¡Entonces apareciste, de la nada!
Subiste a mis piernas, te acaricié. Pero la puerta de la casa estaba entreabierta y te saliste. Fui tras de tí para evitar que te fueras. Por primera vez en mi vida no me importó la presencia de los estúpidos vecinos.
Ya iba a tomarte en mis brazos de nuevo pero desapareciste. Desperté.
Estoy durmiendo a deshoras, no estoy comiendo bien. No tengo problema en ayunar uno, dos o tres días. Me abandono, pierdo lucidez. Pero no me importa, me encuentro en mi ocaso y lo acepto. Por eso escribo este sueño dulce-amargo. Porque, aunque sea una experiencia onírica, es tan valiosa como cualquier experiencia real, porque me permite verte otra vez.
Te quiero, mi bebecita.
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