sábado, 30 de octubre de 2010

La tragedia de ser uno mismo.

Debo admitir que soy socio fóbico. He sido invitado a fiestas, reuniones, salidas al cine, al café, a pasar el rato, etc. En vez de alegrarme con cada invitación, me crea una carga sicológica de compromiso, de quedar bien, de temor a ser ridiculizado. Por eso las rechazo.

Los eventos sociales me matan. No resisto la convivencia, el movimiento, el bullicio. Esa incómoda tensión silenciosa. Pero antes no experimentaba esto. Tiene su explicación. Desde que las cosas me comenzaron a salir mal y los demás comenzaron a salir adelante, se fue creando una distancia entre ellos y yo. Ahora me encuentro hasta cierto punto marginado.

A raíz de mi fracaso general en la vida, los eventos sociales se han convertido en tortura. Es como ir al matadero. Lo que más me incomoda son esas insidiosas preguntas que tarde o temprano me son dirigidas; ¿qué haces ahora? ¿a qué te dedicas? Preguntas hechas para enorgullecerse de sus logros y destacar mi fracaso.

¿Qué necesidad tengo de exponerme a ese tipo de humillación? Esas invitaciones no son honestas. Además, ¿cómo podría convivir con gente que me tiene en mal concepto?

Quizá debería asistir a cada evento al que se me invita, armado con cinismo. Pero no puedo evitar sentirme tenso. Mi complejo es tal que aunque haya librado alguna reunión sin haber sido hostigado con cuestionamientos, no dejo de sentirme inferior. Lo malo es que no todas las invitaciones son malintencionadas. Hay personas que han demostrado apreciarme, pero el software, la costumbre de protegerme se impone.

Podrá ser una resolución inmadura o precipitada, pero prefiero estar solo.

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