viernes, 30 de septiembre de 2011

Los pies en la tierra.

¿En qué estaba pensando? Era lógico. Jamás estuvo a mi alcance. ¿Qué podía ofrecerle yo? ¿Cómo se me ocurrió la posibilidad de poder estar con ella? De acuerdo, me dejé llevar a pesar de que era consciente de mis límites. Pero, ¿por qué persiste esta ilusión? ¿por qué siento que he perdido algo?

 Si hasta la diferencia de edad nos hace incompatibles. Sí, descubrimos tener mucho en común, pero ella me supera en madurez y experiencia. Además somos contrarios. Ella es sociable, conversadora, le gusta salir, etc. Yo...

Si en algún momento le resulté interesante y (¿por qué no decirlo?) atractivo, bien, debería apuntármelo como una victoria. Vamos, que muchos me considerarían afortunado si supieran lo ocurrido entre nosotros. Que quede constancia de que alguna vez signifiqué algo para ella, aunque haya sido poco.


miércoles, 28 de septiembre de 2011

¿Desconectarse definitivamente?

He tenido problemas con mi conexión a Internet desde hace días. Supuestamente estoy en línea pero puedo accesar a la red. No importa. Me ha hecho bien desconectarme. Siento como si hubiese despertado lentamente de un profundo trance. Además me di tiempo para hacer una limpieza general de archivos, desfragmentar el disco, etc.

De hecho he estado pensando en desaparecer de Internet. Tengo cuentas en cada sitio de uso común: Facebook, Twitter, etc. Lo que me hace contemplar mi «suicidio virtual» se desprende de incidentes como este, en que mi identidad digital me es inaccesible. No me gusta estar sujeto a tal accidente, y poder conectarme o no según las circunstancias dispongan.

Podría desaparecer y nada se pierde. No hace mucho me quedé siete días sin Internet y durante ese tiempo no recibí ningún mensaje, es decir, nadie notó mi ausencia o a nadie el importó. Me alivia saber que mi partida definitiva no sería importante. Tengo la certeza de que no decepcionaré ni sorprenderé a nadie.

No tengo pendientes importantes. Esto es para mi un mero pasatiempo, no una herramienta de trabajo.

Debo meditarlo seriamente, sobre todo en lo que perdería. Por ejemplo (es una tontería, pero bueno), ya no sabría mucho de cierta persona, ni estaría enterado de sus actividades, lo cual no es mi asunto pero de algún modo me sigue importando. Esto también indica lo entrometido que me he vuelto. Antes de tener Internet yo no era así.

Quizá conservaría mi blog, y mi cuenta de Hotmail, ya que tengo cosas importantes en Skydrive. Y eso sería todo. Extrañaría este entorno, sí, pero yo estaba muy bien antes de internarme en él, así que no perdería nada. Simplemente regresaría a mi condición anterior. Otra opción es conservar cada cuenta, pero dejarlas en «animación suspendida», y entrar a ellas ocasionalmente para que no sean borradas por falta de uso.

Yo me subí voluntariamente al «tren de Internet». Lo hice como mera tentativa, jamás para meterme de lleno. No lo hice para hacer amigos ni conocer gente, sino por cultura general. No digo que no me guste, o que no valore a la gente. Me ha encantado todo lo que este medio ofrece, y me ha permitido conocer gente excepcional. Pero sería un acto de congruencia: es una aberración que un ente anti-social como yo participe en redes sociales.

Y como escribí al principio, me molesta estar sujeto al azar, y eso me hace sentir que nada de lo que he creado aquí me pertenece realmente. Quizá es un bien que esto suceda. Es como un recordatorio de que no debo sujetarme a algo inestable.


domingo, 25 de septiembre de 2011

La llave.

"...Sea prudentemente sincero..."

Hace un momento estaba buscando la llave de mi cuarto. Jamás lo cierro. Ni siquiera lo hacía cuando recibía visitas indeseables (la familia de mi padre) ni cuando solía dormirme temprano y a pesar del ruido que hacían mis fallidos antagonistas (quizá lo hacían por importunar). Pero esta nueva gatita ha hecho lo que no debía en mi cuarto ya dos veces, así que tengo el pretexto perfecto para mantenerlo cerrado mientras no estoy. Gracias, gatita.

Pasa que mi padre es muy invasivo. Siempre ha tenido la costumbre de meterse en asuntos que no le importan, bajo el pretexto de que está uno en «ocultación» (herencia pendeja y paranoica de la Cienciología). En la mañana lo encontré sentado en esta computadora. Según él, trataba de arreglar el problema de la conexión a Internet... y quizá quería aprovechar para hurgar en mis archivos.

Pero me he desviado. El punto es que, buscando la llave de mi cuarto, di con un par de libretas: una contiene anotaciones de mi madre sobre el desarrollo del espíritu. Ha sido grato hojearlo. Mucho de lo que escribió son transcripciones al vuelo de un programa de radio que solíamos escuchar, que era con Rosa Argentina Rivas. Nos gustaba mucho su punto de vista sobre las cosas. Infortunadamente le he perdido la pista. Creo que está en Radio Centro; ya veré.

En las últimas hojas, mi madre escribió una pequeña y muy justa diatriba contra mi padre (cito sólo algunas frases):

«Tú no eres el mejor de los hombres ni tampoco el mejor de los esposos... con tus manías de estar siempre con los pies sobre los sillones... saliendo del baño sin lavarte las manos... tirando las colillas de tus cigarros por todo el piso... no hay un solo mueble que no tenga quemadura de tus cigarros... desde las cortinas, la mesa y los sillones, hasta el clóset y el refrigerador... a ver si alguien te soporta ya en completa convivencia y te conozca tal cual eres...»

A veces me imagino que me encuentro con mi madre, nos abrazamos y nos ponemos a platicar. Yo le cuento cómo me ha ido, cómo la vida se ha puesto difícil algunas veces y cómo de algún modo inexplicable siempre he salido avante. Quizá me reprocharía el no llegar tan lejos en lo profesional, pero yo le explicaría que he hecho lo que he podido. Le contaría lo mal que le va a algunos que le hicieron pasar malos ratos y me disculparía con ella por descuidar la casa, aunque también le daría razones del por qué he decidido postergar su renovación, que tienen mucho qué ver con lo que ella manifestó en esa carta que quedó en borrador.

La segunda libreta es de mi hermano. Data de sus días de preparatoria, así que las anotaciones son de Química. Obviamente me trajo recuerdos. Buenos en el sentido que me recuerdan a mi hermano adolescente, malos en el sentido de que fueron días muy difíciles, cargados de tensión. Creo que ni él ni yo disfrutamos esa etapa. La adolescencia es una edad crucial: en ella se consolidan los fundamentos de la seguridad personal o se resquebrajan por completo. La crueldad e ignorancia de un entorno intervienen mucho, y mi hermano se topó con ambos: él tenía Síndrome de Moebius. Pero ya hablaré después de esto (poseo el diario de mi madre donde escribe sobre el nacimiento de mi hermano, y cómo los médicos de entonces ignoraban la existencia del síndrome y explican los síntomas según la ciencia de su tiempo).

Tengo sentimientos encontrados con respecto a mi hermano. He de confesar que yo fui el clásico niño cruel, y le causé mucho sufrimiento en la infancia. Pero después él hizo muchas cosas que tampoco estuvieron bien. Quizá para nivelar la balanza, quizá para desquitarse. Pero siento que intentó desquitar conmigo no sólo el daño que yo le causé, sino su resentimiento general contra el mundo. Lo que le perjudicó más a él que a mi, ya que el odio sólo deteriora a quien lo lleva dentro, no a quien se le dirige. Me aventuro a suponer que mi padre tuvo mucho qué ver en ello, pues lo que hacía mi hermano tiene el «sello» característico y propio del proceder de mi padre. Pienso que él le daba instrucciones a mi hermano sobre qué hacer. Ya que ambos tenían rencor hacia mi, hicieron mancuerna; pero nuevamente, esto requiere ser explicado a detalle y eso lo haré después (intenté plasmar todo esto «entre líneas» en un torpe cuento que escribí, sobre un águila que intenta volar por encima de todo).

Hubo un tiempo en que me quedé sin trabajo durante un periodo considerablemente extenso. Un día me quedé sin comer, y le dije a mi hermano que me regalara las tortillas que sobraran cuando terminara de comer (siempre comimos aparte, mi hermano con mi padre, y yo solo, desde que mi madre murió). Pues tiró las tortillas a la basura. Esto se repitió varias veces durante ese periodo. Luego adoptó la extraña práctica de hacerme la «Ley del Hielo» un día o dos, y tornarse amistoso después. Entonces volvía a su mutismo, y así alternaba sus actitudes afectuosidad/desprecio. Esto en realidad no me importó, pero pensaba que se debatía en algún conflicto interno con respecto a mi, lo que me pareció triste. No puedo evitar sospechar que eso fue una especie de «manejo» sugerido por mi padre para, según él, confundirme o algo así. Pero esta clase comportamientos hicieron que me fuera distanciando de mi hermano y dejara de tomarlo en serio. En algún momento llegué a decirle que no era mas que un peón con el cual mi padre experimentaba y ponía en práctica su Cienciología, lo cual por supuesto rechazó (que yo sepa, mi hermano jamás leyó un libro sobre esa basura).

Creo que el buscar esa llave y encontrar estas libretas abrió una puerta y descubrió muchos recuerdos. Y mucho qué resolver internamente.

jueves, 22 de septiembre de 2011

Voluble...

¿Por qué aquellas cosas que consideraba superadas irrumpen y conmueven mi psique? En mi intelecto ya había resuelto ese padecimiento. Pero en mi corazón permanecen las brasas, que arden de nuevo ante la más suave corriente de aire. Pasión, enamoramiento. Sentirse desplazado, esclavitud.

No importa cuánto me aleje, aún puede afectarme su veneno. Porque mi corazón sigue vinculado, asociado a ella. Abordarlo hasta el cansancio con objetividad ha sido inefectivo para purgarlo de este mal. El corazón es voluble, no se deja domesticar ni se somete a mis reglas: no desear, no sentir, no desbocarse; permanecer inmutable, libre.

¿No había decidido ya, en profunda introspección, abrazar la soledad e independencia?

¡Corazón, deberías aceptar mis razonamientos o morir y dejarme en paz!

"It's full of stars", de Thomas Zimmer.

martes, 13 de septiembre de 2011

El mentalista.

Desde hace unos días le doy seguimiento a una persona que dice ser "mentalista". Tiene su canal en línea donde charla con otros usuarios. A pesar de que incurre en muchas (desde mi punto de vista) falacias, lo noto sincero.  Realmente cree en lo que dice y parece expresarse de corazón. Hacía tiempo que una persona no me causaba tal impresión positiva.

Aunque recurro mucho a apoyarme sicológicamente en grandes mentes como Sócrates o René Descartes, también intento soportarme en mi mismo. Sin llegar a idolatrarlo (nadie merece tal honor; y como dije, incurre en falacias del New Age y su discurso está limitado a su "materia"), el Mentalista me cae bien. Sus consejos y modo de hablar reconfortan; tiene "buena vibra".

En verdad resulta un alivio escucharlo hablar.

Creo que, si algo me hizo falta en la vida fue confiar en alguien. Supongo que esta necesidad es peligrosa: hace que la gente adopte un gurú, se identifique con él y lo defienda ciegamente, como mis otrora amigos del Cuarto Camino le rinden culto a su líder. El punto es que la ausencia de alguien en quién confiar tiene pros y contras. Por un lado se desarrolla la auto-suficiencia. Por otro siembra la impresión general de que la gente no es digna de confianza.

Bastantes veces me he encontrado en la situación de escuchar y ayudar a otros. Es contradictorio: se supone que la soledad debió volverme egoísta, pero quizá me ha vuelto más empático. El problema es que aquellas personas que conocen ese aspecto mio me consideren buen sujeto y erróneamente piensen que soy alguien en quien se puede confiar.


viernes, 9 de septiembre de 2011

Réplica.

Esta es una pequeña réplica a una entrada en la cual, reflexionando a conciencia, no fui justo. En ella cuestioné la amistad de una persona. Pero hay algo que no mencioné. Aquella vez aludí a ciertas muestras de rechazo por parte de una amiga. Pero no hablé del rechazo que antes manifesté hacia ella cuando apenas nos conocíamos.

Nuevamente, otra persona se topa con mis barreras antisociales y escepticismo. Hacía años que no conocía a alguien ávido de conocerme, a pesar de mi actitud evasiva. La simple y llana experiencia de conocer gente nueva ya me es extraña: pero me es completamente extraordinario que alguien muestre entusiasmo por mi. 

Su entusiasmo me sorprendió y asustó. Mi reacción fue análoga a la de un animal salvaje ante el cariño, lo que derivó en una cadena de rechazos de mi parte. "De cualquier modo, se decepcionaría si me conociera, así que es menos grave la decepción de ni siquiera conocerme", pensé.

Y un día, con todo y mis complejos, accedí a conocernos en persona. Fue nuestro primer y único encuentro. A partir de ahí fue ella quien marcó su distancia. No la culpo. Su proceder fue justo.

Creo que esta pequeña entrada nivela la balanza con mi jeremiada anterior.

lunes, 5 de septiembre de 2011

Un tipo extraño.


Últimamente tiende mucho a pensar en voz alta. Dicen que hablarse a sí mismo es síntoma de locura. No cree estar totalmente cuerdo, pero tampoco ser un «loco» en todo el sentido de la palabra. Aunque tiene ciertas manías (además de la mencionada) que le convierten en una persona... extraña.

Tiene un extraño rito antes de salir cada mañana. Ya a punto de abrir la puerta, regresa al espejo y se observa, tratando de convencerse de que su aspecto es aceptable. Hay un ángulo de su rostro que no le gusta nada porque le hace lucir enfermo. Razona sobre su inseguridad con un «exagero; hay peores que yo».

Durante el trayecto a casa intenta mantenerse concentrado a pesar del bullicio. Hay un defecto que a veces le traiciona, y es voltear a ver a alguna chica bonita. Muchas veces se entrega a esa debilidad y mira. Pero siempre intenta no voltear y se obliga a mantener la vista al frente.

Le gusta jugar con su gatita al llegar a casa. La trata como a una niña. Piensa que es lo único que le da vida a su casa. Le encanta que sea completamente «maleducada» y se suba a todos lados. Ayer no le dejaba dibujar; se acostaba en la hoja y jugaba con el lápiz. Le decia «¡niña, deja eso!», como si fuera a entenderle.

A veces llega directo a acostarse y meditar. Recapitula el día y trata de equilibrarse. Pero de pronto su meditación es interrumpida por ensoñaciones, y en vez de repasar el día de modo realista, comienza a fantasear con cómo le gustaría que hubiese sido.

En la noche, se conecta a Internet. Lleva meses buscando algún libro sobre cómo escribir un diario. Ha dado con artículos muy buenos, pero le interesa saber si algún autor ha profundizado más en el tema desarrollando pautas definidas. Es decir, qué debe decirse y qué no. Todos los días se debate en esa cuestión.

sábado, 3 de septiembre de 2011

De sueños, anhelos y días nublados.

Los días nublados tienen su magia. La lluvia trae consigo una atmósfera de recogimiento, de seguridad. Me hace sentir el ambiente distinto, renovado. Son los días que me gusta salir de paseo y un regalo. Hacen que la gente común se resguarde. Escondidos del frío, me siento más libre afuera.

Algo que me fascina es toparme con algún vecino y ser ignorado por éste. Este hecho simpatiza con mi vieja fantasía de ser invisible a los demás. Hoy en la mañana me encontré con un vecino. No me saludó. De regreso me topé con otro y tampoco lo hizo. Eso me alegra mucho.

No sé exactamente dónde reside el ego, si en la preocupación por el bienestar propio o el ajeno. Toda la semana alimenté a mi gatito con carne y atún, pero no en cantidades satisfactorias, así que todo el tiempo se encontraba inquieto por el hambre. Hoy que le compré su alimento me siento en paz.

Nuevamente me encuentro sin Internet. Pero no me preocupa tanto. Mi pendiente anterior era el bienestar de una amiga, pero eso ya pasó. Ella se encuentra bien y por ende yo estoy tranquilo. De cualquier modo, mi participación en redes sociales disminuye y tiendo más a ser un «lurker». Me doy cuenta que esa sensación de incomunicación no se debe a carecer de Internet, sino a no saber de ciertas personas en particular.

Por cierto, en una noche reciente tuve un curioso sueño con ella. Yo iba a visitarla a su casa, pero ésta era tan grande que me perdía entre tantos cuartos. Llegué al salón donde coleccionaba obras de arte, y había dinero suelto por ahí, que recogí y deposité en una mesa. Entonces ella apareció en traje de baño negro y me dijo, «Has superado la prueba y por tu honestidad te puedes casar conmigo».

Llevo toda la semana prometiéndole que me desharía de esta barba. Bien podría haberle dicho que ya no la tengo, pero ¿por qué mentir? Me gusta mi nuevo aspecto.

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