jueves, 21 de octubre de 2010

Esa pasión llamada amor, parte 2.

Las cosas malas no impiden nuestras vivencias; sólo las entorpecen. Lo que nos detiene después es la huella que imprimen en nuestro interior. Admito que cometí un error de actitud. La soledad no me sienta mal, pero renuncié cuando debí sacar la casta.

No ha sido muy distinto desde entonces. Pero ya han pasado muchos años de aquellas experiencias y no puedo permitir que me definan. He de revisar y cuestionar viejas creencias arraigadas.

Aunque antisocial, Internet me ha permitido conocer personas que de otro modo difícilmente conocería; personas que jamás me hubiese atrevido a tratar. Gente muy valiosa cuya amistad me ha enriquecido. Me habría gustado que me conocieran antes de perder mi brillo, y entonces podría devolverles algo de lo que me han dado. Me explico: no puedo evitar mi tendencia a poner límites y alejarme porque me siento incapacitado para expresar afecto o para iniciar o sostener una relación. Excepto en mi infancia, jamás fui aventado. No tengo la menor idea de cómo flirtear y me vuelvo torpe cuando me sé observado. Si una mujer me gusta, me lo guardo porque lo considero invasivo. Los piropos son ofensivos y de mal gusto, y quienes creen que así ganarán el aprecio de una mujer, o que eso es una manifestación de hombría, se equivocan.

Con respecto a esto quisiera añadir algo. Hay quienes desarrollan cierta retórica y adornan sus palabras en busca de la admiración del sexo opuesto. Apelan a la parte emocional con sentimentalismos para conmover, y se dedican a perfeccionar su labia camuflada como franqueza. Pero su propio discurso los traiciona. A la larga su verdadera personalidad sale a flote y sus palabras resultan no encajar con lo que son. Seducir con falsas palabras me parece un engaño nefasto, un recurso deshonesto y desesperado.

En la mayoría de los casos, esta serie de artilugios tienen sólo una finalidad: un acostón. Según mi percepción, se busca algún tipo de satisfacción inmediata que lejos de retroalimentar, genera un vacío interno. Sócrates lo expresa mejor:

"La ternura de un amante no es una afección benévola, sino un apetito grosero que quiere saciarse".

No. Elijo la torpe sinceridad por encima de todo, y que las cosas se vayan dando por sí solas, de forma espontánea. Pero más importante que tener pareja o no, es cuestionarse: ¿por qué mi afán de conquistar a alguien? ¿cuál es la finalidad? ¿por qué lo busco y quiero? Pienso que esa búsqueda de pareja es válida y necesaria, pero es vital sentirse bien consigo mismo de antemano. De otro modo lastimaremos a las personas que sienten algo por nosotros.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Entradas más leídas