El asunto hubiera quedado ahí. Pero la madre de "S" debía intervenir. Actuando como es su costumbre, cada vez me es más difícil expresarme sobre esta persona en términos decentes. Y es que me sorprende, porque creí ya saber qué tan vulgar y corriente podría ser. Uno podría pensar que, dado el tipo de gente que convoca un evento de esos, su conducta fue más que acorde. Pero el grueso de los asistentes se comportó de forma civilizada a pesar del alcohol que consumían.
Al regresar "S" a su lugar, lo que esta señora hizo fue encararse con el elemento de seguridad próximo a nuestros asientos (el que varias veces le impidió a "S" acercarse al escenario), en actitud agresiva, como a punto de tirarle un golpe, lo que seguramente habría hecho de tener una fuerza y estatura mínimamente aceptables. La escena se antoja absurda si consideramos que esta señora apenas mide 1 metro 40 centímetros (un mísero tapón de acuerdo a los estándares que la ubicarían como "enana") y el tipo de seguridad, poco más de 1.70. Aquella, de complexión obesa; este, delgado atlético.
Por supuesto, el tipo casi se echó a reir y la ignoró por completo. Yo, absorto en mi asiento, jamás creí que llegaría a ver semejante escena. Si una actitud altanera es una actitud inmadura... ¿qué ha aprendido esta persona en 59 años? ¿en qué ayudó a su hija con ese berrinche? ¿está su sentido de la persuación tan torcido que creyó que así apelaría a la condescendencia del personal de seguridad?
¿es esa su idea de "solución"?
Lo peor es que la troglodita lo menciona con orgullo. Dentro de su corteza mono-neural, ella cree que se vió bien, que impresionó a los que atestiguamos su drama. Una persona mínimamente honorable se avergonzaría de sí misma; no así ella, que cree haberse dado a respetar al "dar la cara" por su hija. Todo lo contrario: semejante comportamiento es deleznable.
Regresó a su asiento, empujando con el hombro al elemento de seguridad, que estuvo ahí un rato. Luego llegaron otras personas de su equipo. Querían sacar a la enana ("¿nos acompaña a la salida, por favor?") pero se hizo la sorda. Imaginé cómo se la llevaban y la echaban cual bulto, lo cual no ocurrió. El personal desistió, pero tenía constante ojo sobre ella, que empezó a lloriquear pretendiendo victimismo por mal trato.
A este punto ya no tenía ánimo para estar ahí, así que le dije a "S" que debía ir al baño. La verdad quería estar solo. Me sentía rebasado por la insistencia de "S" con respecto al selfie y sus consecuencias y hastiado de la reprobable reacción de su madre. Encontré una silla por ahí y me senté un rato. Ese momento fue lo único que disfruté del evento. Pude rumiar algunas maldiciones a gusto: pensé que la situación ya no podría devenir peor. Me irritó cómo "S" y su madre tienden a arruinar las cosas, hacer de inocentes víctimas, culpar a otros y seguir tan contentas. Pero sobre todo lamenté mi pasividad... ¿por qué tengo que tolerarlas, por qué sigo en contacto con ellas, por qué no retomo mi vida, mi paz, mi libertad?
Al volver a mi asiento, un elemento de seguridad del artista (no del lugar) me echó luz en la cara con una pequeña lámpara. Mediante señas nos invitó a "S" y a mí a pasar al escenario. Yo negué con la cabeza a la vez que hice un ademán de "gracias" pero insistió. Finalmente "S" se acercó al escenario y obtuvo la mentada selfie con el artista, que el mismo hombre de seguridad tomó, lo cual la anula como selfie, pero fue una buena foto, cabe decir. Y sobre todo ¡qué gran tipo! Evidentemente vio todo lo que pasó y se compadeció de "S". Al volver ella a su asiento, nuevamente le agradecí. La verdad me conmovió su gesto. No tenía por qué hacerlo; consentir un capricho no era parte de su trabajo. El tipo tenía corazón.
Terminó el evento, y ya dentro del taxi la señora me preguntó qué tal lo había pasado. "¿Qué tal un auto-exámen?", pensé. Respondí que más o menos, sin referirme a su comportamiento. No iba a decirle que lo malo residió en ellas, así que divagué en boberías sobre la calidad del sonido, el desempeño del artista, etc.
No puedo cambiar lo que son, tan solo puedo observar su comportamiento, como un explorador ante una tribu salvaje... a riesgo de ser devorado.
Al regresar "S" a su lugar, lo que esta señora hizo fue encararse con el elemento de seguridad próximo a nuestros asientos (el que varias veces le impidió a "S" acercarse al escenario), en actitud agresiva, como a punto de tirarle un golpe, lo que seguramente habría hecho de tener una fuerza y estatura mínimamente aceptables. La escena se antoja absurda si consideramos que esta señora apenas mide 1 metro 40 centímetros (un mísero tapón de acuerdo a los estándares que la ubicarían como "enana") y el tipo de seguridad, poco más de 1.70. Aquella, de complexión obesa; este, delgado atlético.
Por supuesto, el tipo casi se echó a reir y la ignoró por completo. Yo, absorto en mi asiento, jamás creí que llegaría a ver semejante escena. Si una actitud altanera es una actitud inmadura... ¿qué ha aprendido esta persona en 59 años? ¿en qué ayudó a su hija con ese berrinche? ¿está su sentido de la persuación tan torcido que creyó que así apelaría a la condescendencia del personal de seguridad?
¿es esa su idea de "solución"?
Lo peor es que la troglodita lo menciona con orgullo. Dentro de su corteza mono-neural, ella cree que se vió bien, que impresionó a los que atestiguamos su drama. Una persona mínimamente honorable se avergonzaría de sí misma; no así ella, que cree haberse dado a respetar al "dar la cara" por su hija. Todo lo contrario: semejante comportamiento es deleznable.
Regresó a su asiento, empujando con el hombro al elemento de seguridad, que estuvo ahí un rato. Luego llegaron otras personas de su equipo. Querían sacar a la enana ("¿nos acompaña a la salida, por favor?") pero se hizo la sorda. Imaginé cómo se la llevaban y la echaban cual bulto, lo cual no ocurrió. El personal desistió, pero tenía constante ojo sobre ella, que empezó a lloriquear pretendiendo victimismo por mal trato.
A este punto ya no tenía ánimo para estar ahí, así que le dije a "S" que debía ir al baño. La verdad quería estar solo. Me sentía rebasado por la insistencia de "S" con respecto al selfie y sus consecuencias y hastiado de la reprobable reacción de su madre. Encontré una silla por ahí y me senté un rato. Ese momento fue lo único que disfruté del evento. Pude rumiar algunas maldiciones a gusto: pensé que la situación ya no podría devenir peor. Me irritó cómo "S" y su madre tienden a arruinar las cosas, hacer de inocentes víctimas, culpar a otros y seguir tan contentas. Pero sobre todo lamenté mi pasividad... ¿por qué tengo que tolerarlas, por qué sigo en contacto con ellas, por qué no retomo mi vida, mi paz, mi libertad?
Al volver a mi asiento, un elemento de seguridad del artista (no del lugar) me echó luz en la cara con una pequeña lámpara. Mediante señas nos invitó a "S" y a mí a pasar al escenario. Yo negué con la cabeza a la vez que hice un ademán de "gracias" pero insistió. Finalmente "S" se acercó al escenario y obtuvo la mentada selfie con el artista, que el mismo hombre de seguridad tomó, lo cual la anula como selfie, pero fue una buena foto, cabe decir. Y sobre todo ¡qué gran tipo! Evidentemente vio todo lo que pasó y se compadeció de "S". Al volver ella a su asiento, nuevamente le agradecí. La verdad me conmovió su gesto. No tenía por qué hacerlo; consentir un capricho no era parte de su trabajo. El tipo tenía corazón.
Terminó el evento, y ya dentro del taxi la señora me preguntó qué tal lo había pasado. "¿Qué tal un auto-exámen?", pensé. Respondí que más o menos, sin referirme a su comportamiento. No iba a decirle que lo malo residió en ellas, así que divagué en boberías sobre la calidad del sonido, el desempeño del artista, etc.
No puedo cambiar lo que son, tan solo puedo observar su comportamiento, como un explorador ante una tribu salvaje... a riesgo de ser devorado.