– 2do de primaria.
Tenía 7 años cuando un día de escuela tenía muchas ganas de ir al baño, pero la maestra no me dió permiso, así que debí obligarme a aguantar estoicamente hasta el recreo. Pero mi vejiga era débil y no pude resistir más. Me oriné en los pantalones en medio de la clase. Fue terrible. Lo curioso es que nadie a mi alrededor se dio cuenta sino hasta después. Para aumentar la impotencia que sentía, la maestra se desentendió del asunto, siendo ella la culpable. Fui a dar a la dirección y recibí el regaño de la directora, que me dijo, "¿Qué, eres un niño chiquito?". Con todo el sistema en mi contra, ni siquiera hice el intento de defenderme.
Para colmo, el siguiente año me sucedió lo mismo.
– Perdido en la jungla de asfalto.
Comencé a transportarme solo desde los 11 años. De la escuela a la casa debía tomar el Metro y un pesero. Pues un día no me fijé y tomé el pesero equivocado, que me llevó por rumbos desconocidos. Experimenté un pánico silencioso; me imaginé que nunca volvería a casa. Creo que el terror se me notaba en el rostro porque un pasajero me preguntó si me había pasado. Afortunadamente el pesero pasó por una calle que reconocí. Me bajé a la siguiente cuadra.
Me sentí como un verdadero idiota, pero esa sensación quedaría por mucho superada por un evento más humillante aún que sufriría años después.
– "Es que no sé andar en bicicleta..."
Era el año 2002. La necesidad apremiante me obligó a emplearme en una pizzería como Ayudante General (o sea, esclavo multiusos). El entorno laboral era pésimo, pero el sueldo era bueno, lo que me hizo pensar que permanecería un buen tiempo. La única dificultad eran las entregas a domicilio cuando eran lejos del local. Un día el gerente me ordenó entregar un pedido en bicicleta. Con toda la pena del mundo le dije que no sabía andar en bicicleta, e ingenuamente esperaba algo de comprensión.
-Tú ve a entregar estas pizzas- me dijo.
Debí insistir o negarme completamente, pero por no quedar mal intenté subirme a la bicicleta. Me caí varias veces. Ni siquiera el haberlo intentado me consuela. Hice el ridículo de mi vida, es decir...
El ridículo de mi vida. ¿Se entiende lo que quiero decir?
Regresé al local aceptando mi inutilidad. Los siguientes días mis compañeros me dedicaron bromas como, "le vamos a poner rueditas a la bicicleta" o "¿quieres una bici o un triciclo?". Por dignidad y fingir ante ellos que el incidente no me había afectado, seguí asistiendo durante los siguientes 15 días. Después de eso, renuncié. A la fecha evito pasar por ahí.
Según la teoría de "ríete de tí mismo", habiendo rememorado estos sucesos, debería estar riéndome y de muy buen humor.
Cuánta risa... me siento muy mal.

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