domingo, 21 de agosto de 2011

Las calles que me esperan.


Hace unos días se me antojó salir a caminar. Evito hacerlo entrada la tarde por toparme con algún vecino, algo casi imposible viviendo en condominio (en cambio no me produce conflicto mezclarme en una muchedumbre de desconocidos).

Por eso tengo ya mis rutas favoritas para recorrer a pie. Lugares relativamente cercanos a mi casa (estoy peleado con mi entorno) pero que se distinguen marcadamente de lo que se supone son mis rumbos y con los cuales debería estar familiarizado. Basta cruzar un puente para respirar un ambiente distinto.

Me gusta mucho recorrer esas calles, porque cada vez recojo cierta nostalgia. He tenido varios trabajos en esa colonia, y cuando paso por esos lugares me gusta ver qué ha cambiado, o si me encontraré casualmente con un antiguo compañero de trabajo. ¿Me reconocerían? Y si eso ocurriera, ¿me saludarían?

Odio esa indiscriminada construcción de condominios, que no solo alteran sino que además atentan contra el encanto que tienen mis calles. No hay terreno baldío que no sea utilizado para colocar un maldito condominio, lo que deteriora la estética (si se le puede llamar así) de la colonia.

Había una chica que vivía por ahí y me gustaba mucho. Tengo la fantasía de que tal vez en alguna ocasión coincida con ella. Me sentiría complacido si eso ocurriera. Pero temo que ya no soy el mismo, y quizá tenga la osadía de importunarla saludándola y preguntándole su nombre.

Recuerdo las primeras veces que me aventuré por esos rumbos. Me sentía como un invasor, alguien que no debería estar ahí. En efecto, no pertenezco a ese lugar; siempre he residido del otro lado del puente. Pero he establecido una extraña conexión con la colonia, conexión ausente con mi propio ambiente.

Después, con la guía de un amigo (cuyo padre había montado, años atrás, un negocio en esa área) profundicé en esas calles. Así me fui familiarizando cada vez más con ellas. Ya no era invasor sino explorador. Mis calles jamás me han producido tal interés. De hecho, me producen temor y rechazo.

Sí, lo he pensado bastante y lo tengo en mente siempre: en cuanto pueda, viviré allá. Aunque quizá es ese contraste el que le otorga a esa colonia su brillo. Y si me mudara a las calles que amo, se tornarían tan monótonas y hostiles como las que me rodean desde hace más de veinte años.

Esas caminatas, que para el ojo común serían un sinsentido, son para mi una terapia, un rito, una aventura. Hay cierto lugar que evito, donde se halla un establecimiento en que solía trabajar y abandoné. A cinco años de haber sido empleado ahí, me atemoriza un poco pasar por enfrente.

Hoy tengo el día libre. Quizá me dé una vuelta, por pura nostalgia.


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