Estoy inquieto. La Señorita «Y» se encuentra en Ciudad Juarez por negocios. Hace más de un mes me dijo que pensaba irse a vivir fuera de la Ciudad... lejos. Sus planes cambiaron y decidió quedarse, pero sí realizaría ese viaje a Ciudad Juarez. Le dije que se mantuviera en comunicación constante, escribiendo en Facebook (por fin le encuentro sentido real a las redes sociales) a través de su Blackberry. Salió ayer a las 4 de la mañana.
Y de nuevo, me he quedado sin Internet. Me frustra la fragilidad de la comunicación. Que el espectro de nuestro vínculo se reduzca a algo llamado «sitio web» y que éste no me sea accesible, me hace sentir estúpido. Mi preocupación se veía reducida al accesar a su muro y ver sus comentarios. Todavía en la tarde alcancé a ver un par de fotos de su viaje. No me queda mas que limitarme a la expectativa: espero que todo resulte bien y regrese pronto.
Afortunadamente no va sola, pero se me antojaban ideas quizá un tanto ilusas. Se me ocurrió intentar persuadirla a que desistiera de hacer ese viaje. Otra idea, más realista, la de ir con ella. Ambas quedaron en fantasías que ya no vienen al caso. El presente es lo importante. Y no puedo evitar pensar en los peligros reales a los que se ha expuesto al viajar allá. Peligros que nos rebasan, que no podemos enfrentar con razonamientos.
Ciudad Juarez es considerada una de las ciudades más peligrosas del mundo. Ubicada en la frontera México/Estados Unidos, es la línea de guerra entre narcotraficantes. Todo tipo de crímenes se dan ahí. Secuestros, asesinatos, gente que desaparece. Tiene el índice más alto de feminicidios, alrededor de 4000. Las «autoridades» no enfrentan el problema. Por el contrario, son pasivas o peor aún, partícipes de lo que ahí ocurre. Un asalto común es lo de menos.
Ella se encuentra allá y yo no puedo hacer nada. Y aún si estuviera con ella... ¿qué podría hacer yo en caso de que alguna adversidad nos alcanzara? Ningún razonamiento penetra en un ser sin conciencia ni alma; en cambio un ser pensante es completamente vulnerable ante una persona cuyo poder reside en un arma. Eso destruye la idea romántica de que uno tiene control sobre su vida. La realidad es que mucho no depende de nosotros, menos en este país donde la inconsciencia manda.
Es vano angustiarse con ideas inservibles. Mañana me comunicaré por ella por teléfono. Y sólo resta esperar, con calma y paciencia, su regreso. Es todo lo que tengo.
PD: aunque no tengo conexión a Internet estoy sentado frente a la computadora, escuchando algunos audios de un programa nocturno sobre «conciencia» que solía escuchar. No está mal para despejar la mente un poco.
— Viernes, 5 de Agosto del 2011.
Mi mayor preocupación es la incomunicación en que me encuentro. Se me hizo un poco desesperante, así que en la tarde me vestí y decidí salir a caminar. Me hacía falta estirar las piernas un poco. Aproveché para recorrer esas calles que tanto me gustan y depositar saldo a mi número. No lo suficiente para hacer una llamada, pero si para enviar constantes mensajes cortos a la Señorita «Y» en lo que vuelvo a tener Internet.
La quiero mucho, la extraño. Espero que lea el par de mensajes que le he enviado y pueda responderme, aunque sea con un mensaje corto; solo eso y me sentiré tranquilo. Me preocupa no saber de ella...
— Lunes, 8 de Agosto del 2011.
Parte 1.
En verdad que estar incomunicado produce una sensación de aislamiento. No me había dado cuenta de la influencia de los medios electrónicos en mi psique. De repente me había servido de este medio para llenar muchos huecos, incluso percibo un grado de adicción. Tengo ya la necesidad de estar enterado de todo un poco, de recibir cierta dosis de información, de saber qué hacen mis amigos o personas por las que siento cariño.
No me gustan los establecimientos públicos de Internet. Además de que me parecen inseguros, no hay intimidad. Aborrezco el ojo ajeno, intrusivo con los asuntos que no le conciernen. Pero creo que mi necesidad de saber de la señorita «Y» (que no ha respondido mis mensajes de teléfono) me obligará a pisar uno de esos locales. Como la desesperación que me sacó de casa el Viernes pasado a depositar crédito en mi teléfono.
Pero es la 1 AM. Creo que es momento de descansar y dejar de pensar tanto. Mis pensamientos en nada ayudan a «Y», ni a mi.
Parte 2.
9:40 PM. Siempre he sido fatalista... al menos desde que descubrí el aspecto crudo de la vida. Ahora vivo con temor a las sorpresas negativas. Ya me ha sucedido varias veces que, cuando bajo la guardia y comienzo a disfrutar de las cosas, la vida me sorprende con algún hecho desagradable. Pero también me ha pasado lo contrario. Cuando predigo lo peor, todo resulta inesperadamente bien.
La incertidumbre es tierra fértil para el negativismo. Cuando no sé sobre alguien comienzo a tener un «mal presentimiento». Desde que no tengo noticias de la Señorita «Y», me invaden pensamientos trágicos. Cuando logre comunicarme con ella, y me informe del éxito en sus planes, me alegraré de poder reprenderla a modo de juego por no reportarse conmigo y de saber que todas mis preocupaciones fueron vanas.
Tengo otros problemas encima, pero no son nada comparados con la inquietud que me produce su bienestar.
— Miércoles, 10 de Agosto del 2011.
Es oficial: tengo una incapacidad extraordinaria para aplazar soluciones. 8 días sin Internet. La ansiedad de estar «desconectado» comienza a ser más llevadera. Será la costumbre de aceptar contrarios. O esa manía de aceptar pasivamente condiciones que me molestan.
Ocho mensajes y ninguna respuesta... eso sí me preocupa. E inmerso en un período aciago que me impide pagar una simple llamada. Soluciones que no se generan ni para los problemas más sencillos. El destino de un hombre que piensa mucho y actúa poco.
Releyendo algunas viejas conversaciones para compensar su ausencia y el no saber de ella. Hace años, en momentos de gran desesperación, al punto de sentirme abandonado, sentí la tentación de orar. Esa declaración de impotencia total, recurso del que ha llegado a su límite.
Hoy tengo una sensación similar. En mi interior surge un pequeño ruego hacia ti: señorita «Y», ojalá te comunicaras conmigo. Un mensaje breve cuando menos. Un simple «Hola, estoy bien» bastaría. Tres palabras que colocarían todo en su lugar. No pido más.
Entretanto, paciencia. Esa insípida paciencia.
— Viernes, 12 de Agosto del 2011.
Ya tengo Internet. Ella regresó a casa el Sábado 6 de Agosto en la noche. Todos los mensajes que le envié se perdieron en el limbo de su chip en desuso. No quiso proporcionarme su nuevo número. Tampoco me envió un mensaje por ningún medio para informarme de su regreso.
Su viaje fue todo un éxito.

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