
-Él no necesita castigo. Su propio modo de ser lo ha condenado. Pobre tipo, da pena- le dije en el sueño a mi hermano, con quien me sentía, valga la redundancia, hermanado. Sentimiento ausente mientras él vivía debido a las diferencias que mi padre marcó entre nosotros. Lo curioso es que esta vez he soñado a mi hermano como aliado. Usualmente aparece en mis sueños hostil hacia mi, siempre retándome en duelos retóricos bastante perniciosos, cosa que él nunca hizo en vida.
Creo que ese sueño destapó más bien mis propios deseos de ajustar cuentas con mi padre. Me trajo sentimientos negativos e intensos: rabia, impotencia y deseo de venganza. Claro que no consumaré venganza alguna. Por el contrario, reflexiono sobre cómo proceder correctamente en mi vida en general y evitar los errores y defectos de quien se supone debió ser mi «modelo a seguir».
-Hay que mantener los vidrios cerrados- me dijo mi acompañante, que era una mujer, pero no recuerdo quién. Sin embargo, en el sueño la sentí familiar (¿Señorita "Y"?).
Por fin llegamos a una especie de escuela abandonada, en la que aún había cristales pero éstos eran completamente oscuros, así que no se podía ver hacia dentro. Le di la espalda a esos salones, esperando desvanecer con ello también el temor que me provocaban. En el silencioso y deteriorado patio me encontré con algunos familiares. Todos se encontraban bien, felices. Sin embargo yo me sentía incómodo y desprotegido en ese lugar. «¿Cómo pueden estar riendo si nos encontramos expuestos al peligro?» Sentía que debía protegerlos a la vez que me sentía impotente para hacerlo. Peor aún, debía guardarme mis tensiones y poner buena cara ante ellos.
Predominó en el sueño una sensación de desolación, a pesar de que en él «no estaba solo».
En otro sueño estuvo presente mi hermano. Aunque no lo vi, estaba presente mediante su sola voz. Se encontraba furioso con mi padre, por las cosas que éste había hecho. Recuerdo las reclamaciones de mi hermano a nuestro padre: tenían relación con sus engaños, su manipulación. Era un discurso bastante articulado, cosa curiosa, ya que por lo general los sueños (al menos los míos) carecen del mínimo orden.
Mi hermano no vacilaba en su recuento de daños. Su voz ahogada en ira despertó la mía, y traté de calmarlo haciéndole ver el fracaso total que nuestro padre enfrentaba en vida: estancado en un empleo mediocre, que no le satisface ni económica ni emocionalmente. Le señalé en tono irónico cómo nuestro padre, en sus «días de éxito», tildaba de estúpidos a todos a su alrededor. «Todos son unos pendejos, yo soy bien chingón», era su actitud entonces. Y cómo actualmente, cualquiera de los que solía denostar tan despóticamente, tiene una calidad de vida que ya quisiera él.
-Él no necesita castigo. Su propio modo de ser lo ha condenado. Pobre tipo, da pena- le dije en el sueño a mi hermano, con quien me sentía, valga la redundancia, hermanado. Sentimiento ausente mientras él vivía debido a las diferencias que mi padre marcó entre nosotros. Lo curioso es que esta vez he soñado a mi hermano como aliado. Usualmente aparece en mis sueños hostil hacia mi, siempre retándome en duelos retóricos bastante perniciosos, cosa que él nunca hizo en vida.
Creo que ese sueño destapó más bien mis propios deseos de ajustar cuentas con mi padre. Me trajo sentimientos negativos e intensos: rabia, impotencia y deseo de venganza. Claro que no consumaré venganza alguna. Por el contrario, reflexiono sobre cómo proceder correctamente en mi vida en general y evitar los errores y defectos de quien se supone debió ser mi «modelo a seguir».

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