viernes, 26 de agosto de 2011

Un nuevo día.

Son las seis de la mañana. Tengo un problema terrible de insomnio. Estaré somnoliento y falto de concentración todo el día. Como vivo prácticamente solo no tengo a quién rendirle cuentas por ello. Puedo hacer lo que quiera. Pero esta libertad, que desde adolescente ambicionaba, ya ha perdido su frescura.

Dentro de un momento desayunaré algo. Lo que sea. Puedo cenar un par de huevos y café, o sólo una pieza de pan. Así de simple. Mi dieta no es generosa desde que mi vida de ermitaño comenzó. Llega el momento en que uno se conforma con cualquier cosa. La soledad e indiferencia van de la mano.

Es Viernes. Amaba los Viernes porque el Sábado y Domingo se empalmaban en mi mente, lo que me proporcionaba un descanso psicológico. Ahora que todos los días son iguales, encuentro esa sensación de libertad refugiándome en la lectura o escribiendo yo mismo cualquier cosa, acompañado de música celta, New Age, Lounge o de los 60s.

Y eso es la cumbre emocional en mi vida. Los fines de semana tienen su límite recreativo en la individualidad. Mientras la gente de mi edad comparte su vida con su pareja e hijos o en alguna reunión social, yo saboreo el próximo capítulo del libro en turno o intento capturar con las palabras adecuadas, mi sentir en este diario personal.

¿Alguien quiere café?


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